La detención esta semana de Jorge Castillo, el llamado «Rey de La Salada», dejó al descubierto un oscuro entramado que involucra a dirigentes, policías, jueces y barras. El caso Insaurralde y el desafío de Vidal.
A fines de la semana pasada, Hugo «El Tano» Fassone se enteró que el gobierno bonaerense había decidido pasarlo a disponibilidad. Fassone no entendía nada. A los pocos días pudo deducir lo que había ocurrido: la Justicia lo investiga como el hombre de la Bonaerense que protegía a todo el entramado ilegal que funcionaba en La Salada. Fassone es comisario y, hasta hace pocos días, estaba encargado de la lucha contra el narcotráfico en la zona Sur del Gran Buenos Aires, justamente donde el paco se ha enseñoreado en la última década. El hormiguero que pateó María Eugenia Vidal en la mañana del miércoles deja a la luz un mundo inquietante donde se puede ver hasta dónde la mafia se adueñó del poder en el conurbano, al punto de que, como en el caso de «El Tano» Fassone, es difícil deducir quién es quién y qué rol juega.
Para entender el entramado, resulta muy didáctico mirar en detalle las historias de algunos individuos que cumplieron un rol central en La Salada. Walter Coronel es el capo de uno de los grupos de barras bravas que habían sido beneficiados por el reparto de puestos. Coronel se hizo conocido en el mundo de las barras en julio del 2013, cuando facciones de la hinchada de Boca se enfrentaron cerca de la cancha de San Lorenzo, antes de un partido amistoso. Dos personas murieron bajo la lluvia de balazos. Coronel fue detenido como principal sospechoso de los asesinatos. Del baúl del auto que manejaba, un Ford Focus Champagne, patente HSK135, salieron las armas que usó su sector: una ametralladora, una escopeta y varios revólveres. La Justicia siguió la pista de ese auto y se sorprendió cuando lo detectó formando parte de la caravana de seguridad del actual intendente, Martín Insaurralde, cuando este era el primer candidato a diputado nacional del Frente para la Victoria, en el año 2013.
Tenía lógica que el Ford Focus estuviera en Lomas de Zamora porque Coronel es uno de los jefes de la facción de la 12 que controla el territorio de Ingeniero Budge, uno de los barrios más castigados por el paco en el conurbano Sur. Hace algunas semanas, en Budge, fueron baleadas las casas de vecinos que se animaron a denunciar que la policía no intervenía contra los kioscos donde se les vendía droga a sus hijos, o se los conchababa como soldaditos. Luego de ser liberado por la Justicia, Coronel se apoyó en su poderoso grupo de Budge para tratar de copar la hinchada del club Los Andes, el segundo más importante de Lomas de Zamora. Como ese lugar ya estaba ocupado por la familia Paz, conducida por Juan Anacleto Paz, un hombre mítico en Lomas, era de esperar que empezaran los tiros.
El hormiguero que pateó Vidal en la mañana del miércoles deja a la luz un mundo inquietante donde se puede ver hasta dónde la mafia se adueñó del poder en el conurbano.
A principio de 2014 hubo un violento tiroteo en el mismísimo estadio de Los Andes, mientras se desarrollaba un partido de futbol. La guerra entre los Paz y los Coronel había empezado. A los pocos días, luego de que balearan el frente de su casa, renunció Oscar Ferreyra, el presidente del club. La guerra se mantiene y tuvo varios episodios violentos.
A fines del año pasado, sin embargo, Walter Coronel fue beneficiado por un golpe de suerte: el jefe de la familia enemiga fue detenido por haber asesinado a un hincha de Banfield. Paz había estado prófugo durante seis meses. El día de la condena, la madre de la víctima, Alejandra Contreras, declaró: «Estamos dolidos porque le aplicaron una pena mucho más baja a la que había pedido la fiscalía. Este hombre mató a mi hijo y en unos pocos años va a estar en la calle. Son personas violentas que han amenazado a testigos de la causa. Paz tuvo una protección política que le permitió estar seis meses prófugo». Cuando le preguntaron quién lo protegió, dio un nombre preciso: el diputado nacional Martín Insaurralde. Alejandra Contreras no estuvo el martes en la tarima donde Cristina Kirchner se rodeó de víctimas cuidadosamente seleccionadas.
Los tiroteos continuaron en Lomas. En la primera mitad del 2015, hubo una batalla campal para adueñarse de los puestos callejeros de la Salada. Al menos tres personas fueron asesinadas en esa guerra despiadada. Los cadáveres, como en las películas, aparecían acribillados en la calle. La pax lomense se firmó a principios del 2016. El botín, es decir, los ocho mil puestos callejeros de La Salada, los casi mil millones de pesos de recaudación anual, serían divididos entre cinco grupos de barras bravas: dos de ellos son las facciones de la hinchada de Los Andes, o sea las familias Coronel y Paz, representada ahora por el hijo del jefe detenido.
Mientras todo esto pasaba, el intendente Martín Insaurralde era el principal benefactor de Los Andes, como lo testimonian innumerables agradecimientos en la webpage del club de las mil rayitas. Los investigadores del caso La Salada han descubierto que las armas que usaban los barras de la Feria se guardaban cada noche en un garage pegado al estadio de Los Andes. En Los Andes también dejó su huella, y tal vez sea material para otra nota, el ahora alicaído anibalfernandismo.
Martín Insaurralde declaró esta semana que «La Salada no tiene nada de kirchnerismo». «Había y hay mafias en La Salada y en los últimos años le ganaron al poder del Estado. Ahí el estado municipal tiene que trabajar. No hay ninguna duda de que cuando el Estado se ausenta, estas mafias se vuelven poderosas. Es un perjuicio lo que tiene que ver la vinculación de barrabravas, de mafias, cuestiones que no están reguladas«. Para creer ese relato hay que hacer un enorme esfuerzo de ingenuidad. En su distrito, las mafias controlan territorios enteros donde se vende droga, se tirotean en los estadios, aparecen cadáveres, se reparten negocios multimillonarios, balean a vecinos que los denuncian. ¿Y él no sabía nada? ¿Solo pecó por omisión? ¿O era cómplice, como sugirió Alejandra Contreras, la madre del hincha asesinado por el jefe de la barra de Los Andes? ¿O tal vez detrás de su cara de buen chico de barrio se esconde el jefe de todo este desastre? En algún punto intermedio estará la verdad. Lo cierto es que Insaurralde es el jefe político de un distrito donde ocurrió todo esto, y todo muy cerca de su recorrido habitual.
La historia de La Salada es un buen ejemplo del territorio minado por el que camina María Eugenia Vidal. Gustavo Grabia, el obsesivo y valiente periodista que ha investigado como nadie a las barras bravas, se ha cansado de detallar los vínculos que existen entre el control del territorio político del conurbano más golpeado, con la distribución de droga en los barrios humildes, la protección policial y las barras bravas. Esto que se ve en Lomas, se extiende por muchas barriadas humildes. Basta googlear «barras bravas narcotráfico» para descubrir un mundo infinito que nunca hubiera podido reproducirse sin la protección política y policial.
En la Década Ganada, eso adquirió proporciones monstruosas, que incluyeron financiamiento generoso, conchabo político, una organización obscena llamada Hinchadas Unidas Argentinas, y hasta dos discursos presidenciales muy recordados de respaldo a los asesinos, uno de Néstor Kirchner frente a la hinchada de Racing («mis amigos de la Guardia Imperial») y otro de Cristina Fernández en la mismísima Casa Rosada.
En el distrito de Martín Insaurralde, las mafias controlan territorios enteros donde se vende droga, se tirotean en los estadios, aparecen cadáveres y se reparten negocios multimillonarios.
El problema es que un proceso de limpieza de esta magnitud es siempre muy riesgoso. Vidal ya tuvo que destituir a su jefe de Policía, denunciado por Carrió por estar vinculado a los narcos. Como consecuencia de la investigación en La Salada cayó el jefe policial que se encargaba de la lucha contra el narcotráfico y, como se ve, la perdía. ¿Qué otras cosas no se ven en la famosa maldita policía? ¿En qué momento empieza a operar la mano de obra desocupada? Está claro que con esta policía no se puede combatir el narcotráfico. ¿Y sin ella? ¿Quien lo combate?
Encima, el sector político al que pertenece Vidal tiene sus propios pecados. La barra brava de Lanús, uno de cuyos sectores fue beneficiado por el reparto del botín de La Salada, se ocupa de la custodia personal del intendente Néstor Grindetti, ex ministro de Economía de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires. La barra de Boca, que también participó de La Salada, ha sido protegida en la Justicia por infinitas maniobras de Daniel Angelici, otro hombre de intimidad con el Presidente. El jefe de seguridad de Angelici fue grabado por la Justicia mientras negociaba con las barras, todo en nombre de un misterioso personaje al que llamaba «El Uno». Walter Coronel, una de las estrellas de esta historia, reporta a Marcelo Aravena, líder histórico de la 12, que aparece también mencionado en la causa.
En «El Padrino», las familias de la mafia se agarraban a tiros como paso previo para distribuirse los negocios ilegales. En la vieja y mítica «Z», Costa Gavras contó como el gobierno griego armaba grupos de choques repartiendo negocios callejeros entre sus matones. En la poética serie «Narcos» se relata cómo un capo de la droga colombiana maneja un enorme territorio del país y lo utiliza para la polítca. Ninguna de las tres historias ocurrió en la Argentina. Por eso: es notable la influencia del cine extranjeros en las costumbres de nuestra clase política local.
– Por Ernesto Tenembaum
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