“Penélope” cerró el 8º Encuentro Nacional de Teatro Late Alto Salta 2013 organizado por el INT, en San Antonio de los Cobres del departamento de Los Andes, el lunes 23 de septiembre a las 19:30 hs., en el Salón del Mercado Artesanal con 100 espectadores. (Foto de portada).
Antes, hizo su presentación en el Teatro de la Fundación Salta, el domingo 22 de septiembre donde fue aclamada por los presentes. Llegó a la Argentina hace dos semanas para realizar 22 funciones, la gira más extensa que hizo en el país (la anterior fue con “Giulietta”), y esta es su primera aparición en Salta. El jueves continuará en San Juan dentro del Circuito Nacional, seguirá hacia Mendoza y hasta el sur, para volver a las provincias del centro. Tendrá un leve respiro por una semana en Cataluña, su hogar, para regresar por América y presentar otro espectáculo en Río de Janeiro y proseguir más tarde por países nórdicos como Noruega, y por Bélgica en el 2014.
Viaja con su Compañía, Oriol Blanchar (atrezzo) y Yuri Plana Llort (técnico en iluminación) quienes realizan el montaje técnico de la obra. Por detrás, hay todo un equipo artístico que sostiene su trabajo y cuenta con la dirección de Nola Rae, quien reside en Londres y a la que Pepa define como “un monstruo” por su capacidad.
«Penélope» es la versión femenina del mito: “como payasa me permito fabular que en el fondo ella se lo inventa todo, juego a ser Penélope”– dice Pepa a Salta 21 . Y considera que todos conocemos la Odisea con la visión masculina del héroe. En su espectáculo, la mujer es la heroína, la que espera, la que sabe cómo ganar la guerra y entre tanto, inventa el tejido. Sueña con el regreso de Ulises tras la victoria: “Penélope espera por 20 años a su amado Ulises y tiene que tejer, cuando termine el sudario, el que se case con ella será el rey de Ítaca. Esperar el amor… qué historia más bonita… Entre mis aficiones, leí un libro francés, ‘Yo espero’, apaisajado, me gustan los libros para niños, y allí se cuenta la vida con una cuerda roja. Eso es lo que quise, contar la vida a través de un hilo. En cada nuevo espectáculo, nada está escrito y todo está por hacerse”– comenta. En la puesta catalana, el desenlace ofrece un nuevo giro. Quizá muchas mujeres se animen a cortar el hilo de las ataduras, quizá, hay otro destino para la heroína mítica quien rediseña su nueva odisea. Tal vez ese giro, esa transformación, sea convertirse en ella misma: en una payasa.
El universo planeano gira en torno a una máquina de coser, el caballo de Troya del espectáculo español. Por allí, todo es posible.
Pepa Plana sabe tejer en la realidad. “El trabajo del payaso comienza con hacer lo que se sabe hacer”, dice, y lo practica en lo que llama “mi segunda opción”, que es dar cursos sólo dos veces al año. “El primer paso es la mirada, si el payaso no mira no existe y todo lo cuenta con la mirada; trabajo con el dúo para llegar al solo. Pero lo que más me gusta es actuar”– agrega.
Y lo lleva a la práctica con “Penélope” cuando interroga al público con sus ojos, o cuando le hace un guiño cómplice. Se desdobla en Pepita, el ama de llaves de la protagonista, y hace una caída de ojos impresionante, que se puede lograr con bastantes años de práctica profesional. Trabaja el detalle y compone personajillos ideados con elementos de costurera a quienes los hace hablar de manera humorística y acotada, vocablos cortos y efectivos. «La Chispa», una mascota particular, le imprime a la escena la gracia personificada. El gesto sustituye a la palabra y sus acciones componen perfectas secuencias narrativas. El aspecto sonoro es tan importante como el visual, incluso introduce la magia como recurso escénico. . Su nariz, su maquillaje, sus zapatones y su vestuario crean el lado femenino de la payasa: “Soy Pepa, no tuve ni siquiera que inventarme el nombre. Me gusta que me llamen payasa, no soy un clown, no soy Augusto, soy Augusta y si me dicen clown sólo porque parece más culto, pierdo el género. El payaso no es un actor, es un ser. El actor interpreta un personaje, en cambio el payaso se interpreta a sí mismo, juegas a ser un personaje. Fui actriz durante 10 años, pero ya no quiero serlo. Mi payasa me eligió a mí, fue una revelación, el payaso estaba en mí”– dice. “No hay un estereotipo femenino, nos tenemos que inventar así que hasta tenemos derecho a equivocarnos!…”– exclama. Así se reinventa a si misma: su propio maquillaje, su propio vestuario y sus zapatones originales, hechos en Barcelona por un artesano zapatero: “no hay dos iguales”, como tampoco hay dos payasas ni payasos iguales.
Fuera de sus unipersonales, trabaja con Payasos sin fronteras con los que arma compañías de 3, 4 y 5 artistas máximo. Colabora en galas junto a otros payasos y antes de ingresar al Cirque du Soleil, formó un trío: “lo más importante es ser feliz, cuesta adaptarse a disciplinas cerradas, eso es cortarte las alas a un payaso pero la vida no es sólo dinero, tienes que ser feliz”. Por eso rescindió el contrato y eligió hacer una pausa: “prefiero estar en la luna” – expresa. En la catedral del circo donde fue a crear su propio espectáculo, «Amaluna», hoy, quien la sustituye, la imita en forma exacta: «ella es Dida, mi payasa, la llamé así porque quiere decir nodriza en catalán, y porque la directora quería un nombre».
“Al espectador le gusta el carisma y eso tiene que ver con lo diferente porque si copias no hay carisma» – explica sobre tener un modelo. Para Pepa, los grandes maestros a imitar son los niños y la gente mayor, porque te dan pistas y tienen una lógica, como la tiene el payaso (cuando hablamos en masculino nos referimos a la técnica).
Resulta fascinante conversar con Pepa Plana, sabe lo que hace y desde dónde lo dice. Y porque todos los payasos del mundo están en la misma sintonía. No por nada es una referente a nivel mundial en su género artístico. Un “icono”.
Con destino a San Antonio de los Cobres
El lunes 23 de septiembre llegué al hotel donde se hospedaba la Compañía Pepa Plana, a las 7 o’clock. Oriol Blanchar se presentó primero, luego Pepa y finalmente Yuri. Decirles “viajo con ustedes” fue suficiente para que apareciera la cordialidad. No necesitaron explicaciones ni credenciales. “Esta es una Compañía familiar”– definió Oriol, y con un humor natural expresó: “antes, hace 20 años atrás, yo era una persona normal con un trabajo normal”. “De toda la vida hago teatro” -dice Pepa entre conversación y conversación, “la primera vez que llegamos a la Argentina estuvimos en la base del Aconcagua”. Es muy temprano, el día anterior tuvieron función. Pero su espontaneidad la lleva a ser quien es, así… sin darse cuenta. Mientras suben la carga con la ayuda de Néstor Segovia, el técnico del Auditórium a quien eligió Cristina Idiarte, representante del INT Salta, para colaborar con el grupo, Pepa fue a desayunar en la esquina de la Casa de la Cultura: “ahora sí, ya estoy lista para subir a la montaña”– dijo al término del café. Su primera expresión en la ruta fue “un cactus, qué cosa más bonita”. Y fueron admirando el paisaje durante las más de tres horas que duró el viaje por caminos de cemento y polvo. Un par de hojitas de coca vinieron bien para sortear la altitud.
Pepa, Yuri, Oriol
No contábamos con un importante aspecto: el conductor, Cristian Vacazur, oriundo de Los Cobres, se convirtió en un verdadero guía turístico que, al conocer la historia de su pueblo y de los caminos que a diario recorre, nos abrió un libro que cerró al despedirse, allá en el Mercado Artesanal, para seguir viaje por “arriba” transportando camiones. “Mañana viene a buscarlos mi hermano”– nos dejó tranquilos. Y así fue. Héctor, no menos conocedor que su par, nos narró hermosas historias y mientras volvíamos, todo tenía un nombre por la ruta. Hijos de Benito Vacazur, un empleado del Tren a las Nubes que falleció hace un mes y a quienes ambos recordaron con cariño, fue un laburante ferroviario que vivió con una mínima jubilación, después de haber quedado sin su empelo cuando por error, Argentina clausuraba la historia de sus ferrocarriles. No hubo indemnización para Benito, ni reconocimiento. Aunque sus hijos son su viva memoria.
El armado de la obra fue exhaustivo y la técnica y el montaje exigieron poco más de cuatro horas. En el medio, entrevisté a Pepa Plana en un camerino improvisado en el lugar, pero cómodo y luminoso. “El camerino es como mi casa y en casa uno tiene que estar cómoda” – subraya. La amabilidad de los lugareños ayudó mucho al desarrollo del espectáculo: Cintia Taritolay y Abel Arjona, Informantes turísticos de la Secretaría de Turismo del Municipio, colaboraron con la Compañía para que la función de las 19:30 salga como estaba prevista.
Sobre su experiencia en Argentina, la artista catalana señaló: “es super curioso lo fácil que te conecta la lengua, me doy cuenta que hay muchas argentinas, también una Buenos Aires y cada región tiene su intríngulis”. Elogió al espectador argentino al que definió como “sabio”. “El aplaudir cambia, es todo un ritual según el lado del mundo. En España el actor sale varias veces, aquí hay un aplauso a rabiar y ya. Nunca en Europa un artista para el aplauso, aquí lo hacen para decir algo…” La payasa habla varios idiomas: su lengua, el catalán; el español o castellano; portugués; francés; italiano e inglés. “Si te sabes una lengua latina te sabes todas”– comenta.
Pese a que el Festival Internacional de Payasas de Andorra fue clausurado con la excusa económica por parte del gobierno tras haberse concretado el quinto, ganado en prestigio, en adhesiones y en propuestas de calidad, ella se muestra optimista: “hice el festival que soñé”.
Pepa encontró en las artesanas tejedoras, una doble de su Penélope. La tejedora hilaba como ella lo hace en su obra y la máquina envolvía el hilo de la vida, como la historia que se entreteje en la puesta.
Caída la tarde, una larga fila de jóvenes estudiantes de carreras docentes del Terciario Nª 6028 y del BSPA Nº 7093, se prepararon para asistir a la función. Junto a ellos, público diverso ingresó en el Salón del Mercado Artesanal y no faltó un perro curioso, casi cervantino, apostado entre las sillas. Un perro teatral. La Directora del Terciario se mostró entusiasmada por la presencia de los estudiantes y señaló a esta cronista, lo positivo de la actividad, que además, fue gratuita. La mayoría de los jóvenes a quienes les pregunté no habían visto jamás teatro. Algunos recordaron la presencia de Teatro con muñecos, de La Faranda. La profesora de Lengua y Literatura Mónica Reales, manifestó a Salta 21 que esta era la primera vez que veía teatro desde que trabaja en San Antonio, hace 6 años. Expresó además que había presentado un proyecto para un concurso con el fin de ganar dinero para techar un espacio y colocar un telón, pero que no ganó. “Los jóvenes no tienen nada para hacer los fines de semana”. Y me contó que llegan bandas musicales al pueblo, generalmente folclóricas, y que en alguna oportunidad trató de gestionar espectáculos de teatro, sin arribar a buen puerto.
Pepa entregó su talento a los cobreños. Un público ansioso preguntó por su página “para seguirlos por Internet” (pese a que se hace difícil navegar fluidamente) y muchos quedaron asombrados al conocer el origen de los artistas. Una jovencita me dijo que conocía el mito de Penélope y Ulises y aunque otros no lo conocían, se llevaban por la historia que la payasa creaba en escena. La obra arrancó sonrisas a los espectadores y la interacción con el público les resultó atractiva. Siguieron a Pepita en sus sonidos onomatopéyicos y aplaudieron la obra sin moverse por varios minutos, de sus asientos. Hubo un público que estuvo de pie durante toda la función, detrás de las sillas. La obra estuvo sensacional.
Con su payasa, Pepa escribía una nueva página para el teatro salteño. En las alturas, se sabe, se corre el riesgo de apunarse. “Lo logré”– dijo al terminar la obra. “Pase lo que pase, sea la circunstancia que sea, el artista siempre tiene un plus”– agregó. El encuentro entre público y artista se había producido de manera exitosa.
Al otro día, con un sol espléndido, un cielo azul y una leve ventisca, llegamos hasta el Viaducto La Polvorilla. Pepa me había dicho que lo importante es ser feliz. Arriba, entre los durmientes del Tren a Las Nubes, una dicha tenía su doble valor: haber actuado a casi 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar por un lado, y sentirse estar como en la luna, por el otro. Esos lugares a los que sólo un artista sabe llegar para alcanzar su felicidad.
De derecha a izquierda: Yuri, Pepa, Oriol, Néstor y Romina en el Viaducto La Polvorilla
– Fotos tomadas por Salta 21
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