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sábado, noviembre 23, 2024

La farsa matrimonial

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Hoy los jóvenes no están pendientes de edificios de culpa, del supuesto qué dirán los demás, ni siquiera se miden riesgos de posibles sufrimientos.

La cosa fue charla de jubiladas, en una escapada a las Aguas Termales, o sea con tiempo suficiente para que las Sras. de la clase pasiva, ejercitaran el músculo del paladar. Yo extrañaba mis muchachos del bar, en que la conversación toma un pequeño vuelo filosófico, y no esta lineal mesa de chismes. Lo que en el campo de la ciencia y el estudio de la conducta humana con sus conflictos cotidianos, implica el despliegue de Teoría-práctica, conceptos diversos y sus desarrollos pertinentes, en la cotidianidad (mundanidad) de la vida social, toma el carril de los cuentos profanos, pura cursilería. Lo que en la Psicología profunda toma vuelo académico, en las ruedas de chismografía, se cocina el lenguaje llano, sin mediaciones letradas. Yo era el único miembro del género masculino y tenía que asumir esta soledad porque las damas interpelaban mi condición universitaria.

Principió la niña Loly, que en sus casi ochenta estaba de vuelta y algo junaba de las idas y vueltas de la intimidad conyugal. El tema en cuestión era la situación dramática de nuestra compañera Elsa, que estaba viviendo en carne propia los embates de las desavenencias del territorio habitacional, que a esta altura se había tronchado en dormitorios vecinos, cuando su enigmático cónyuge, le planteo que ya no quería compartir la cama grande, a lo que Loly (como una auténtica entremés) le sugirió: ”Eso, ni por equivocación le permitas”, dando muestra lo modosito que somos los varones para tratar los temas de alcoba. “Si el hombre no quiere asumir los compromisos y responsabilidades matrimoniales, (como mujer) tenés que cerrar la puerta, pero del lado de afuera; o sea, Nena tomátela con tus hijos y pensá en tu nueva vida”.

Elsa, era más condescendiente y estaba con las teorías psicológicas modernas: hablar/dialogar/buscar una alternativa de solución, pero su compañero no estaba dispuesto a retroceder un tranco, quería darle al conflicto un corte definitivo, pero como buen caballero, guardando las apariencias para el exterior; o sea que si hay problemas de pieza, no ventilarlos. Pretendía un divorcio gradual: primero separación de las camas (cuartos), luego de los cuerpos y, finalmente, de los bienes. La grieta de las discrepancias. ¿Cuál es el límite de las diferencias? ¿Hasta dónde se puede renunciar? (a qué cosas) ¿Hasta dónde se tolera la convivencia? Por cierto que para Antonio, la tolerancia era cero, y Elsa pretendía apelar al último recurso de la comprensión.

AMAR NO PADECER

Yo, aunque no me gustaba el nivel de llaneza, me salía de la vaina por meter la “sin hueso”, por lo que sin que me den una espontánea participación, instrusée en la conversación (que a esta altura era únicamente de mujeres): “Cierta veces el amor está relacionado con el sufrimiento. Amar significa sufrir y es así como muchas veces se vive enredado en historias que en lugar de dar plenitud, los hacen sentir seres desdichados, en pelea constante por obtener eso que no pueden lograr : el bienestar emocional con su pareja”. A las viejitas les gustó el toque masculino, y yo me agrandé y seguí en el uso de la instrusiada: ”Quién se arriesga a amar, también se arriesga a sufrir. Hay en el amor una disposición a poner la propia vulnerabilidad en manos del otro. Las mujeres que aman demasiado, quedan atadas a lo que no funciona. ¿Vale la pena?: No si el dolor es mayor que el bienestar”. Creo que para demostrar mi formación, era suficiente.

Olivia, que es Psicopedagoga, no sostuvo sus celos y metió la cuchara del aprendizaje: ”Un amor sano y correspondido, produce bienestar y plenitud, lo contrario a angustia o amargura. La señal de alarma se prenderá cuando ya no valga la pena porque rebasó la medida por abuso. Algo hizo grieta en la relación. ¿Qué hacer cuando uno siente que el otro lastima una y otra vez? Es el momento de preguntarse. ¿Qué pasa que no pongo límites? ¿Para qué y por qué elijo quedarme?” Luisa volvió a la llanura: ” Mi marido me dejó por la empleada doméstica (10 años menor), y yo acepté la ofensa, dejándolo ir (pero deseándole lo peor y la maldición del sufrimiento)”, dando a entrever que el fulano Antonio, quizá tuviera una adolescente escondida entre las piernas. También dejó entrever las dificultades cuando la llama del enamoramiento se apaga, lentamente.

Lo cierto, es que las cavilaciones de los entretelones de la intimidad conyugal, pertenece a la antigüedad matrimonial de las generaciones pasadas. Los viejos anteriores estaban pendientes de no hacer sufrir a los hijos, porque podían sufrir traumas de crecimiento, más los depósitos de ansiedad culposa y el qué dirán los vecinos y el bochorno de los padres, la opinión contraria de los amigos y los muchos entrometidos y arregladores de descomposturas matrimoniales, los llamados intrusos.

Hoy los jóvenes no están pendientes de edificios de culpa, del supuesto qué dirán los demás, ni siquiera se miden riesgos de posibles sufrimientos. Agarran el bagayo y parten a nuevos rumbos; de ahí a formalizar nuevos vínculos, un paso.

Aparentemente, el tema se agotó, porque las jubiladas protagonistas, tomaron rumbo hacia la pileta climatizada, pero dejando claro que cuando las cosas ya no funcionan, la mejor opción es hacer la propia y rajar lo más pronto posible.

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