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viernes, abril 19, 2024

Las mujeres en la Revolución de Mayo de 1810

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Para esa fecha, la Primera Junta estaba compuesta solamente por hombres: ellas no podían participar de la política porque su ámbito era el privado, el doméstico, y se mantuvo así por más de un siglo. Apenas unas pocas pudieron influir de alguna forma, simplemente por ser las esposas de los revolucionarios. Por caso, se destacó Mariquita Sánchez de Thompson, esposa de Martín Thompson, un oficial de la Marina. En sus casas, tanto las mujeres como los varones discutían temas teóricos, políticos e ideológicos. De hecho, allí se cantó por primera vez el himno nacional. Sin embargo, su función preponderante en la época es recordado actualmente sólo por sus tareas hogareñas y demás.

En diciembre de ese año, uno de los principales ideólogos y baluartes de la proeza, como Mariano Moreno, renunció a su cargo de secretario de la Primera Junta y se le encomendó una misión diplomática en Londres, pero falleció en altamar en marzo de 1811 tras ingerir una sospechosa medicina. Al poco tiempo de viajar, su pareja Guadalupe Cuenca comenzó a escribirle decenas de cartas que nunca llegarían a destino. No obstante, allí se pudo saber que ella tenía muy claros cuáles eran los intereses e ideales de su compañero y cómo estaba interiorizada acerca de los asuntos de Buenos Aires en medio de la Revolución. No sólo relataba los hechos, sino que también los analizaba de manera minuciosa.

Hay un solo documento firmado por un grupo femenino, publicado el 30 mayo de 1812 y enviado al gobierno del Primer Triunvirato. Las damas que estamparon su sello quedaban así públicamente unidas al sector más radicalizado y convencido de la revuelta:

“Excelentísimo señor:

La causa de la humanidad, con la que está íntimamente enlazada la gloria de la patria y la felicidad de las generaciones, debe forzosamente interesar con una vehemencia apasionada a las madres, hijas y esposas que suscriben.

Destinadas por la naturaleza y por las leyes a vivir una vida retraída y sedentaria, no pueden desplegar su patriotismo con el esplendor de los héroes de los campos de batalla (…). Las suscriptoras tienen el honor de presentar a  V.E. la suma que destinan al pago de fusiles (…). Cuando el alborozo público lleve hasta el seno de las familias la nueva de una victoria, podrán decir en la exaltación de su entusiasmo Yo armé el brazo de ese valiente que aseguró su gloria y nuestra libertad. Dominadas por esa ambición honrosa, suplican las suscriptoras a V.E., se sirva mandar a grabar sus nombres en los fusiles que costean (…).

Firman: Tomasa de la Quintana, Remedios de Escalada, Nieves de Escalada, María de la Quintana, María Eugenia de Escalada, Ramona Esquivel y Aldao, María S. de Thompson, Petrona Cárdenas, Rufina de Orma, Isabel Calvimontes de Agrelo, María de la Encarnación Andonaegui, Magdalena Castro, Ángela Castelli de Irgazábal, Carmen Quintanilla de Alvear”.

En la misiva se observa que ellas resultaron indispensables para la donación de dinero para la compra de los fusiles, ya que la patria se debía defender con las armas. Al pertenecer a una buena posición social, era impensado participar en la guerra como sí lo hicieron otras luchadoras. Lo interesante es que las unía una red familiar, que a su vez sostenía una política, cuya intención era dirigir los destinos de la Revolución: la Logia Lautaro. La unidad de ellas demostraba, por ende, la comunión de sus hombres.

Aunque las esposas de los revolucionaros no tuvieron demasiada influencia en cuanto a la política, otras más vinculadas con los sectores populares estuvieron activas en los asuntos bélicos, en especial María Remedios del Valle, Juana Azurduy y Macacha Güemes. Igualmente, la historia oficial no las ha enaltecido de la misma forma que a los varones.

María Remedios del Valle
Era afro descendiente, “parda” según el sistema de castas de la época. Luego de la Revolución, marchó con el Ejército del Alto Perú junto a su marido y a los dos hijos. Participó en varias batallas, entre ellas la de Tucumán en 1812, donde se ocupó de los heridos. Los soldados comenzaron a llamarla “la madre de la Patria” por ser salvadora de numerosas vidas.

Juana Azurduy
Junto a su compañero Manuel Ascencio Padilla, se unieron a la Revolución de Chuquisaca y la Paz de 1809, que derrocó a la Real Audiencia de Charcas. Después, ambos se sumaron al Ejército del Norte liderado por Manuel Belgrano. Juana logró reclutar a 10 mil indígenas, comandó tropas, colaboró con Martín Miguel de Güemes luchando en más de 30 combates haciendo posible la liberación de Arequipa, Puno, Cusco y La Paz. Entre sus combatientes se destacan “Las Amazonas”, un grupo de mujeres mestizas e indígenas movilizadas por la causa de la liberación del pueblo. Si bien el rol de Juana fue indispensable en la guerra, murió a los 82 años en el olvido y la pobreza.

Macacha Güemes
Hermana de Martín Miguel de Güemes, fue determinante. Se encargaba de coordinar las tareas de espionaje y las misiones junto a otras. para ayudar al ejército de los “Infernales”. En 1815, Güemes fue nombrado gobernador de Salta por la voluntad popular. Mientras él se encontraba en la guerra, Macacha tomó las riendas del gobierno. Tras el deceso de su hermano, siguió siendo muy importante en la política de la provincia y se sumó al Partido Federal, por lo que fue muy respetada incluso entre los opositores unitarios. Falleció en 1866, a los 90.

-Fuente: El Destape

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