Las locas fábulas reales nos conducen a observar que los discursos que aspiran a ser racionales, se apoyan en el fondo, en un “efecto de racionalidad” que no logra ocultar los núcleos de chifladuras que los sostienen.
“El alma humana […] presenta una combinación de fuego y agua […]”
Tratados hipocráticos, p. 205
En una lejana entrevista había manifestado la intención, el deseo de escribir una serie de artículos en torno a Hobbes, Freud e Hipócrates (ir a http://www.salta21.com/Un-escritor-rebelde-en-Los.html).
Me distraje y tipeé unas notas de índole periodística sobre
– Agustín –ver http://www.salta21.com/Asesinar-al-deseo-Las-Confesiones.html,
– Saramago (ir a http://www.salta21.com/Cain-y-el-Antiguo-Testamento.html),
– Derrida –ver http://www.salta21.com/Jacques-Derrida-pensador-argelino.html
– y Hobbes (ir a http://www.salta21.com/Hobbes-y-el-Estado-una-guerra-del.html),
por lo que queda pendiente todavía, el artículo o nota alrededor del genial vienés, inventor de ese saber curioso denominado “Psicoanálisis” o “Psicología profunda”. Por de pronto, tal cual decía mi madre biológica cuando era un niño de ojitos asombrados…, continuaremos con Hipócrates, el que fundó ese conocimiento no menos raro, curioso que se bautizó como “Medicina” –aunque sea obvio, conviene delinear que la medicina occidental es una etnomedicina y que es por consiguiente, un saber médico entre otros posibles, los cuales tienen igual legitimidad que la medicina occidental (la medicina de los pueblos “etnográficos” o “salvajes”, la de los chinos, la de los hindúes, etc. son conocimientos tan efectivos como la medicina de Occidente –dejando de lado lo que haya que entender por “Occidente”, tema de arduos debates actuales).
Sea pues, el artículo periodístico que, como tal, será fragmentario.
Hipócrates vivió entre el 460 a. C. y el 360 a. C, en el siglo de Pericles. Trabajó junto a un equipo que escribió lo que se conoce con el nombre de “tratados hipocráticos”, por lo que lo que enunciaremos será dicho respecto de ese corpus y no con relación a Hipócrates en cuanto autor. Sin embargo, como puede hablarse de un destinador abstracto, ideal que recorre los textos hipocráticos, nos referiremos a ese enunciador que aflora de modo casi continuo, en el marco de una forma de economía y sociedad de clases y con esclavos (en la época, era un lujo comer más de una vez –generalmente, no se desayunaba y se almorzaba pasado el mediodía).
Poseer o no medicina a lo Hipócrates, es algo que les asegura a los griegos creer que se diferencian lo suficiente de los “bárbaros”, que ellos mismos no son una “tribu” particular (uno de los empleos no científicos de la ciencia, que han sido usos inherentes a su lógica, fue que se empleara ese saber calificado de “científico” como mecanismo de diferenciación cultural con respecto a otros sopesados “bárbaros”).
La medicina hipocrática se propone ser un conocimiento que sirva para todos los aspectos de la vida, lo que se aprecia en la concepción de la dieta: trabajo, forma de vida y alimentación son elementos que se relacionan con la salud –se recomendaba moderar el consumo de determinadas carnes, como la de perro. Al mismo tiempo, lo saludable se revela en que el paciente es un ser moral que se aparta de lo “inadecuado”.
Ya el Juramento Hipocrático nos recibe con un Orden del Discurso, por el cual se separa a los que pueden ejercer la medicina, de aquellos que no están habilitados para recetar. Por lo demás, se impone a los aspirantes a médicos, conservar la existencia a toda costa y a no realizar prácticas abortivas (se aprecia entonces, que no sólo la vida se transforma en objeto de interés para un saber responsable ante el Estado y de interés para ese mismo Estado, sino que no se discute la posibilidad de una muerte digna ni que las mujeres puedan elegir métodos de planificación familiar que escindan la reproducción, de la sexualidad placentera –también esto ha sido y es un asunto de Estado…).
Constatamos un llamativo intento por fundamentar científicamente la medicina y por no hacer Filosofía, aunque argumentando de manera filosófica. Incluso, hay reflexiones acerca del lenguaje y de los signos, como si la sedimentación de un hablar que se volverá científico, necesitara de enredarse en asuntos de lenguaje, construyendo su propia semiótica –no está de más puntuar que en la fundamentación de la medicina se procura controlar lo que se denomina “locura”, tratando de explicitar que la medicina es un conocimiento de seres en sus “cabales”.
Lo digno de mención, es que en la sedimentación científica de la medicina se cuelan nociones supersticiosas, como la influencia de los astros y de los dioses en las enfermedades (es que en lo que parece más racional, siempre habita lo más irracional –incluso, parece que lo racional se constituye como racional a partir de nódulos irracionales…).
La cuestión es que ese tipo de “deliremas”, de “chiflademas” con apariencia de cordura, son ficciones pero no son percibidas como tales, por lo que son “ficciones reales” (of course, absolutamente creíbles para los locos que asumen esos asuntos irracionales –los hipocráticos eran unos insanos que, creyendo no estar locos o ser suficientemente “normales”, ejercían una medicina que no era científica, aunque hubiera expropiado el título a costa de la excomunión simbólica de los no médicos).
Las locas fábulas reales nos conducen a observar que los discursos que aspiran a ser racionales, se apoyan en el fondo, en un “efecto de racionalidad” que no logra ocultar los núcleos de chifladuras que los sostienen. Así, descubrimos una “teoría” sobre la producción de semen y de “técnicas” para engendrar mujeres y varones, que son realmente, delirios psicóticos alrededor de la sexualidad, en los términos del Psicoanálisis –¿por qué el sexo, la sexualidad se convierten en objetos de disputa en un discurso que se pretende médico y científico?
Se teje un poder médico en la relación médico/pacientes, que a su vez, se apoya en la idea de “síntoma”. El poder médico es un poder por la “superioridad” de conocimientos del profesional con respecto al que se medicaliza (esa superioridad debe manifestarse en los gestos pausados, graves, doctos del médico –se formula una Pragmática médica que regula las acciones del profesional).
Por lo demás, se plantea una dietología que se basa en el cuerpo, mas, hace una apología del no cuerpo, de la anti carne, del alma –ese disparate. Para purificar el espíritu y así, el cuerpo, hay que recurrir a las purgas y a los vómitos (no se debe confesar los “pecados” pero sí relatar qué se bebió, que se comió, cuándo, cómo estaba el clima –percibimos una “dieta del alma” que nos tiene que hacer excelentes cuerpos, espíritus buenos, obedientes al Estado).
El cuerpo es un conjunto de flujos, de líquidos, de flemas que equilibran su naturaleza “caliente” o “fría”, mediante la alimentación, el clima, los astros, etc. Tenemos pues, que la explicación de algunas enfermedades no es menos imprecisa, inadecuada, supersticiosa que la proporcionada por aquellos a quienes se quería deslegitimar para el ejercicio de la medicina –los curanderos populares, las parteras, etc. (es probable que muchos discursos auto calificados de “científicos” no sean sino supersticiones que lograron privilegio, hegemonía, prestigio).
La injerencia de discursos como el de Anaxágoras –500 a. C. y 428 a. C.– en los tratados hipocráticos, nos muestra que allí emerge algo más intrincado que la polifonía, que la intertextualidad; es como si la “unidad” de un corpus no pudiera conservarse y aflorase en él, lo que descoyunta esa unidad (un texto es como un relieve…).
Para concluir y viendo la medicina en perspectiva, con la mirada empolvada por la arena impalpable del Tiempo, nos inquietamos: ¿la medicina es una ciencia? ¿No sigue siendo un conjunto de “chiflademas” de variada especie, que convive con algunas partes más o menos, racionales? ¿Cuál es la apariencia de unidad que la zurfila? ¿Qué “efecto de racionalidad” la estructura? –continuamos siendo hipocráticos, en la escala en que la medicina, esa superstición ilustrada, es un saberpoder… (¿podrá la medicina alguna vez ser científica, sin deliremas, sin fábulas reales, sin una razón enervada por lo irracional, en el parergon de una sociedad sin clases, emancipatoria, anárquica, que no se guiase por una “dieta del alma” para castigar el deseo?).