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«La Tabernera del puerto» con momentos sobresalientes y otros no tanto

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La tabernera es Marola, una hermosa mujer que dirige el negocio de Juan de Eguía. En el segundo acto, Chalabe se luce y arranca cientos de bravos de los oyentes mediante su fuerza expresiva. Notable Luciano Garay. Soler fue el responsable de conducir a la sinfónica local.

Salta, viernes 12 de junio de 2015. Teatro Provincial. La Tabernera del Puerto, zarzuela de Pablo Sorozabal, con libreto de Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández-Shaw. Personajes principales: Marola (Laura Rizzo-soprano), Juan de Eguía (Luciano Garay-barítono), Leandro (Fernando Chalabe-tenor). Otros: Simpson (Juan Pablo Labourdette-bajo), Abel (Fabiola Masino-soprano), Ripalda (Leonardo Menna-tenor), Chinchorro (Juan Felco-barítono), Antigua (Constanza Diaz Falú-mezzosoprano), Verdier (Sergio Wamba-barítono), figurantes varios, estudio Coral del Instituto de Música y Danza, Jorge de Lassaletta (director de escena), Jorge Gutiérrez (escenografía), Bettina Robles (iluminación), Asistentes varios. Dirección Musical Maestro Invitado Cristóbal Soler. Coordinación General Miguel Dallacaminá.

Cantabreda, ciudad imaginaria, un puerto, una taberna con su responsable y por aparte su propietario, personaje que hace pensar una condición que no es la real, un café cercano cuyo camarero vive molesto por la falta de clientes por la existencia de la taberna, una historia simple, lineal, gente común, con vidas sin mayores atractivos, un delito, una culpa que va de una pareja a un culpable, unos personajes interesantes y otros prescindibles, un final dramático que a su término es feliz. Este es el cuadro general distribuido en tres capítulos.

La tabernera es Marola, una hermosa mujer que dirige el negocio de Juan de Eguía. El lugar es modesto, pero adecuado para la reunión de marineros rústicos. Abel deja entrever una relación extraña entre dueño y regenta. Aparece el primer momento atractivo con Verdier entonando a un viejo contrabandista con negocios “non sanctos” en sociedad con Eguía. El salteño Wamba es un joven bajo abaritonado en rápido crecimiento. En este cuadro está la graciosa Antigua, mujer de Chinchorro, el bestial patrón de la barca donde es marinero Leandro, papel ideal para el tenor local radicado en Buenos Aires, Fernando Chalabe. Las partes de Marola fueron, como ya se le conoce, pulcras, afinadas, de aceptable histrionismo, pero con limitado volumen. Curioso porque en el segundo esquicio, sus coloraturas fueron estupendas y se mostró como la notable soprano que es Laura Rizzo. Agradable la declaración de amor de Leandro a Marola, aún con la idea no expresada de quitársela a su marido Juan.

En el segundo acto, ya lo dije, Marola, de primera, canta con Juan y luego Simpson pone su grueso canto despertando a los negros marineros. Este es el primer instante de lucimiento melódico del autor. El mismo Simpson alerta a Leandro del esfuerzo que hará Marola para que concreten el sucio negocio consistente en transporte de drogas prohibidas con Juan. Leandro queda solo y canta la famosa romanza “No puede ser”. Chalabe se luce y arranca cientos de bravos de los oyentes mediante su fuerza expresiva. Es el momento cúlmine de la zarzuela y el tenor salteño entrega arte. Viene la aclaración íntima de Juan que no es el esposo de Marola sino su padre, terminando con el chismorreo. Finalmente Leandro y Juan arreglan el riesgoso negocio.

Leandro lleva a Marola y una feroz tormenta hunde la barca. Clamor popular por la muerte de ambos hasta que Juan, notable Luciano Garay, limpia públicamente su parentesco y al mejor estilo Rigoletto, cuenta que Marola no es ni su esposa ni su amante, sino su hija. Llega Simpson que trae la noticia de Leandro y Marola con vida pero presos por la cocaína descubierta lo que obliga a Juan a declararse único culpable y dejando en libertad a la enamorada pareja.

Cristóbal Soler, el valenciano presidente de la Asociación Española de Directores de Orquesta, fue el notable responsable de conducir a la sinfónica local, a los actores, coro y cantantes con conocimiento y lucidez. Apunta a una importante trayectoria por lo que su visita será recordada.

Jorge de Lassaletta fue un brillante director de escena. Luciano Garay, además de su papel, preparó adecuadamente el coro del IMD. Guillermo Pucci, como de costumbre, con una cuidadosa realización escenográfica. Discutible el diseño del vestuario con ese toque de modernismo que en lo personal siento como contradicción de época. Impecable la iluminación, sobre todo en el fragor mostrado de la tormenta. En cuanto al sonido de los parlamentos, en repetido resultado, no fue bueno. Suerte que las páginas cantadas tenían su leyenda proyectada. El teatro lleno va comunicando que el género gusta, es esperado y cada vez mejorado.

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