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jueves, octubre 10, 2024

La Tesis de Eckhardt: Fin de un camino e inicio de otro

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La ejecución fue más que satisfactoria de la. Sinfonía de Cámara op. 110a. Para la segunda parte, llegó una atractiva página del norteamericano Philip Glass. La obra escuchada consigue atrapar la atención del oyente casi de modo permanente.

Salta, sábado 27 de diciembre de 2014. Sala Mayor del Museo de Bellas Artes. Solista: Inga Iordanishvili (violín). Grupo de Cámara de Jóvenes Instrumentistas. Director Eduardo Agustín Eckhardt. Sinfonía de Cámara op. 110a de Dmitri Shostákovich (1906-1975). Concierto para violín y orquesta nº 2 “Las cuatro estaciones americanas” de Philip Glass (1937). Ambas obras estrenos para Salta.

En 1953 ocurrieron cosas importantes en la ex URSS. Murió el temible Joseph Stalin. El mismo día se fue de este mundo Sergei Prokofieff y también ese año Dmitri Shostákovich estrenaba su Sinfonía nº 10 que contiene ese despiadado “allegro” del segundo movimiento que intenta describir con sonidos el horror de la guerra y sus infernales consecuencias. Es que el compositor, que luchó a su modo con el régimen soviético, estaba realmente conmovido con todo lo que de a poco iba enterándose de los significados de la Segunda Guerra Mundial. Para peor y con el objeto de escribir la música para una película, debió ir a Dresde, una de las ciudades más hermosas de Alemania y cuando vio lo que había quedado de ella, no pudo contener su profundo dolor y mientras escribía la música para la película “Cinco días cinco noches”, compuso su Cuarteto de cuerdas nº 8 en la doliente tonalidad de do menor.

Tiempo después, según me contó personalmente el director de orquesta ruso Rudolph Barshai luego de dirigir la Sinfonía nº 7 de Alexander Lockshin, otro compositor ruso martirizado por la dictadura soviética, el maestro Barshai orquestó el cuarteto nº 8 y tituló ese trabajo como “Sinfonía de Cámara nº 110a”. Este notable músico ruso, con la sencillez de los grandes, relató a este crítico, detalles de su amistad con Shostákovich y otros músicos de su tierra. La obra se inicia con un breve fugado sobre la sigla DSCH -aludiendo a su propio nombre y apellido- usando la notación musical sajona. Luego, sin solución de continuidad como toda la página, llegó un feroz “allegro” para posteriormente tomar un modo más calmo en los tres últimos movimientos. La ejecución fue más que satisfactoria gracias a una notable preparación de los jóvenes instrumentistas que entregaron todo su bagaje musical.

Para la segunda parte, llegó una atractiva página del norteamericano Philip Glass. Su música, no siempre desde ya, tiene la particularidad de estar armada con frases simples, sencillas, que se repiten casi obsesivamente hasta que el oyente llega a pensar que lo que oye será casi infinito. De vez en cuando hay una melodía, tal vez no muy definida, casi una “cadenza” revolucionariamente minimalista. Las “estaciones” escuchadas son inidentificables. Esto es, nadie dijo “este es el invierno”, o “este es el verano”. Simplemente Glass espera que la gente las coloque como quiera. Esta novedad, teñida de cierto snobismo, se mostró por primera vez en su ópera “Einstein en la playa” de cinco horas de duración dentro de las cuales el público podía irse, volver o no, quedarse, dormirse, etc. Por supuesto en lo dicho no hay nada peyorativo. Es más, la obra escuchada que lleva como título principal “Concierto para violín nº 2” consigue atrapar la atención del oyente casi de modo permanente. No es un proceso simple o sencillo sino que a las personas de mi edad les cuesta más ubicarse en el plan de auditor que al oído joven. En el fondo Glass brindó un aporte original y como toda cosa nueva le costó mucho encontrarse con el triunfo. Este llegó luego de su segunda ópera sobre la vida de Ghandi y recién allí con cuarenta y un años comenzó a vivir de su música y pudo dejar el taxi que manejaba cuatro días a la semana. No voy a contar su apasionante historia pero vale la pena que investiguen.

La solista fue Inga Iordanishvili, guía de los segundos violines de la Orquesta Sinfónica local. Su toque es de primera, su musicalidad imbatible, su técnica apabullante. Ella necesitaba un grupo que le brinde un adecuado marco sonoro y los jóvenes se lo dieron. A eso hay que agregar las tres canciones que intercalan los movimientos en donde el solista aparece como un virtuoso. Inga lo es y lo demostró en la “cadenza bis” que ofreció, en la que echó a volar a través de una multiplicidad de efectos sonoros que colocó con sabiduría y elegancia.

Este concierto representa el Trabajo Final y Tesis de Eduardo Agustín Eckhardt en el ámbito de la Dirección Orquestal de la Licenciatura en Música de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de la Plata. Esta crítica de ninguna manera tiene que ver con esa motivación. Desconozco cómo se evalúa, cómo se califica, cual es el mecanismo pedagógico donde se juzga esta presentación. Esta crítica sólo pretende contarle a Eckhardt, qué generó en el crítico, un oyente más de los muchos que lo acompañaron. En mi vida he tenido la oportunidad de asistir dos veces a la primera misa de un sacerdote recientemente ordenado como tal. La primera siendo adolescente en Catamarca (Argentina) y la segunda, hace pocos años, en el Duomo de Milán (Italia).

En ambos casos he vivido con emoción el ver cómo el sacerdote representa a Cristo, cómo tiembla ante su primera homilía, con que unción ofrece el cuerpo y al sangre del Salvador, con qué morosidad dice su texto intercalado por la música litúrgica que acompaña la majestad de ese momento. Permítanme decir esto. Salvando las enormes distancias que separan aquellas circunstancias con ésta, diría que he sentido algo parecido. He visto y consecuentemente he escuchado la expresividad de Eckhardt con su mano izquierda, el tempo de su batuta en su mano derecha, la belleza del minimalismo de Glass como elemento envolvente al discurso de la solista, la transmisión de la angustia y la tristeza de Shostákovich recordando el horror de esa tragedia llamada guerra. Su gestualidad aún no fue trabajada y por tanto adolece de cierta ortodoxia pero es justo señalar que lo importante es que sus dirigidos entendieron su visión, comprendieron lo que él deseaba demostrar. Música hace cualquiera. Arte musical es algo reservado a pocos. Me queda la impresión que en algún momento él estará transitando la senda de ese arte.

2 COMENTARIOS

  1. La Tesis de Eckhardt: Fin de un camino e inicio de otro.
    Estoy profundamente orgulloso por el desempeño del joven maestro salteño Agustín Eckhardt, con quien tuve la oportunidad de compartir conocimientos en mis últimos meses en Salta. Agustín ha estado siemore seguro de lo que quiere, y por eso logra hacer realidad sus sueños. Felicidades también a su maestra de piano, María Fernanda Bruno. Agustín: Misión cumplida, por ahora, ahora sigue el proceso.

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