Actualmente, vivimos en una época con un altísimo nivel de narcisismo.
No hay relación humana en que se juegue tanto el compromiso personal, como en este difícil desafío de género (extensivo a otras nuevas formas de convivencia entre dos personas). Me refiero expresamente a la tensión narcisista en que se ponen en marcha, mecanismos de defensa variados, que ayudan a compensar las dificultades cotidianas de vivir juntas dos personas. En principio, la agresividad/la impaciencia/la intolerancia y los variados modos de amor (ternura/calidez/mimosidad/abrazos, etc.) son el texto diario, con que frecuentemente se cohabita en una pareja “normal” y forma el ingrediente principal de toda tensión relacional.
¿Qué se entiende por tensión narcisista?
Cuando se habla de Narcisismo, inevitablemente pensamos en personas muy egoístas, vanidosas y encerradas en sí mismas. Suele ignorarse que el narcisismo constituye un componente humano en mayor o menor medida: Es normal desear ser especial, único, esto entraría a formar parte de la autoestima y es positivo. Sin embargo, el narcisismo puede llegar a convertirse en un trastorno de personalidad, si se da en exceso, o por el contrario, por déficit del mismo. Un narcisismo sano, – la autoestima- implica tener una imagen positiva de uno mismo, pero real. Uno sabe que no es perfecto, ni completo, pero que puede utilizar los propios recursos y habilidades para actuar en el mundo. La patología narcisista conlleva una distorsión entre la imagen que cree ser y la que en realidad es. La autoexigencia y la búsqueda de la perfección (el “yo ideal”) es muy elevada. Todo ello genera angustia, tensión, inseguridad y sentimientos de vacío. El narcisista patológico no sabe cuál es su identidad real. La puja entre estas dos fuerzas antagónicas es lo que determina la tensión narcisista.
Actualmente, vivimos en una época con un altísimo nivel de narcisismo. En nuestra sociedad se valora en primer término el éxito (personalismo perfeccionado) y todo lo que tiene que ver con la fachada, con la imagen externa. Esto, combinado con el individualismo y el materialismo imperante, dan como resultado un elevado índice de patologías del narcisismo. Son estas patologías, las que cada vez más acuden a pedir ayuda psicológica, aquejados de crisis de ansiedad, altibajos emocionales, trastornos de alimentación, dependencias enfermizas, dificultad en las relaciones interpersonales, depresiones. Los “Narcisos”, buscan ser amados, pero les cuesta, o no saben amar. Tienen necesidad continua de reconocimiento, de halagos, pero ellos no están abiertos a los otros: les cuesta involucrarse, escuchar, ponerse en el lugar del otro (falta de empatía). La intimidad en el fondo, les asusta, porque en las distancias cortas se aprecian las fracturas y las imperfecciones con más facilidad. Prefieren, por tanto, adoptar actitudes distantes, altaneras y competitivas.
Para pasar del narcisismo patológico a la autoestima, se necesita una buena dosis de realismo, de poner los pies en el suelo y de contrastar nuestra subjetividad con los datos del exterior, en otras palabras, intentar ser más objetivos y salir de nuestro cascarón particular. Precisamente, la autoestima implica comprometernos con nosotros mismos en pequeñas cosas, para luego, abordar otras mayores. Se trata de ser más responsables en lugar de buscar constantemente la evasión y la aprobación de los demás. El mito de Narciso debe servir para enseñarnos que los deseos de perfección (física, material, afectiva, etc.…) son como un pozo sin fondo que no se llena nunca. Si asumimos y reconocemos nuestros propios sentimientos y emociones, si conectamos con nuestro cuerpo real, aceptándolo y haciéndonos cargo de él, estamos en el camino de pasar del narcisismo a la autoestima. Con estos excesos narcisistas se topan las parejas actuales y salir de ellos constituye los desafíos modernos.
Una nueva ética de estar con el otro
Resultado de estas pugnas es la intolerancia a sostener una relación, hijos incluidos, tomando como dirección el camino de una crispada separación. Las nuevas parejas, anteponen a la paciencia que requiere construir una convivencia, actitudes irritativas y exasperantes para tolerar las necesarias compatibilidades e irrenunciables acuerdos para seguir adelante. Se llega a la relación con una lógica de la confrontación que considera que la primera disputa, es razón suficiente para la ruptura. Son acuerdos sostenidos por hilos muy débiles e intolerantes. Tanto de uno como otro se arriba con amenazas anticipadas de “insoportabiidad”. La Literatura ya se encargó de relatar estos pormenores existenciales. Precisamente la novela del checo Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, encara esta problemática moderna, al tratar de un hombre y sus dudas existenciales en torno a la vida en pareja, convertidas en conflictos sexuales y afectivos. La novela relata escenas de la vida cotidiana trazadas con un profundo sentido trascendental: la inutilidad de la existencia y la necesidad del eterno retorno de Nietzsche por el cual todo lo vivido ha de repetirse eternamente, sólo que al volver lo hace de un modo diferente, ya no fugaz como ocurrió en el principio.
En ese trazado, las uniones actuales, consideran que postergar una unión insostenible es una tarea vana e innecesaria. No vale la pena ningún sacrificio que dilate las incomprensiones y desacuerdos. Estamos ante la banalidad del compromiso, en donde nada se sostiene indefinidamente. Se trata de un tiempo inmediato, simultáneo y perenne. Incluso se habla del síndrome de “Peter Pan” en que las personas no quieren crecer y asumir obligaciones. Son amantes de lo fácil, enamorados del tiempo libre y fugitivos de las obligaciones. Todo lo relacionado con los compromisos les asusta y sus relaciones sentimentales suelen ser inestables o de noviazgos eternos, como su presente. Los psicólogos sostienen que este síndrome suele afectar más a los hombres que a las mujeres, debido a que gran parte de nuestra cultura sostiene que el hombre debe ser servido y cuidado por el sexo contrario; ya sea por la madre, por la hermana o por su pareja. Curiosamente el sentido de familia no decae y los jóvenes se aventuran, institucionalmente o de facto, a probar qué cosa es eso de vivir juntos, quizá impulsados por la fantasía de compartir una cama grande. En este caso, los sentimientos de ternura (el de dormir abrazados) le gana la pulseada a los otros avatares que implica formar una familia y los riesgos que representa, total para separarse hay tiempo y es un trámite. Son las nuevas “improntas” de la postmodernidad.