En los últimos años, se está produciendo un preocupante aumento en los casos de autismo, intolerancias alimentarias, afecciones respiratorias, hiperactividad, diabetes, depresión o sensibilidad química en niños.
El asma, las alergias y las enfermedades respiratorias, por ejemplo, han duplicado sus cifras en los últimos 15 años y, según la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica, el 30% de las enfermedades infantiles están asociadas al medio ambiente.
Contaminantes como los óxidos de nitrógeno, el dióxido de azufre, el monóxido de carbono y el ozono favorecen la aparición de síntomas y exacerbaciones en niños con asma. La Facultad de Medicina de la Universidad de Murcia y un hospital mexicano van a hacer un estudio con más de 1.000 recién nacidos para conocer los factores ambientales que pueden estar provocando estos problemas, pues hay ciudades en las que el 12% de los niños padece ya esta afección respiratoria.
Aproximadamente, el 5% de niños menores de tres años son alérgicos a uno o más alimentos. Las intolerancias más comunes son a leche, huevos, soja, trigo, pescado, cacahuetes y bayas, pero casi cualquier proteína alimentaria puede causar una reacción alérgica según la Asociación Norteamericana de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica.
Hace unos años, la publicación, por parte del abogado Robert Kennedy de su informe Deadly Immunity provocó una gran polémica al documentarse por primera vez que las compañías farmacéuticas sabían que las vacunas que llevan conservante a base de mercurio pueden provocar autismo. Otros metales, como el aluminio utilizado como adyuvante en las vacunas, también son investigados. Para muchos, el estudio de los tóxicos ambientales va a ser en el futuro lo que la microbiología fue en el pasado y los análisis de tóxicos en sangre van a ser tan comunes dentro de unos años como lo son hoy los análisis de colesterol.
El doctor Daniel Goyal, especialista en medicina ambiental de la prestigiosa clínica Breakspear de Londres y colaborador de la Fundación Alborada, ha tratado varios casos de niños con autismo, y sus pacientes mejoraban inmediatamente en cuanto se suprimía de su entorno o su dieta contaminantes habituales como los pesticidas de las frutas o moléculas habituales en cosmética corporal. Y recuperaban una vida prácticamente normal con tratamientos no farmacológicos, como saunas de desintoxicación,vacunas anti-tóxicas, oxigenoterapia, suplementos vitamínicos y otros tratamientos novedosos, en muchos casos, individualizados para cada paciente.
Es el caso de Desiré, una niña de 14 años que, desde hace tres, padece una Sensibilidad Química Múltiple (SQM) que le ha provocado fuertes dolores de estómago, pérdida de peso o inmovilidad y que no puede ir al colegio sólo porque allí limpian con lejía y otros productos abrasivos para ella. Ahora, después de unos meses de tratamiento en la clínica de Alborada, ha mejorado:
“Estoy mejor, noto gran diferencia, ¡tanta, que ahora hasta puedo correr un kilómetro!. Mi mejoría me da mucha alegría y fuerza para seguir adelante –apunta- pero es muy difícil porque mi vida ya nunca va a volver a ser como antes, como la de una adolescente de 14 años en el siglo XXI que estudia y tiene amigos”.
Para los médicos de la Fundación Alborada, una de las razones que pueden explicar la epidemia de intolerancias alimentarias, hiperactividad o asma infantil es la exposición a sustancias tóxicas desde el embarazo, en los primeros meses de vida e, incluso, durante el nacimiento. La oxitocina rutinaria (una hormona sintética utilizada masivamente para provocar el parto) podría estar relacionada, por ejemplo, con alteraciones de personalidad en el niño. Cada vez son más los indicios de relación entre la “epidemia” de oxitocina y la “epidemia” de autismo, según el doctor Emilio Santos Leal, médico psiquiatra y ginecólogo. Según Bernard Rimland, director de Instituto para la Investigación del Autismo, la epidemia de autismo es un hecho y la causa podría ser la “excesiva vacunación de la infancia”.
– Publicado por Miguel Jara el 15 de febrero de 2012
Quien publica esta nota es Co Director de Comunicación de la Fundación Alborada.
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