La hegemonía política cultural del kirchnerismo consagra una derrota; no la que señalan panegiristas y detractores; el neoliberalismo, sino la del proyecto revolucionario de la generación del 70.
Todo este largo proceso político, tiene una marca en el orillo: el de la dictadura militar y el terrorismo de estado. Su itinerario recorre como mínimo cuatro momentos: el alfonsinismo, al que los intelectuales provenientes en lo fundamental de la denominada nueva izquierda, le aportaron un enfoque ideológico influenciado por el eurocomunismo. Una suerte de tercera vía de fines de los 70 y principios de los 80, que se planteaba una posición intermedia entre los socialismos reales del este y la socialdemocracia europea.
El frente grande que adoptó la tercera vía de Guiden y Blair, es decir un intermedio entre el neoconservadurismo y la socialdemocracia. El 2001-2 y en el marco de las asambleas populares la emergencia de una denominada nueva izquierda, planteaban un recitativo de poder popular sin asaltar el estado y finalmente?…. El kirchnerismo, hijo directo de la incapacidad de la izquierda, ante esas circunstancias excepcionales de haber podido alzar una alternativa política y catalizar la importante movilización popular que jalonaron aquellas jornadas.
Si políticamente las características del ejercicio del gobierno se pueden resumir en alternancia y cogobierno, en términos económicos, ajuste y entrega, tal vez sean las claves que mejor caracterizan la etapa inaugurada por la dictadura y continuada por los sucesivos gobiernos democráticos, con el matiz de que el kirchnerismo morigeró el ajuste y profundizó la entrega.
Si la experiencia del alfonsinismo utilizó la democracia como un valor límite con el fin de juntar fuerzas y oponerse a la experiencia autoritaria; convertida en último horizonte se constituyó en un término opuesto a los ideales de revolución y socialismo y fue efectiva al marcar a fuego ciertos principios del liberalismo político, que son ideas fuerzas que estructuran la política argentina hasta la actualidad.
Durante los años 60 y por lo menos hasta mediados de la década del 70 el debate de la izquierda latinoamericana se centraba en la revolución. Junto al derrumbe de las expectativas montadas sobre ésta como idea y práctica y con la construcción de una nueva mirada sobre la política, se realiza el proceso de desmonte. El término revolución pierde la centralidad del pasado y la vía revolucionaria al socialismo entra en crisis al ser asociadas al “autoritarismo” de los modelos soviéticos, de la supresión de la democracia por prácticas estalinistas o a la idea de dictadura del proletariado, vinculada a los regímenes militares latinoamericano o a propósito de la rigidez de la planificación estatista y burocrática.
A fines de los años 70 y frente al carácter ampliamente represivo de las dictaduras expresado en las desapariciones, los exilios forzados, los encarcelamientos, estos intelectuales plantearan como objetivo estratégico los derechos humanos, reivindicando los limites jurídicos del poder estatal para garantizar un mecanismo que impida el ejercicio arbitrario e ilegítimo del poder; El Estado Constitucional de Derecho. Posibilismo en su estado paroxístico. (Los vencedores hicieron el balance de los vencidos y ellos no están para defender sus ideas).
El derrumbe del alfonsinismo no los dejó sin argumentos, esta vez un hecho de impacto mundial les vino como anillo al dedo a sus enfoques, la caída de la ex Unión Soviética y la desaparición del Bloque del Este, actúo como una certeza de que nada por fuera de las “democracias occidentales”, se podía construir, ni siquiera pensar; la destrucción de los principios fundacionales del Frente Grande y su mutación en la Alianza, tiene esa marca de origen, que se expresó como desprecio a la militancia, como negación de las identidades políticas ya constituidas, el hecho de entender la política como espectáculo televisivo, sumado a una sobrevaloración del mismo como forma de comunicación con la “gente”, política como presente perpetuo, sin pasado y sin futuro, todos conocemos como terminó esa experiencia, metiéndole bala a nuestro pueblo, con un vicepresidente renunciando y preservándose para tiempos mejores y un presidente escapando en helicóptero.
El 2001 los llenó de espanto, sus principales previsiones teóricas y políticas quedaron hechas añicos en aquellas jornadas porque la institucionalidad democrática, no podía disimular un orden social más desigual y excluyente que nunca antes.
Este fue el resultado de postrarse en el altar del posibilismo y asumir como propios los postulados de tercera vía, la fraudulenta y recurrente idea de un capitalismo con rostro humano que sostenía teóricamente Anthony Guiden y políticamente Tony Blair.
Si en los 70 la Nueva Izquierda surgió por fuera de la izquierda existente, con la bandera de la lucha por el poder, por izquierda de la izquierda tradicional, la que emergió de la debacle del 2001-2 asumió como propio, enfoques que son resultados de visiones no dialécticas de la derrota del socialismo, influenciados por los teóricos de la globalización como Negri y Holloway. Ahora se reconocía el carácter plural, multifacético y concentrado y/o concertado que pueden presentar las luchas políticas y sociales y un nuevo relato centrado en la “identidad” ocupara el lugar que antaño tenía la idea de revolución, acorde a como se sufre la dominación se construye la propia identidad y estará permitido ser “verde”, “feminista” ”indigenista”, etc., mientras no se atente contra la sacrosanta propiedad privada.
Si bien es cierto que la recomposición de una izquierda revolucionaria es tarea de generaciones, algunas claves hay que ubicarlas en que las organizaciones sociales y políticas se han desarrollado al margen del estado, contra el estado y esto último parece ser lo que explicaba la fortaleza de las mismas, es decir la izquierda acumula por fuera o en contra del estado no desde el mismo, el carácter de fuerza presupuestaria, no le da independencia política en relación a un gobierno que sostiene la estabilidad burguesa y por supuesto tampoco autonomía.
En la actualidad la militancia de izquierda se mueve con una concepción ideológica que traducida a la política se puede caracterizar de “concisión adjetivada” por ejemplo los que apoyan al FPV sostienen un presunto antiimperialismo de un gobierno que entregó los resortes claves de la economía a multinacionales fundamentalmente norteamericanas, o sectores trotskista que afirman un ascenso de la izquierda, cuando sólo expresan el 2,3% del electorado, etc.
Hay que agregar en este breve inventario anacronismos varios, es decir poner en moldes nuevos problemas viejos, o en moldes viejos problemas nuevos, como son por ejemplo en nuestro país, temas como el nacionalismo popular revolucionario y la teología de la liberación. Era entendible el apoyo al peronismo en personajes como Puiggros, que sostenían el carácter feudal de América y que en su etapismo apoyar el peronismo era avanzar en la revolución democrática burguesa, pero la izquierda que apoya al kirchnerismo, ¿lo hará por razones ideológicas, por razones prácticas, creerán sinceramente que así superarán los problemas que le crearon a un proyecto revolucionario a partir como mínimo desde 1945 y así resolver la inserción social de un proyecto histórico?
El denominado nacionalismo popular revolucionario tuvo un momento de desarrollo entre el Cordobazo y el ascenso de Cámpora al gobierno y era entendido como que las masas populares hicieron su experiencia política en el peronismo y los cuadros provenientes de la izquierda que constituyeron organizaciones filo peronista, lo dotarían del carácter revolucionario del que este carecía, ese sueño se empieza a desvanecer con la masacre de Ezeiza y con Perón expulsando de la plaza a Montoneros y creando La Triple A y es exterminado con la dictadura militar. Ni antes ni después de ese breve interregno fue considerada seriamente la existencia de un pretendido nacionalismo popular y revolucionario, ni hablar de un movimiento teológico de base que exprese una corriente significativa en el campo religioso.
Como diría el gran filósofo húngaro Gyorgy Lukács: seamos ortodoxos en el método marxista, no renunciemos a él, recuperemos el valor de sus categorías y consecuentemente el valor de las palabras.
Como se puede apreciar en este breve repaso, los que intentaron “copar “desde la izquierda el radicalismo y el peronismo con el pretexto de que son identidades populares y ahorrarse así el trabajo de pensar que son fuerzas sostenedoras del orden burgués , por lo tanto para un proyecto revolucionario de lo que se trata es de trascenderlas; esgrimen en su defensa una línea que declama una estrategia de poder popular (empoderamiento), encarnada como una idea de fuerza social puesta al servicio del logro de un pacto social que obtenga alguna concesión graciosa de la “burguesía nacional”. Esta línea sintetizaría una práctica política por fuera de la lucha de clases, la lucha de ideas se constituiría en el motor de la historia, es decir un enfoque de acumular sin confrontar.
DEMOCRACIA COMO OBJETIVO FINAL, BURGUESÍA NACIONAL COMO SUJETO PRINCIPAL DEL DESARROLLO ECONÓMICO Y ALIADA DE LOS TRABAJADORES EN UN BLOQUE HISTÓRICO Y EL PODER POPULAR COMO ENFOQUE DE ACUMULACIÓN, DA COMO RESULTADO EL PROGRESISIMO Y LA NEGACIÓN DE LA REVOLUCIÓN.
– Notas relaciondas:
Ambiciones desmedidas
http://www.salta21.com/Ambiciones-desmedidas.html
Aquellos soñadores setentistas
http://www.salta21.com/Aquellos-sonadores-setentistas.html