– Alejandro Horowicz (UBA) – Buenos Aires Económico – 14-12-09
Los comerciantes conocen el secreto: la adolescencia contiene casi todo el target “aspiracional hacia arriba y hacia abajo”: los chicos y chicas de 9 a 12 años quieren ser adolescentes, lo mismo sucede con los de 30, más allá de su sexo, y los que tienen más edad de ningún modo aceptan que se note.
En materia de distribución del ingreso y pertenencia a clases sociales ocurre otro tanto: todos quieren ser de clase media.
Al menos así piensan los economistas del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (Cedlas) de la Universidad Nacional de La Plata.
La tesis, más sociológica que económica, permite ver que la “clase media” funciona como proyecto tanto para pobres como para ricos. A ese club todos creen/quieren pertenecer.
“Un 50 por ciento de la población piensa que se ubica en los dos deciles –20 por ciento– del segmento medio, y eso es matemáticamente imposible”, explica Guillermo Cruces, economista de la Universidad Nacional de La Plata. El efecto observado resulta asimétrico, ya que son más los ricos que creen pertenecer al club, que los pobres que pueden acceder a él.
Pero: ¿cuál es la magia de la clase media?
Victoria Ocampo sostuvo alguna vez: “Tengo casi todo lo que se puede tener”. Si alguien le hubiera preguntado a qué clase social pertenecía, seguramente no hubiera dicho the middle class.
Para Marx ésta era la clase que no es burguesa ni proletaria, la que oscila entre el yunque y el martillo.
Victoria Ocampo fue absolutamente consciente de su lugar, y por tanto de las obligaciones que “naturalmente” le correspondían, ya que la historia argentina era un asunto de su familia.
José Alfredo Martínez de Hoz, otro integrante nato del mismo club, me explicó –en su despacho del quinto piso del Ministerio de Economía–: ser ministro para mí es “una obligación”; obligación que surgía de los privilegios sociales que había usufructuado. “A grandes ventajas, grandes obligaciones”, sostuvo. Hablaba en serio.
Pues bien, las virtudes de la dictadura burguesa terrorista y de sus beneficiarios sociales y políticos han quedado atrás; hoy nadie quiere hacerse cargo de responsabilidad alguna, sólo se trata de vivir en un país barato, tranquilo y eficiente.
Cuando se observa el temario del debate que atraviesa a la sociedad argentina, todo queda claro: no se trata de una discusión sobre el nuevo perfil industrial ni de las dificultades para integrar política y económicamente Sudamérica, ni siquiera la cuestión ambiental; por eso el rabino Sergio Bergman y Abel Posse dan el tono; un tono que remite a los argumentos explícitos de Luciano Benjamín Menéndez. Y todo lo demás es historia.
Una conocida que dispone de varios millones de dólares y vive en una preciosa casa en Nordelta proclamó suelta de cuerpo: “La clase media tiene que defenderse”, dando por sentado que ella pertenecía a tan primoroso club. Debemos admitir que dice la verdad de sus aspiraciones.
En todo caso, el temario del country –seguridad, policía, delincuentes y libre circulación por las rutas argentinas – la incluye, y contiene todas las aspiraciones de la hegemónica “clase media”.
¿Y las otras? No existen, en todo caso hay que reconstruirlas.
Mientras la sociedad argentina tuvo una clase dominante que actuaba como dirigente las demás discurseaban proyectos más o menos “propios”. No bien el único programa se redujo a vivir en paz, a que nadie te joda, a poder disfrutar de lo obtenido y sacarle el mejor provecho posible, un horizonte genocida se abrió para la sociedad argentina.
En ese horizonte todos los que constituyen alguna clase de obstáculo –los pobres, los inmigrantes, los sometidos a condiciones de marginalidad, los que dependen de la acción del Estado, los minusválidos, etcétera– son sospechosos de integrar la vasta conjura que impide a la gente respetable dedicarse a nada.
Esto es, que nada tenga que importarte salvo hacerse las lolas, o cambiar una esposa de 45 por una más tilinga de 22, mientras todos tratan de seguir siendo indefinidamente adolescentes.
El 2001 mitigó durante una fracción de segundo histórico esta paupérrima perspectiva que el menemismo terminó de instalar con tanto éxito; pero no bien el 3 a 1 se estabilizó, cuando el viento de cola del mercado mundial volvió a mostrar que Dios era argentino con buenos precios agrarios internacionales, cada cual volvió a sus asuntos, esperando que el gobierno se hiciera cargo de todo lo demás.
Con la reaparición del conflicto social –la 125 trajo a la superficie los sedimentos más miserables y constitutivos de una sociedad que no repensó nada – los temores revivieron, movilizados por el nuevo horizonte de crisis; todas las pústulas de la sociedad argentina se recobraron; y una vez más quedó claro que los responsables de la dictadura terrorista no eran sólo tres comandantes militares sino la compacta mayoría que –implícita o explícitamente – militó bajo las banderas del “por algo será”.
Ahora se entiende: la sociedad argentina se observa a sí misma desde la perspectiva de la clase media adolescente, porque de ese modo no es responsable de nada; y si no es responsable otro tendrá que hacer lo que haya que hacer, para que comprar Chanel Nº 5 en el duty free shop deje de ser un engorro. Y ese otro se parece peligrosamente al Fino Palacios.