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domingo, noviembre 24, 2024

La dulce miel de la burguesía

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El snob tiene un papel importante en la evolución de las pautas culturales de una sociedad. Poco a poco va “democratizando” gustos, modos y modales de las clases más acomodadas. Entonces la aristocracia los abandona en esnobismo de segundo grado.

Gracias a la tecnología y a los cambios sociales hoy cualquiera puede ver su nombre impreso, pero no ocurría lo mismo hace un milenio.

Solo una muy pequeña élite vivía y actuaba en situaciones que podían ofrecer ocasionales méritos para la mención de su nombre por escrito.

Durante un período sólo la aristocracia inglesa tenía la posibilidad de figurar en una lista de invitados de la corona, que presentaba cada nombre acompañado de su respectivo título nobiliario. Pero con el tiempo, una franja plebeya, enriquecida y promovida socialmente por el comercio logró alcanzar también el honor de figurar en estos elencos.

Sin títulos, sus nombres aparecían escritos en ellos con el aditamento de “sine nobilitate”, o más frecuentemente con la abreviación “S.nob”.
La palabra snob, acabó con el tiempo, por cobrar vigencia universal como calificativo aplicado a toda persona de baja extracción social que se esfuerza por ganar status imitando, generalmente mal, los hábitos, las modas y el lenguaje de una clase considerada superior.

A pesar de ello el snob tiene un papel importante en la evolución de las pautas culturales de una sociedad. Poco a poco va “democratizando” gustos, modos y modales de las clases más acomodadas al resto de la estructura social.

Esta dinámica generó y genera una reacción entre las clases saqueadas culturalmente, que ven como van perdiendo paulatinamente los rasgos que los diferenciaba.

En los sectores más “ilustrados” de la élite advierten que la fuente de su autodiferenciación se ve vulgarizada, y la abandona.

El resultado: el snobismo del vulgo genera en la aristocracia un snobismo de segundo grado.

Existe un principio de oro: la deserción de la propia cultura es en una operación imitativa, sólo que en el segundo caso no tiene definido en qué quiere mimetizarse.

El vulgo sabe que tiene una cultura por delante en la quiere confundirse, en el snobismo de segundo grado, solo se tiene por delante la cultura que se quiere abandonar. La única certeza es lo que no se quiere ser.

jpg_snob2.jpgEsta “élite de la élite” carga toda su vida cultural de conductas levantiscas y adolescentes y acaba por abrazar, por una necesidad imperiosa de autodiferenciación, los “valores populares”, que el snobismo vulgar desea abandonar. Es aquí donde se encuentra el impulso a la rebeldía con la consiguiente inversión de valores de la clase que los vio nacer.

Esta operación de transmigración cultural les permite calzarse el rotulo de “progres”, que los hace repulsivos a sectores más conservadores de su clase.

Es bajo esta calificación en que, extrañamente, confluyen los snobs vulgares y los aristócratas autodesclazados.

Ninguno de los grupos logra su fin primigenio, pero ambos encuentran cómodo este nuevo ámbito, que les permite tomar posturas ante la vida, recalcando imperfecciones y estimulando revoluciones sin perder un poco de su posición y esencia tan afanosamente buscada.

Los progresistas

El español Ortega y Gasset, en un ensayo que escribió en los treinta sobre los argentinos, nos atribuyó, con justicia o no, un modo de encarar la propia vida, que nos hace únicos.

Ortega advertía un contraste entre los europeos, empeñados en hacer, y los argentinos, empeñados en ser, en otras palabras: un europeo elige ser escritor porque quiere escribir. Un argentino elige escribir porque quiere ser escritor.

Es un constante juegos de roles, en donde los éxitos no se miden por los logros obtenidos, sino por la imagen lograda.

No se es pintor para crear, sino para parecer; ni se ven películas rusas de la década del 60 por amor al séptimo arte, sino para que los otros sepan sobre la formación cinéfila que se porta.

En los sesenta y setenta ser de ultraizquierda o peronista era “chic”; desde los 90 ser “progre” es lo máximo.

Décadas atrás la boina del “Che”, la barba, la campera verde oliva y que todos sepan que se estaba en la “pasada” eran los elementos diferenciadores; Hoy ser antisistema, sin llegar a definir a que sistema se refiere, es lo que cuenta.

jpg_El_pucara_de_Tilcara.jpgExtasiarse frente al Pucará de Tilcara y volarse la cabeza con una “rama” es muy loco. Ser murgero los jueves por la noche en el taller del barrio es revitalizar “lo popular”.

Según los conceptos básicos del marxismo, las clases sociales se definen de acuerdo a quien posea los medios de producción.

Los burgueses los poseen y el proletariado vive oprimido, es de una simplicidad absoluta. Con el capitalismo entender los límites es algo más complejo. Lo que las diferencia es el ingreso «per cápita». Es así que burgueses pueden ser los dueños de una fábrica, un empleado de banco, funcionarios y profesionales; los otros son clase obrera, que tampoco son todos iguales.

El comunismo interpreta la democracia según la división de clases que establece. Cada clase tiene su expresión en los partidos políticos; como la burguesía fue derrotada, solo hay una: el proletariado y por ende un solo partido. Dentro del capitalismo, la riqueza de opciones es inagotable.

Pero ninguno de los dos alcanza para explicar de qué se trata en realidad el hecho de “ser burgués”.

Haciendo un juego de conceptos y tomando elementos de ambos, quizás se pueda establecer un parámetro.

Ser burgués no implica, necesariamente la pertenencia a una clase definida por lo económico, sino es una forma de pensar, de actuar. Son gustos y modos. Actitudes. Se puede ser burgués y vivir en un barrio obrero, o poseer 60 mil hectáreas de soja y también serlo.
Pertenecer a este movimiento, ya que trasciende el concepto tradicional de clase, no requiere mayor esfuerzo. La única condición para acceder es la información.

Y hablo de información y no de formación necesariamente. Alcanza con saber qué se quiere imitar.

Unos ejemplos:

jpg_snob4-3.jpgSi las artes son el norte, basta con ver películas de Fellini, Bergman, Pino Solanas, Woody Allen, y por supuesto los autores rusos. Leer con delectación las solapas de los libros de Hermann Hesse, Tomás Eloy Martínez, Eduardo Galeano, Octavio Paz o Carlos Fuentes, sin dejar de lado (bajo ningún concepto) a Jorge Luis Borges.

Toda música es aceptada, pero es de gran importancia tener algún temita celta, o una incomprensible obra asiática, y por supuesto alguna canción contestataria de origen mapuche o coya.

Como elemento determinante, hay que ser cultor de la leyenda negra de la conquista americana e imponerle cualidades casi míticas a Incas, Mayas o Aztecas, además de sentir una suerte de mezcla de pena, vergüenza y culpa antropológica por los aborígenes.

Con el simple hecho de ir a las presentaciones literarias o plásticas y después tomar el colectivo o subirse a la 4X4, alcanza para sentirse acunado por las mieles burguesas.

También se puede optar por la vertiente más conservadora de la burguesía. Las herramientas: camisa Polo o Legasi, pantalón Wrangler y una actitud casi de desdén a la realidad del mundo.

El viaje iniciático de todo burgués es a la “América profunda”: Quebrada de Humahuaca, Valles Calchaquíes, no como turistas, sino como personas que “buscan sus raíces perdidas por culpa del consumismo”.

Eso los prepara, para luego ir a Europa o el Caribe en busca de nuevos horizontes.

jpg_snob5.jpgLa ropa es un elemento de gran versatilidad, pero fundamental para un buen burgués: puede ser de polista, neo hippie, seudo piquetero, de artista descuidado o el infalible étnico, un estilo que permite combinar sin culpa, una blusa de la india, con bombachas de gaucho, sandalias hechas por los matacos, aros comprados en una feria y celular Nokia pantalla color y con sistema GSM.

Otro ítem es el uso “moderno” y vulgar del lenguaje. Palabras como “boludo” al final de cada frase, o “loco” son fundamentales, al igual que los pensamientos que buscan profundidad y terminan encallando en mares de estupideces.

También hay sentencias que son de uso muy común que desnudan el rasgo casi totalitario de los “progre” en política, como “que se vayan todos”, “ el fin de la partidocracia”, “corrupción” e “impunidad”, como si el hecho de ser “progresistas” les diera un origen distinto y les permitiera ser ajeno a toda responsabilidad histórica.

También existe una verdad incontrastable: el burgués es rebelde, no revolucionario.

Y ¿Cuál es la diferencia entre un revolucionario y un rebelde?

Como decía Pablo Giussani: “Un revolucionario es un individuo política, ideológica y culturalmente independiente. Tiene sus propios fines, su propia tabla de valores, su propio camino y cuando da un paso, lo da arrastrado teleológicamente hacia delante por aquella objetiva constelación de fines y valores que lo trasciende.

Un rebelde, en cambio, vive de rebote. La dirección de sus movimientos no está marcada por las metas que lo atraen, sino por las realidades que lo repelen. Es el rechazo por el rechazo mismo. Es puro negativismo, sin objetivos ni intenciones de cambio.

El rebelde no tiene una tabla de valores propios y depende exclusivamente de la cultura y de la ideología que rechaza. Sin la repulsión que ella le produce no hay rebeldía y sin rebeldía la adolescencia sin tiempo de la burguesía no existe”.

NdR: Eduardo Huaity Gonzalez es periodista y escritor. Trabajó en los diarios Eco del Norte y El Tribuno. Condujo programas de radio y dirigió el sitio Salta Noticias. Publicó el libro de relatos Arizaro. Ésta es su primera columna para Salta 21.

4 COMENTARIOS

  1. El auténtico placer de ser el otro
    «¡I like Morales!» gritaban progres snob de Londres en la ruinas de Tiwuanaco durante la ceremonia religiosa de asunción de Evo mientras yo trataba infructuosamente de convencer a un aymara que soy auténtico aborigen porque mi abuela era diaguita. «No insistas, por más que lo intentes no te convertirás en bahiano», me había aconsejado antes con simpatía burlona una amiga mulata en Salvador al ver que me freía al sol y vestía remeras amarillas fluor sin mangas. Hay algo de todo eso que decís cuando vamos a las marchas del orgullo gay o apreciamos con exageración una artesanía wichi. ¿Pero todo es falso en esta actitud? ¿No hay algo de placer y de auténtico aprecio en no sólo sentir con el otro sino en querer además ser un poco el otro? También Woody Allen -uno de los íconos de la burguesía esnob- se ríe de todo esto en Zelig.

    • Estar con el Otro
      Cuando se descubre que el Otro es una excusa para seguir segregando, nos damos cuenta que el placer sigue siendo un placer burgués. Creo que el «pecado» no es pretender acceder a espacios que provocan extrañamiento, la cuestión pasa por no saber distinguir la realidad del simulacro. El problema radica en que, como dice Gramsci, el mundo está alienado, no hay crítica. Y al no haberla, no hay distinciones. El hombre-masa, la sociedad-masa, han cambiado el pensamiento por el entretenimiento. Nos alegremos de algo: los artistas son los únicos que pueden aportar una mirada diferente. Las hidromieles, como dice Miriam, no hacen más que hiper endulzar una vida con «curiosidades» sin deseo de expresar una voluntad de cambio. Los disfraces burgueses siguen siendo disfraces. Creo que ni siquiera el burgués, tiene consciencia de su lugar. En este sentido, está más feliz queriendo ser un wichi mediocre que un real burgués. Y no es ni lo uno ni lo otro. Para algunos filósofos, la occidentalización es una forma de querer Ser. Deberíamos indagar más por el querer estar. Es una condición más americanista.

  2. La dulce miel de la burguesía
    Interesantísimo desarrollo.

    Es importante establecer esas distinciones en tiempos en que todo se ha igualado, y no por una epidemia democrática; sino por la pérdida de la invención del sentido.

    De todos modos no caeremos aún en el acantilado, un nuevo giro se presenta, el de la simulación, el de la seducción.

    Con fuerte toque estético los cuerpos componen otros cuerpos para ser descifrados por el otro. Se conjugan signos que antes se excluían, la presencia asume la forma de un acertijo: “adivina qué soy”. Poca importancia tiene descifrar el truco puesto que cambiará a los pocos minutos.

    Versatilidad, seducción, narcisismo se conjugan para crear una red de alucinaciones, de miel que nos embriague… como la hidromiel que se le daba a los esposos tímidos en la edad media…

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