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jueves, abril 25, 2024

Las sociedades psicopáticas de nuestro tiempo

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La “barbarie” actual de la que nos quejamos ya no es fruto de la permanencia de restos de un primitivismo que no alcanzó a pasar por el tamiz civilizatorio, sino en cierta forma una consecuencia del mismo movimiento civilizador…

En lo social siempre estuvo la creencia de que la civilización es lo antagónico al primitivismo y a la barbarie, es decir, que del lado de la civilización estarían la razón, la reflexión, el pensamiento, el acuerdo, las normas y reglas sociales de la buena convivencia y, del lado del primitivismo, se ubicarían la primacía de los impulsos más elementales, la falta de un control racional, la ausencia de consideración por los otros, el imperio de la llamada “ley de la selva”.

Esta creencia moderna dio origen a la tesis sarmientina de “civilización o barbarie”, consustancial al proyecto ilustrado y a la esperanza en la razón y en la ciencia como vehículos de emancipación y desarrollo moral, a los ideales modernos de libertad, justicia, igualdad, fraternidad, a la idea de un futuro y de un progreso para los seres humanos, etc. Esa dicotomía entre civilización y barbarie, aun cuando muchos de los preceptos modernos hayan caído, todavía prosigue en el espíritu del hombre común que tiende a dividir lo social entre ciudadanos honestos que viven civilizadamente e individuos al margen de la ley que cometen toda clase de fechorías y provocan inseguridad en la gente civilizada. En realidad ya en plena época moderna habían aparecido voces que alertaban acerca de esa promesa ilustrada y ponían en tela de juicio a la razón como fuente de felicidad. Filósofos como Nietzsche, fueron críticos de esa razón moderna.

En Freud, por ejemplo, la división entre conciente e inconsciente ya no es una división entre lo racional y lo irracional o entre el pensamiento y las pasiones o entre civilización y primitivismo, sino que la grieta está en el plano mismo del pensamiento, en el terreno mismo de la razón moderna. La ley simbólica, además de regular, pacificar, ordenar y civilizar, comporta inevitablemente un aspecto perturbador, disgregante, contrario a su esencia e instala en un punto, por un rodeo, aquello mismo a lo que pretendía oponerse. Es el tema del Superyó, esa instancia destinada en principio a regular y socializar al sujeto, a acotar el goce, pero que por un rodeo, a causa de su estructura circular, termina mandando a gozar y, en algunos casos, inclusive a delinquir. Dicho en términos más sencillos, la civilización tiene en un punto un efecto patógeno. Por eso hay neurosis, aunque decir esto no implica que tengamos que ir en contra de la razón ni estar en contra de la civilización.

La “barbarie” actual de la que nos quejamos ya no es fruto de la permanencia de restos de un primitivismo que no alcanzó a pasar por el tamiz civilizatorio, sino en cierta forma una consecuencia del mismo movimiento civilizador que, arribado a un punto de su recorrido, desnuda una faz paradójica, antagónica a la armonía y a la buena convivencia. Sarmiento ya había advertido algo de esto al final del “Facundo” donde termina teniendo alguna mirada compasiva hacia ese bárbaro provinciano que es Facundo Quiroga y atribuyendo de algún modo la verdadera barbarie a ese otro hombre, proveniente de la civilizada Buenos Aires, que es Juan Manuel de Rosas.

Hoy la fase neoliberal del capitalismo se inscribe en esta dirección y es el recorrido civilizatorio el que arribado a un punto de su itinerario produce ya no el progreso moral, sino la rotura del lazo social y la exclusión de los sujetos humanos de los ordenamientos simbólicos. El neoliberalismo confina de este modo a una buena parte de la población a la marginalidad y establece inclusive el narcotráfico como un elemento consustancial a su estructura y a las lógicas del mercado. Aquello que en la Modernidad se ocultaba de la vista de las almas más tiernas, es decir, lo inaceptable para la vida civilizada, la criminalidad, la prostitución, la locura, el goce no domesticado, lo que iba a parar a los hospicios psiquiátricos, a las cárceles, a los prostíbulos alejados del centro de las ciudades, hoy retorna y a plena luz del día se hace público. La prostitución, por ejemplo, ya no se recuesta en los márgenes no visibles de las ciudades, sino que ocupa directamente las redes sociales de Internet.

En síntesis, la exclusión, la marginalidad y la criminalidad actual no son la permanencia de un primitivismo inicial, sino el resultado lógico del capitalismo tardío, especialmente en sus aspectos neoliberal y especulativo, que ocasiona la anomia y la anulación de los límites. Estamos caminando en círculo. Por el camino de la civilización también se puede desembocar en la caverna. El aumento del consumo de drogas, el crecimiento de la violencia y del delito, se inscriben en esa línea y no dejan de ser consustanciales a la estructura misma del neoliberalismo. Inclusive se empieza hoy a hablar de “Narcocapitalismo”, de un estadio del capitalismo que tiene al delito y al narcotráfico como una de sus columnas estructurantes.

Hoy muchos ciudadanos se inquietan cuando se enteran que a los crímenes aberrantes y sin más motivos que la destrucción del otro casual y desconocido, no los cometen sólo algunos habitantes marginales o los seres alejados de la vida civilizada, ermitaños de las montañas, sino también individuos integrados a la vida social, que transitan todos los días las calles de las ciudades, que usan tecnología cibernética, que viven al lado de nuestras casas, que manejan sus automóviles, que tienen empleos comunes y corrientes y que están predispuestos a pasar en cualquier momento al acto. Pero no hay que ir tan lejos y poner como ejemplo los hechos delictivos resonantes, para darnos cuenta de que la violencia extrema, la agresividad creciente, las conductas psicopáticas y las perversiones, aunque por supuesto con diferencias de grado, habitan en buena medida la superficie contemporánea (aun cuando mucha gente vaya en dirección contraria a todo esto). Basta pensar en las miles de denuncias mensuales por violencia familiar o de género, las violaciones a los niños, el crecimiento de los suicidios, el salvajismo en el tránsito, la predisposición a reaccionar en forma psicopática, para visualizar una realidad que tiende paulatinamente a teñir el paisaje de la época. Tomar conciencia de esa realidad contemporánea, lejos de volvernos pesimistas, nos abre a cada cual la posibilidad de comenzar a cambiarla.

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