Elías Neuman es Criminólogo y docente de postgrado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Este respetado especialista opina que hay que estudiar las causas de la violencia y no combatir con violencia sus consecuencias.
¿Cuáles son los condicionantes sociales de la inseguridad y cómo desemboca en violencia?
– Podemos hablar de la inseguridad y conectar el sistema neoliberal con la violencia. Así nació la violencia en nuestro país, con la implantación del neoliberalismo. Todos nuestros países eran gobernados por militares. De manera sincrónica en toda Latinoamérica se inyecta el neoliberalismo. Y daría la impresión de que, a partir de esa realidad, existe un juego político de los miedos.
El miedo pasó a ser el telón de niebla que permite no avizorar cómo viene el país, lo que está ocurriendo o qué es lo que se hace. Esa es una visión que habría que estudiarla interdisciplinariamente. Desde otro punto de vista, estamos hablando de cortar la cabeza decapitando, si fuera posible, o sea queremos combatir la muerte con muerte, sería mejor estudiar las causas. Y también tendríamos que preguntarnos cosas que no he oído en el periodismo ni en los cuerpos docentes: ¿Es posible la democracia neoliberal? Por lo pronto, hay algo dentro de los capitalismos conocidos que respetan las circunstancias del hombre de abajo como un eslabón de la cadena de producción. Para este nuevo capitalismo financiero, ¿importa también la persona de abajo? Cuando uno habla de causas, ¿conocemos a algún político que se atreva a proporcionar planes de políticas sociales respecto del pleno empleo? El trabajo es una de las formas más notables de la prevención del delito. De lo que tendríamos que hablar es de las causas. ¿Qué pasa en un país como el nuestro –demasiado rico para ser pobre– para que muera gente por enfermedades que causa la subnutrición? Las Naciones Unidas dicen que 51 personas mueren por día en la Argentina por esas razones. Entonces, uno piensa que tal vez se trata de un nuevo terrorismo de Estado o algo por el estilo. Desde que se institucionalizó el país, murió mucha más gente que los 30 mil muertos y desaparecidos que hemos tenido, por desgracia, durante la dictadura militar. Muerte, muerte, siempre muerte. También se puede hablar de muerte al hablar de efectos rápidos, contundentes con las penas, que después veremos si disuaden o no. Pero ¿y la causa de esta violencia? Siempre se trata de violencia de abajo, de la violencia de la calle. Es una violencia dramática porque víctima y victimario se ven, se enfrentan, sufren y mueren. Pero, ¿y la violencia de arriba? ¿La corrupción? ¿Los grandes fraudes administrativos? Un delito de inteligencia de una trasnacional oligopólica tiene un desmedro económico millares de veces superior al detrimento de los delincuentes que están en la cárcel. Pero hablamos de la violencia para encontrar soluciones dramáticas, drásticas. ¿Y las causas de la violencia? ¿Cuándo vamos a entender que para lograr una política criminológica es preciso estudiar las causas de esa violencia? Las causas políticas, sociales, el hambre que padecen chicos de la calle, chicos transgresores de la Ley. Si ustedes toman las llamadas historias clínicas de quienes están presos en nuestras cárceles hoy, nos vamos a encontrar con situaciones absolutamente similares: hogares eyectores, hogares destruidos, una suerte de política vertical que va desde los golpes al hambre, a la falta de educación y a la falta de amor. Muchos hablan de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, pues bien: en los considerandos que dieron lugar a esta Ley se habla de esa palabreja que no es muy jurídica, pero todos sabemos qué significa como proyección humana y social. ¿O vamos a creer que los chicos crearon el mundo? Más bien lo encontraron hecho, y bastante mal. ¿Cuál violencia se quiere estudiar? ¿La callejera de abajo que es la que parece que nos afecta? ¿O habría que voltear la mirada hacia arriba? ¿O, tal vez, nos hablan de esa violencia para que volteemos la mirada hacia abajo? Lo primero que planteo, entonces, es estudiar cómo se originó y se robusteció la violencia y después buscar las medidas como política criminológica para palearla o erradicarla.
De lo que dice usted surge que hay cárceles para los de abajo y que estamos acostumbrados a ver sólo el delito callejero que sale en las tapas de los diarios…
– Sí. A eso se le llama selectividad penal. Yo lo llamaría discriminación. En casi todos los países ocurre lo mismo y, sobre todo, en los Estados Unidos, donde las cárceles están repletas de negros y de hispano-parlantes. Menos de anglos, lo que quieran. Los negros suelen decir en Estados Unidos que tienen más negros en las cárceles que en las universidades. Y yo tuve una experiencia que pocos argentinos la han tenido, que es estar en Texas en establecimientos donde se aplica la pena de muerte hablando con los que iban a morir. Siempre que digo esto me acuerdo de un mejicano que murió una semana después de que habló conmigo y que venía de morir hacía seis años varias veces por las postergaciones. Porque la pena de muerte no es simplemente que el Estado sesgue una vida de manera legal en hora y día determinado y en estado de total indefensión de la víctima. La pena de muerte es un martirio seguido de muerte. Es irreparable y habría que recordar a Sacco y Vanzzeti condenados a muerte y después decretados inocentes. El que va a morir sabe la hora y el día en que va a morir, que es un hecho imprevisto y mágico para los seres humanos. Saber el día y la hora implica ir descartando día tras día… y ya llega. Y eso es un martirio no solo para el que va a morir sino para sus familiares y amigos.
¿Cuáles son las características de la inseguridad hoy? ¿Tiene solución?
– La característica es eminentemente social, socioeconómica. Dentro de la llamada democracia neoliberal hay un autoritarismo absoluto respecto a determinada gente. Daría la impresión de que hay una cantidad de personas que ya no interesan al sistema, de personas de abajo. Además está el juego de los miedos que habría que estudiarlo. El trabajo es de una importancia enorme. Yo soy profesor en la Universidad de La Punta en San Luis desde hace un año. Y he visto que allá hay criminalidad pero normal. Pero eso sí, hay pleno empleo y la gente tiene su casa que va pagando en 60 años. Hay una ley de inclusión social. La dignidad del trabajo, que todo el mundo tenga trabajo. Y si llega a San Luis por cualquier causa ya está ubicado. La Ciudad de La Punta, que tiene 11 mil habitantes con una universidad; le devolvieron las tierras a los indios Ranqueles, han desmanicomializado, no hay loqueros, hay gente trabajando con aquellos que tienen alienación mental que están en sus casas y están cuidados. Hacen cosas llamativas. Es decir, que se pueden hacer cosas espectaculares en materia social para prevenir la delincuencia. En nuestro país o tenemos políticas criminológicas que abarquen a los chicos, del sistema punitivo, de la policía para la democracia, de jueces que en lugar de expedientes juzguen a seres humanos. En definitiva, son diferentes estratos los que forman esa prevención de la delincuencia, pero sin olvidad los sociales y el pleno empleo.
¿Por qué le parece que esta sociedad se inclina tan fácilmente a pedir pena de muerte?
– Porque actúa instintivamente. Porque es una sociedad que debe ser informada. ¿El Estado va a enseñar a no matar matando? ¿El Estado va a cometer un homicidio en día y hora determinado? Si se ve con detenimiento, hay incluso películas como No Matarás de Krzysztof Kieslowski. En general, el homicidio en día y hora determinado es más terrible que la ejecución de la pena que el delito realizado por el delincuente. Es terrible pero he visto el mecanismo de la inyección letal en la presión de Texas. Es una gran pecera para que se vea cuando el hombre llega y lo acuestan, lo amarran y desde otra pieza le envían el cianuro que su cuerpo resistirá menos. Desde la otra pieza habrá tres médicos que no sabrán cuál de ellos está matando. Como en los fusilamientos, donde se dice que hay balas de fogueo para que el que fusila crea que no fusila. Estos médicos se transformaron en los nuevos verdugos. Estudian cómo hacerlo y oprimen en embolo como quien apaga la luz. En Estados Unidos hay problemas con el colegio de médicos que no quieren saber nada porque esto va en contra del juramento hipocrático. En definitiva, la pena de muerte no disuade, no intimida. Nosotros tenemos pena de muerte en nuestro país. Está el llamado gatillo fácil pero también muere mucha gente en las cárceles por enfermedades curables, falta de atención. Y esta es una pena de muerte extrajudicial porque la ejecutan controles del poder punitivo del Estado como la policía o los agentes penitenciarios. Sin embargo, el gatillo fácil no disuade porque el delincuente se arma y, desgraciadamente mueren también policías. Entonces es una guerra que hace a una violencia extrema. Ahora, habría que estudiar cómo comenzó, quién tiró la primera piedra, la policía o los delincuentes. Hay que estudiar en profundidad la violencia si es que se la quiere combatir.
– Revista: Emancipación. Salud y educación. Dic 2009
– Publicada en el Boletín del Colegio de Psicólogos de Salta