La escalada de críticas de la principal socia de Cambiemos ya no se limita al funcionamiento de la Justicia sino que ahora alcanza también al tenor del ajuste económico. En el PRO son concientes del potencial daño por el rol de Lilita como líder de opinión
Uno de los peores temores del gobierno macrista está corporizándose: que Elisa Carrió deje de ser una aliada para transformarse en la principal opositora.
El potencial daño político de esa situación hace temblar a los dirigentes de Cambiemos.
No se trata del temor a la pérdida de apoyo numérico, dado que ella tiene una fuerza exigua en términos de representación parlamentaria. Más bien, por su potencia como líder de opinión.
Prueba de ello es la convocatoria que Mauricio Macri le hiciera para que concurriera a Olivos antes del viaje del Presidente a Washington para participar en la cumbre de seguridad nuclear de la ONU.
Carrió viene avanzando en una escalada de declaraciones altisonantes en que está poniendo más nervioso a Macri que la agenda nuclear de la ONU.
Más aun, por el momento económico que transita el país, marcado por los miles de despidos en el sector público y privado, la alta inflación y una economía que no da para el festejo.
Por lo pronto, aquello que en un comienzo había arrancado como una tibia y hasta cariñosa crítica constructiva dio paso a su clásico estilo furibundo.
En este sentido Carrió:
– Tomó partido por Graciela Bevacqua en la interna del Indec, tras la disputa que la empleada tuvo con Jorge Todesca, quien fuera designado por el propio Macri para encabezar el organismo.
– Exigió que el empresario Nicolás Caputo se aparte de toda licitación pública, a raíz de su amistad con el Presidente.
– Denunció en sede judicial a Daniel Angelici, socio de Macri y titular de Boca Juniors. Esto, a raíz de su supuesta injerencia indebida en el funcionamiento del Poder Judicial.
– Y, para rematar, publicó comentarios críticos en Twitter vinculados con el tenor de las medidas económicas: «No comparto ajustes brutales de agua, gas, transporte en medio de tan alta inflación. No se puede ahogar a la sociedad que nos apoya en el cambio», escribió la implacable Lilita.
Todas estas cuestiones -a tan sólo tres meses de haber asumido- conforman un «cóctel explosivo» que ha puesto al macrismo en «alerta naranja».
La historia se repite
¿Qué está ocurriendo? ¿Es acaso la antesala de la primera crisis política de la actual administración justo en momentos en los que se celebra el regreso al mercado del crédito, la visita de Barack Obama y las buenas perspectivas por parte del sector privado?
Todavía no está claro hasta dónde puede llegar la desavenencia entre ambos, pero para muchos lo que ocurre con Carrió lejos está de ser una sorpresa.
Como en la famosa fábula del escorpión y la rana, su actitud, sus declaraciones y sus denuncias responden simplemente a que es algo que «está en su naturaleza».
A fin de cuentas, formó parte del gobierno de la Alianza durante la presidencia de Fernando de la Rúa. A los pocos meses rompió y avanzó en una andanada de críticas a la gestión, sumando denuncias de políticos y banqueros, entre otros.
Luego, tras haber conseguido un honroso segundo lugar en las presidenciales de 2007, se peleó con sus socios internos de la Coalición Cívica.
Más tarde, ya en su raid denunciador durante kirchnerismo, se alió con Fernando «Pino» Solanas. El «matrimonio» duró poco y terminó en una pelea escandalosa.
Fue así que Carrió pasó de ser la principal figura, ideóloga y armadora de la coalición Frente Amplio Unen a la artífice de su irrelevancia en el arco político.
Fue a partir de entonces que se ganó su fama de «experta en demoliciones», tal como afirma el analista Jorge Asís.
De aquella época quedaron imágenes y frases que llenaron horas de noticieros de TV y mucho espacio en los portales de noticias.
Su pelea con Solanas fue antológica, luego de que éste dijera «el que siga con estas piruetas no tiene lugar en Unen», en alusión a un intento de pacto con Macri.
«Nosotros nacimos para enfrentar al PRO y al kirchnerismo», decía «Pino», al tiempo que Carrió tomaba su cartera, se levantaba y retiraba, alegando que prefería ir a comer una pizza.
«A los que me acusan de jugar con el PRO, no me corran por izquierda», había advertido.
El acuerdo que surgió dividió la opinión política. Estaban quienes la catalogaron como la gran estratega de la derrota electoral kirchnerista y aquellos que la vieron en el inicio de un nuevo ciclo de construcción de acuerdo que luego sería nuevamente derruído.
«En el fondo de su corazón tiene el anhelo secreto de poder ganarle a Macri, pero desde el punto de vista de las probabilidades es cercano a nulo», afirmaba en ese entonces el consultor Federico González, de la encuestadora González y Valladares.
Y añadía: «El idilio se va a terminar cuando Carrió quede relegada a ser segunda de Macri. Ahí aparecerá la Carrió beligerante de siempre».
Luego de tantas idas y venidas, entre los políticos de la coalición de centro izquierda había quedado una marcada capa de resentimientos.
De esto daba cuenta, entre tantos otros, el secretario general de Libres del Sur, Humberto Tumini: «Debería ser más honesta y decir que le gusta el programa de la derecha, aunque haya mafias y mafiosos también allí, acorde a lo que ella misma ha dicho durante 10 años».
Lo cierto es que muchos, dentro del propio macrismo, coincidían por lo bajo con ese diagnostico, considerando sus antecedentes.
Se preguntaban qué tan fiable era una alianza con Carrió quien, a fin de cuentas, en 2013 había denunciado públicamente un pacto entre Macri, Cristina Kirchner y el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, para manejar la Justicia.
Y era la misma Lilita que desde la primera postulación de Macri a la jefatura de Gobierno de la Ciudad (2003) había catalogado al ahora Presidente como un fiel exponente de la «patria contratista», especializada en vivir a costas del Estado.
Uno de los que se mostró más abiertamente en contra del acuerdo fue Jaime Durán Barba, el consultor estrella del jefe de Estado, conocido por su aversión a la cultura de la denuncia y por ser partidario de los mensajes políticos con tono positivo.
«Hay que correrla de la campaña porque no suma. En un contexto positivo, su pesimismo constante y las denuncias altisonantes provocan el rechazo de la gente», había dicho el asesor en un momento en que las encuestas parecían favorecer a Daniel Scioli.
Por expresar esa opinión, sufrió en carne propia la filosa lengua de la diputada, quien lo fulminó con esta frase: «La verdad es que me preocupa que le den importancia. Me parece un hombre tan vulgar, tan ordinario. A mi casa a cenar no lo invitaría».
El daño del «fuego amigo»
No obstante, primó la visión según la cual un acercamiento con Carrió le era útil al PRO.
El argumento se basaba en que permitiría perforar el «techo» que le impedía a Macri crecer electoralmente, ya que era visto como un candidato restringido al ámbito porteño de centro derecha.
Efectivamente, así fue. Carrió cambió la forma y el fondo del discurso macrista.
No sólo le hizo sustituir los globos amarillos por banderas multicolores sino que le aportó la pátina de centro izquierda y un discurso moralizador con foco en la honestidad y transparencia en la política.
Fue a partir de esa alianza que Macri empezó a hablar con decisión sobre la corrupción administrativa de la gestión kirchnerista y se ocupó de despejar cualquier duda sobre un «pacto de impunidad».
Y, sobre todo, fue gracias a Carrió que el líder del PRO se tornó «digerible» para un sector de la clase media progresista que veía con desconfianza el estilo y la propia historia personal de Macri, el hijo de Franco y ex ejecutivo del grupo industrial Socma.
Es, precisamente, por eso mismo que ahora hay inquietud en el Gobierno. Así como en su momento Carrió aportó apoyo social a Macri, ahora puede erosionarle esa base política.
No en el Congreso, porque la dirigente preside un bloque que tiene apenas cuatro diputados y un senador.
Con lo cual, incluso en la eventualidad de una ruptura explícita, las consecuencias no serían tan graves en el plano legislativo.
En cambio, Carrió sigue siendo un «peso-pesado» en los medios de comunicación. Más aun, su capacidad de daño desde el punto de vista político y de imagen pública es enorme.
En el PRO lo tienen claro, al punto de que un comentario en Twitter justificó la convocatoria urgente a Olivos.
Porque una cosa es que tanto Macri como su plan económico sean criticados por el kirchnerismo -algo que en el Gobierno no sólo daban por descontado sino que hasta lo consideran «deseable«- y otra muy distinta es que los embates provengan de una aliada como Carrió.
Como la mayoría de los simpatizantes de Cambiemos tienen un fuerte rechazo hacia la figura y estilo de Cristina Kirchner, entonces cada vez que ella o, en su nombre, Axel Kicillof, Aníbal Fernández o Guillermo Moreno atacan, eso le funciona al Gobierno como una confirmación de que va por el buen camino.
Pero si quien critica y denuncia es Carrió, la cosa cambia radicalmente: la fuerza política de la diputada se sustenta en haber ganado, en el imaginario social, un lugar de «gran fiscal de la nación», tal como la llamara el propio Macri.
Después de todo, cuando todavía estaba en campaña, el ahora Presidente no ocultaba su intención de que ella fuera la próxima Procuradora General de la Nación.
«Tendrá que elegir entre Angelici o yo»
¿Qué pasará de aquí en más? Este es el dilema de un Gobierno que le debe en gran medida haber llegado al poder, que la necesita como «sello de calidad moral» pero que, al mismo tiempo, la ve como una piedra en el zapato.
De momento, Macri sigue apostando a la continuidad de la alianza política, pero empieza a dejar en claro que no cambiará ciertas actitudes sólo porque puedan herir la sensibilidad de Carrió.
Por caso, al ser entrevistado en ocasión de los primeros 100 días de su gestión, el Ejecutivo respondió con un seco «ya se lo expliqué a Lilita», cuando el periodismo le hizo notar las crecientes críticas.
Y aclaró que no torcerá su rumbo. Sobre su amigo Caputo y su participación en licitaciones públicas, fue bien explícito: «Participará como todos, con las mismas reglas, sin ninguna ventaja», dijo.
«Lo que hay que entender es que el amiguismo deviene de licitaciones poco transparentes. Si vos hacés todo transparente, donde todos compiten, no hay nada de qué preocuparse. Lo mismo hice durante ocho años en la Ciudad», completó.
También defendió al ahora cuestionado Angelici, que está amenazando con enjuiciar a Carrió. Así lo describió Macri: «Es el presidente de Boca, que tiene una visibilidad absoluta y además, una militancia radical. Ha ayudado al crecimiento de PRO. Nos ayuda, pero su prioridad es Boca».
Carrió, lejos de darse por satisfecha, insiste en su denuncia y cataloga a Angelici como un operador que ha pactado un retiro negociado con el controvertido juez Norberto Oyarbide.
«Si no hay justicia este Gobierno va a volver a robar. La Argentina necesita salir de la impunidad», fue la dramática sentencia de la dirigente, quien se mostró dispuesta a poner a Macri entre la espada y la pared al afirmar: «Tendrá que elegir si lo quiere a Angelici o a mí como socia».
Este viene a ser uno de los primeros test para la «muñeca» política de Macri. La sensación es la apuesta a la continuidad.
Del lado de Carrió, no está tan claro si existe esa voluntad o si considera que habrá llegado el momento de la ruptura.
Una vez más, parece ratificar que cumplirá con todos los puntos del personaje político que ha construido en estos años.
Esa misma altisonancia y vehemencia le podría jugar en contra. Después de todo, fue la propia Lilita quien, en su denuncia judicial contra Angelici, admitió que no estaba segura de que las actividades del titular de Boca constituyeran un delito. Pero que «estaba harta».
Una vez más, su naturaleza es más fuerte.
– Por Fernando Gutierrez
iProfesional
La pesadilla de Macri hecha realidad: Carrió se transforma en opositora interna y socava la base de apoyo político
Si yo fuera Macri, iría preparando mi velocípedo; por qué, si sigue con las burradas qué está haciendo, saldrá así de la Casa Rosada