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sábado, noviembre 23, 2024

La Resistencia Peronista y la “resistencia” kirchnerista

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Tuve la suerte y el privilegio de conocerlos cuando ya estaban entrados en años -jubilados la mayoría- y de conversar con algunos de ellos y que me contaran sus experiencias militantes. Hablo de los hombres –y mujeres- que formaron parte de la Resistencia Peronista en el norte salteño.

La mayoría ya no está, pero recuerdo aún algunos nombres: Clemente Ávila, Alberto Abraham, César González, Hugo Rivero, Héctor Morales, Eva Garnica, Héctor Heredia. Al jefe zonal de todos ellos, Tomás Ryan, un líder muy respetado y corajudo, no tuve el gusto de tratarlo: murió de cáncer en los albores de los setenta y no pudo verlo al General de nuevo con la banda presidencial. Otro militante de aquellos tiempos, Zoilo Melina (ex sargento del Ejército), había sido secuestrado y luego asesinado allá por 1975.

¿Cuándo empezó la Resistencia Peronista? no lo sé. Tal vez al día siguiente del derrocamiento de Perón en setiembre del ’55. Lo que sabemos es que se implementó de diferentes maneras en todo el país, primero desordenada y anárquicamente según la acción voluntariosa de cada grupo de compañeros, después con formas de organización cualitativamente superiores, incluso con un comando nacional unificado: el Comando Táctico Peronista, cuyo jefe supremo era el mismo Juan Perón en el exilio.

La lucha con la consigna “Perón Vuelve” tuvo muchísimas facetas: desde el acto relámpago en una esquina cualquiera de una ciudad que podía ser Tartagal, la ciudad de Salta o la Capital Federal (el grupo de compañeros que aparecía de imprevisto, que coreaba consignas o cantaba la marcha, y desaparecía antes de que llegara la policía) hasta el “caño” que explotaba al frente de una dependencia militar o la caja resorte que expulsaba volantes al cielo con un manifiesto contestatario al régimen. En cada sindicato, además, se formaban núcleos secretos que reportaban a las centrales de la Resistencia para que las acciones fueran lo mas coordinadas posible.

Los resistentes del norte salteño eran obviamente trabajadores, esto es tipos que se levantaban a las cinco o seis de la mañana para ir a ganarse el sustento con que mantenían a sus familias, salvo algún joven estudiante que los acompañaba. De tal manera las reuniones para programar las actividades militantes se hacían cuando asomaba el crepúsculo, y las volanteadas y pegatinas ocupaban varias horas de la noche, por lo que era común que estos hombres llegaran somnolientos a cumplir con su jornada laboral. Había normas del gobierno militar como el Decreto 4161/56 que prohibía cualquier manifestación pública relacionada con “el tirano prófugo” e imponía la cárcel a los infractores. En el año 1958 el “Plan Conintes” estableció también penas parecidas.

El 30 de noviembre de 1960 es una fecha que los viejos peronistas salteños recordaban con emoción. Para ese día la Central de Operaciones de la Resistencia (el COR) cuyo jefe dentro del país era el General Miguel Iñiguez, uno de los militares peronistas proscriptos por el régimen, había decidido asaltar y tomar dos cuarteles militares con el propósito de que luego se sumaran otros para reclamar el fin de la proscripción del Peronismo y la convocatoria a elecciones libres y democráticas. Los cuarteles elegidos eran el de Artillería de Rosario (en Santa Fé) y el Regimiento 28 de Monte de Tartagal (en Salta).

El ataque al cuartel de Rosario –en la madrugada de ese día- fracasó, hubo muertos tanto en el bando atacante como en el defensor. En Tartagal, cuando los resistentes (los civiles locales y cuadros militares retirados) se disponían a cumplir su parte, llegaron las noticias de los sucesos de Rosario, por lo que los jefes del grupo, el mencionado Tomás Ryan y el Coronel (retirado) Eduardo Escudé, decidieron abortar la operación.

Tanto en Santa Fe como en el norte salteño las fuerzas militares iniciaron la represión que concluyó con la detención de los hombres de la Resistencia. Los presos de Tartagal fueron trasladados a Rosario en aviones militares donde fueron juzgados por un tribunal federal; las condenas fueron desde tres meses hasta dos años de prisión. La mayoría de ellos eran trabajadores de YPF, pero había también obreros madereros, empleados de comercio y jornaleros, por lo que sus familias empezaron a padecer necesidades materiales por la ausencia de los jefes del hogar. Las esposas de los militantes –humildes amas de casa- salieron a trabajar y con la solidaridad de otras familias de trabajadores peronistas pudieron por lo menos tener comida y vestuario en el tiempo que duró el cautiverio de sus maridos.

Los años de la Resistencia –vale recordarlo- fueron de tesón y sacrificio para la militancia peronista: hombres como el General Juan José Valle, los fusilados en los basurales de José León Suárez o Felipe Vallese (secuestrado y desaparecido en 1962) ocupan lugares imborrables en la memoria del verdadero Peronismo.

¿Por qué este breve ejercicio de memoria, por qué recordar estos hechos? Porque desde que el Kirchnerismo tuvo que dejar el poder por la libre elección de la ciudadanía argentina, se ha instalado una campaña de la dirigencia de ese sector arengando a sus seguidores a una nueva “resistencia” contra lo que ellos llaman “la Antipatria”, pretendiendo establecer un parangón con los episodios que terminaron con el derrocamiento del General Perón y sosteniendo que ellos protagonizarán una nueva gesta que los devuelva al lugar que ocuparon hasta el 10 de diciembre. ¡Una verdadera falacia! Veamos.

– En el ’55 el Gobierno Popular peronista fue desalojado violentamente mediante un golpe de estado llevado adelante por las Fuerzas Armadas que dejó cientos de muertos. En cambio el Kirchnerismo fue derrotado en las urnas en elecciones transparentes, libres y democráticas, con plena vigencia de las instituciones republicanas, y perdió el gobierno mucho más por sus propios errores que por los méritos de Macri y sus aliados.

– Al momento del golpe militar los índices de pobreza en la Argentina del ‘55 eran muy bajos; aún los críticos de Perón admiten que la famosa torta de la riqueza estaba equitativamente repartida, esto es que la clase trabajadora participaba ampliamente (con el cincuenta por ciento) en la distribución del ingreso nacional. Cuando el Kirchnerismo dejó el Gobierno el pasado 10 de Diciembre, los pobres representaban el treinta por ciento de la población (los datos son del Observatorio Social de la U.C.A. y nadie se atrevió a desmentirlos).

– Más allá de las acusaciones de autoritarismo que endilgaban a Perón, al momento del golpe la clase trabajadora lo seguía considerando su Líder. Ni Néstor ni Cristina fueron jamás líderes de los trabajadores, y mucho menos Ella luego de dejar el gobierno; sus acólitos son en su mayoría militantes de tiempo completo que pueden estar en un acto partidario a las 10 de la mañana o a las 3 de la tarde de un día laborable. Un trabajador que produce y se enorgullece de su medio de vida no puede darse ese lujo.

– Tras el golpe gorila del ’55 los cuadros militantes resistían exponiéndose a perder su trabajo en las fábricas o en el campo. La mayoría de los seguidores del Kirchnerismo desde el 10 de diciembre “resisten” (y aquí sí cabe la palabra) atrincherados en las oficinas públicas, atornillados a los sillones a los que llegaron no por su capacidad o por las verdaderas necesidades operativas del Estado para satisfacer el bien común, sino por su incondicional pertenencia al partido político que detentaba el gobierno del país.

– Tras su derrocamiento todo el Peronismo, sin excepción, seguía incondicionalmente a su Líder, y se preparaba para la lucha. Hoy más de la mitad de los peronistas, casi todos los gobernadores e intendentes, han dejado de responder a Cristina y desconocen su liderazgo; ella solo cuenta en estos momentos con el apoyo de las organizaciones filo-montoneras como el Movimiento Evita, Descamisados, Quebracho, Miles y La Cámpora y algunos sectores del PC como el que regentean Sabatella, Yasky y Heller. Son los que vimos el miércoles 13 asaltando el edificio de los Tribunales Federales de Comodoro Py; y aquí sí se parecían más a los comandos civiles de la Libertadora que a ciudadanos de una República.

Estas diferencias entre aquellas gestas posteriores al ‘55 y las acciones del presente son razones suficientes para demostrar las mentiras que enarbolan los seguidores de Cristina Kirchner. Pero por sobre todo, una comparación como ellos la plantean es una falta de respeto hacia la memoria de los héroes de la Resistencia Peronista.

Qué tiene que ver la defensa de un proyecto popular como el que encarnaba Perón en aquellos años con el abroquelamiento que un grupo de vivos hace hoy para que no se investiguen los millonarios negociados de Julio de Vido y Ricardo Jaime, ni el origen de los miles de billetes verdes de oscura procedencia que vimos contar en “La Rosadita”, ni el lavado de dinero en los hoteles de la ex Presidente, ni el crecimiento exponencial de su patrimonio (de 6 a casi 100 millones de pesos en sus años de gobierno), ni los miles de millones de pesos de impuestos retenidos por el empresario amigo Cristóbal López con la complicidad de la AFIP, solo por citar algunos de los chanchullos que hemos visto en la “década ganada”.

La gestión de Mauricio Macri podrá gustarnos o no, eso dependerá de la visión que tengamos del mundo y del país en particular, pero no podemos ignorar que se trata de un gobierno surgido del libre juego de las instituciones de un estado republicano y como tal debería ser respetado. Si podemos ver en los medios de difusión del Estado nacional a Hebe Bonafini insultando al Presidente o a Cristina Kirchner misma denostándolo, a nadie se le ocurriría decir que estamos en una dictadura como el Kirchnerismo quiere hacernos creer. Además, un discurso opositor en los medios del Estado era inimaginable en estos últimos años; Canal 7 y Radio Nacional estuvieron al servicio incondicional del Gobierno.

Si en este país un ladrón de gallinas va preso, o un borracho pasa una semana en el calabozo por insultar a otra persona, por qué quienes están acusados de malversar fondos públicos no pueden comparecer ante la Justicia como un ciudadano común. Un tipo que se apropia del dinero de nuestros impuestos, y es citado en la Justicia para que aclare su situación, no es un perseguido político, en todo caso es “prima facie” un ladrón, y le caben las generales de la ley como a cualquier ciudadano de a pié.

– Por El Tala

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