El drama se conduce por un cine de contenido al tomar una novela escrita por el australiano Markus Zusak, inspirada en la historia de sus padres que vivieron en Alemania y Austria durante la Segunda Guerra Mundial.
Dejo de lado la adaptación de la novela llevada al cine bajo guión de Michael Petroni, y a lo específicamente técnico a lo cual habrá tenido que recurrir su director Brian Percival , quien no recibió muy buenas críticas justamente por esta “bajada” que se hizo del papel a la cinta. Como una crítica de cine se escribe casi al tiempo del estreno del film o en simultáneo y el libro me llevará un tiempo más en terminarlo de leer, prefiero obviar la cuestión de la adaptación y centrarme en lo que vi, específicamente.
En el cine y con el cine, se vive la ficción de diversas maneras. Esta en particular, me atravesó no desde lo emocional, si bien lo que vive la ladrona de libros, Liesel (Sophie Nelisse), es muy dramático, no llegué a soltar lágrima alguna. En ese sentido, el director quitó aquello que podría ser un golpe bajo porque el film se pensó para niños, pero se recomienda que sean mayores de 7, por la densidad de algunos tramos que se digieren bien para que sea viable a partir de los 8. De todas maneras, puede resultar para niños que hayan tenido experiencias fílmicas con cierto dramatismo. No coincido en que sea una película naif, quizá lo es para los que tomaron con cierta liviandad el contenido.
La vida de la ladrona de libros y la de los seres que están a su alrededor, son narrados por la muerte. Desde ese punto de vista ya hay un planteo de inexorabilidad, nadie escapará a ella, ni siquiera Liesel, aunque todavía no esté en los planes de la parca. La muerte que narra una historia se acepta desde un comienzo que se abre como la página de un libro y le quita el peso de tragedia aunque segundos después, asistamos a la muerte de Werner en el tren, el hermano de la ladrona. Ambos niños iban hacia un pequeño pueblo de Münich porque su madre es perseguida por los nazis por ser comunista. Liesel es dejada en casa de sus nuevos padres adoptivos, una lavandera llamada Rosa (Emily Watson) y un pintor de brocha gorda de nombre Hans (Geoffrey Rush), ellos son Los Hubermann. Watson y Rush se llevan puesto el film, y Nelisse sobresale por los planos que destacan sus grandes ojos, aunque no pierde su carisma y encanto actorales.
La ladrona de libros entabla una gran amistad con Rudy (Nico Liersch), su vecino, el que no desaprovecha la oportunidad de pedirle un beso; más tarde con un joven que se refugia en su casa, Max (Ben Schnetzer), el hijo de un amigo judío de Hans; y finalmente con la esposa del alcalde de la ciudad (Sandra Nedeleff), quien le da acceso a su biblioteca. La niña se lleva la burla de sus compañeros de colegio porque no sabe escribir ni leer y será Hans su maestro en la vida y en las letras.
La película, deudora de films como “La vida es bella”, rescata el valor de la amistad, de la solidaridad y de los pequeños grandes actos heroicos de gente que se arriesga por el otro, sobre todo, cuando se trata de lo verdaderamente justo. Pero va más allá. El libro salva la vida de Liesel, quien además, cuenta historias a la gente cuando caen las bombas durante la guerra.
Los principios sobre para qué sirve leer literatura o leer ficciones, se cumplen sin pretender demostrarlos, se sostienen argumentalmente.
Liesel es como el bombero Montag de Fahrenheit 451, ambos se rebelan contra la alienación de los gobiernos dictatoriales transformándose en personas-libro o “bibliotecas por dentro”, concepto que muy bien trabaja Ray Douglas Bradbury. Pero por qué estaban en contra de la lectura el nazismo de la ficción Ladrona de libros y el gobierno futurista de la novela de Bradbury: porque la lectura tiene poder, es peligrosa porque “carcome” los cerebros, te hace pensar; pone en riesgo los regímenes totalitarios porque leer te hace libre y feliz; la actividad de la lectura induce al pensamiento crítico, infunde ideas contrarias a la esclavitud; te libera de las pesadillas y ataduras de la realidad. ¿Cómo trataron de eliminar ese poder los tiranos? Mediante la quema de libros. Así surge Liesel como una ladrona de libros, cuando en una quema ordenada por Hitler, saca del fuego uno. Para concretar sus planes de supervivencia, los roba, los lee, los memoriza y los devuelve.
Mario Vargas Llosa sostiene en La verdad de las mentiras: “las ficciones se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela, bulle una inconformidad, bulle un deseo”. La idea es que el lector, a través de la literatura, vive aquello que en realidad es inaccesible.
Liesel experimenta una transmutación que no todo lector se permite o logra, Liesel entiende que la literatura es un juego de reglas ineludibles.
De esta manera recuperamos la idea cortazariana que el escritor argentino dictaminó en su novela Rayuela acerca del buen lector: “hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Así el lector podría llegar a ser copartícipe y copaciente de la experiencia por la que atraviesa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma”.
Liesel Meminger lee ante el estrecho horizonte que le propone su existencia, es su forma de atrincherarse, de rehusarse, de oponerse a la realidad, como diría Daniel Pennac en Como una novela: “somos prófugos ocupados en construirnos, evadidos a punto de nacer. Cada lectura es un acto de resistencia. ¿De resistencia a qué? A todas las contingencias. Y, por encima de todo, leemos contra la muerte”.
Liesel le gana a las contingencias, resiste a Hitler nada menos, y cuando sólo quedan los escombros del pasado, las hojas en blanco la incitan a contar su propia historia. ¿Cómo le ganó la pulseada a la muerte? Siendo un personaje que no morirá jamás.