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domingo, abril 27, 2025

Las liebres del Tiempo

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(Corresponsal de Salta21) Tal como estaba previsto, subí con bastante ansiedad al tren que hace el tramo Villazón/Oruro en 16 largas horas.

Eran de prever las caras de turistas “gringos”; por suerte, pocos de Buenos Aires y menos todavía, porteños, que son unos gilipollas que con sus modismos, nos hacen quedar como el tujes en todas partes y el resto del mundo, se queda con la sensación de que Argentina son los bonaerenses y los porteños, cuando obviamente, no es así.

Mientras esa Bolivia orgullosa de su variedad cultural, indígena y lingüística, televisaba por una de las pantallas que había en uno de los vagones, su folcklore colorido, aprovechaba para recordar mis viajes de infancia de Salta a Retiro o Constitución, en tren, para luego dirigirnos con mi abuela poeta y loca linda, a Mar del Plata. Atesoro incluso, el haber efectuado el viaje que hacía la última locomotora a leña, que se la fabricaba en los talleres de Tucumán y era de industria autóctona. Nos impusieron las locomotoras diesel, con el argumento especioso que no afectaban el medio ambiente, cuando en el fondo, la idea de los imperialismos de turno, que siguen siendo los mismos que torturan a Bolivia, era desmantelar toda o lo más que se pudiera, la industria nacional.

Recuerdo también, mi ñata contra el vidrio, en esos viajes infinitos, mirando los paisajes múltiples de nuestro extenso país y la música adorada del tren sobre los rieles. Me emocioné otra vez, con las imágenes que se me mezclaban con la paleta colorida de la Puna y los recuerdos, lejanos, de infancia. Incluso, me asaltó una vieja idea respecto a las formaciones geológicas en general y a las que tienen las características de la Cordillera o de la Puna. Bien podría vérselas como mares “congelados”, de movimientos muy lentos, casi imperceptibles y por esa “pasividad”, creemos que las rugosidades de la tierra, no son “agua”. Comprobé entonces, cuando los efectos de la luz a grandes distancias, baña de azul el horizonte, que la Puna era un océano lapislázuli. No es que se parecía a un mar; lo era, ciertamente. Y en todos los pueblitos chiquitos, perdidos, en ese inmenso océano, había siempre, siempre, la misma leyenda: Evo y el Che; no vi nada o muy poco, que aludiera al Vice-Presidente, García Linera; el Vice, tal cual lo esculpí en la nota anterior, es Guevara, nomás.

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En una de las tantas paradas de un tren que iba con el ritmo de una siesta, aprecié a algunas liebres; ya estaba atardeciendo y poniéndose rojizo el dios Sol, despidiéndose de su amor, la Pachamama, para encontrarse con la otra amada, la Luna opalina y redonda. Y así como las liebres permanecen quietas y luego, de improviso, corren, esa convencionalidad que llamamos “Tiempo”, se detiene en esos pueblitos que invocan al Che y a Evo, para luego, de golpe, desenfrenarse y adelantar en segundos, las horas que quedan del día. De esta suerte, palpitan la tenue vida de los hombres.

Caminando las “liebres del Tiempo”, arribamos a Tupiza. Ahí hablé con dos personas; una de ellas, personal policial; el otro, civil. Ambos, contentos como el Sam Dale de Gelman, me dijeron que Evo (así, simple…) era el primer y único Presidente de los atorrantes que había habido desde la “Conquista”, que realmente, no sólo no robaba ni enriquecía a sus parientes, sino que se ocupaba y preocupaba de los pobres olvidados de los dioses. Subí otra vez, a mi vagón, menos viejo, menos cansado, menos escéptico. Aguardé la llegada de la noche para descansar.

A las 10, 30, hr. del “planeta” Salta, hicimos puerto, sí, puerto, en la bulliciosa estación de Oruro. Y mientras me dirigía al Hotel, vi los primeros carteles furiosamente racistas contra los kollas y contra la Constituyente boliviana. Pero los detalles, quedan para la próxima…

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