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domingo, noviembre 24, 2024

La envidia

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Tan frecuentes como las virtudes humanas, lo son sus defectos.

Ambas condiciones no pueden disimularse y resaltan como la luz o la oscuridad de las personas. Las primeras relacionadas con la grandeza humana, las otras (aunque pasen inadvertidas) constituyen las bajezas de nuestros actos cotidianos. La envidia es uno de los enemigos principales de nuestra voluntad para acceder a un estado de felicidad. Se trata de un impulso destructivo y autolimitante en el despliegue de eventuales potencialidades positivas personales. El envidioso, atrapado en su resentimiento y rencor está incapacitado no sólo para dar, sino también, paradojalmente, para recibir, dado que en ese momento tiene que aceptar y reconocer lo que el otro es, tiene y puede. Es imposible abstraerse de la presencia del prójimo y el peor de los autismos sociales, ponen al desnudo, sentimientos muy reprobados en esta época, como lo son el espectro de egoísmos, intolerancias e incluso, fanatismos.

Estamos ante las variaciones del amor, en este caso como ausencia del mismo, que aunque se disfracen con ideologismos, siempre mostrarán flancos de la vulnerabilidad y de las dificultades para aceptar al otro. Cualquiera sea el caso, la envidia es un sentimiento que nunca produce nada positivo en el que lo padece sino una insalvable amargura. Como si en este nivel se cediera el comando en manos del odio, pero a la vez, se desemboca en empobrecimientos internos de la flaqueza humana, priorizando el perfil violento y exasperante de la especie. Convengamos (a esta altura) que todos los sentimientos humanos son inescindibles, y si en algo contribuyó la Psicología profunda, es que en la estructura afectiva confluyen, simultáneamente, las dignidades y las miserias al unísono. La actual cultura de las “igualdades”, disparó conscientes búsquedas respectos a los derechos civiles y legitimidades colectivas, que por el momento (felizmente) no tienen retorno.

Las desigualdades

En lo social, lo que, primordialmente, ocasiona “estados envidiosos” es la fragmentación de la sociedad, que obliga a los ciudadanos a vivir en dos mundos: el mundo de los ricos y el mundo de los pobres, con las diferencias abismales de estos dos estilos de vida, como si fueran dos planetas distintos. Son los divorcios al que nos tienen acostumbrados la historia de este continente, en donde la política (con sus burócratas de turno) se vacía de contenido y de sentido, para instalar la rutina democrática: la perpetuación del status quo. La realidad cambia, perezosamente, y a “ponchazos”, pero siempre queda en la atmósfera la sensación de aires “progresistas”, cuando (en la realidad) el piso de pobreza, o sea de las desigualdades, se mantienen inalterables. Este fenómeno se dio en llamar, “romanticismo” democrático, cuando suenan muchos ruidos y son pocos los resultados, lo que habla, no de fracasos políticos, sino de agotamiento de las formas de gobierno. Dentro de ese status quo, exaspera, que las modalidades vigentes siguen siendo el ACOMODATO, que no es otro resultado que el que no tiene una palanca de “amiguismo”, que se olvide de cualquier beneficio. Prueba de ello, lo da la continuidad hereditaria de los cargos, en donde se perpetúan los mismos nombres secularmente. ¿Tendrá otra designación, que no sea “acomodo”?

Son los “dueños” de la representación, inviables a través del voto. Son apellidos entronizados como “castas” políticas y ostentadores del poder y lo seguirán ostentando. Son verdaderos “confiscadores” de la realidad civil y de las ilusiones populares (de la fe popular), en donde el comicio es un simple trámite para satisfacer a la “gilada”. Es la democracia de la repetición y de la cháchara. La ventaja hoy del pueblo, tal como lo propone la nueva Ley de Medios visuales, está en la posibilidad de ampliar las voces de referencia y escapar a la influencia nefasta de los Medios hegemónicos, que a cualquier precio pretenden imponer sus “verdades comerciales”, vulgares fabricantes de discursos antipopulares, reaccionariamente opuestos a la educación pública/a la salud pública y a la posibilidad de un Estado comprometido con las igualdades económicas. De ahí que a la par de los discursos supremos, es necesario el crecimiento de nuevos intelectuales, que aporten lucidez y comprensión a los nuevos rumbos, revirtiendo las mezquindades de la derecha tradicional, o sea, aquella que ve la realidad y la política con los cristales del “todo pá mí”. Los gobiernos argentinos siempre, por fuerza del destino, son gobierno en transición, pero, indudablemente, que en éste hay hitos, sobre los cuales no se puede volver, son conquistas sin retorno.

La realidad cotidiana está en un estado “visceral”, en donde las protestas se dirimen con ciertas dosis de violencia, y por lo referido antes, distanciadas de las élites políticas que sólo se ocupan de sus propios intereses. Éste es el principal escollo de nuestra anhelada democracia: revertir el mal endémico de representatividad de las fuerzas populares. Lograr cambios estables y permanentes, referidos a la representatividad, es decir a su específica obviedad: el conjunto de personas que representan a una entidad, colectividad o corporación. Lo que se percibe, claramente, en estas recurrentes protestas sociales, es el sentimiento de hartazgo de las personas que lo ejecutan, en donde los que protestan quieren las soluciones definitivas, sin lugar al charle y a la dilación. Los que se asientan, quieren la casa ¡Ya! Y así sucesivamente.

Por el momento, estamos muy lejos (todavía) de lograr equidades institucionales, que demuestren que a nuestros funcionarios/legisladores, los motiva una auténtica y desinteresada conducta de entrega por ideales comunitarios, a la vez de espontáneos desprendimientos; por el contrario todo demuestra, que los mencionados están hambrientos por encontrar el “negocio” salvador para su futuro familiar. En tanto, la Democracia seguirá expuesta a los riesgos de los desbordados e insatisfechos.

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