La placidez de un café puede durar hasta que aparezca algún amigo preocupado con su propia intimidad y se disponga a compartir la mesa.
Guillermo me encaró sin rodeos: ¿Cómo hago facilitar el diálogo con mi hijo? Sin imaginar que es una vivencia compartida. Los padres de adolescentes llevamos en nuestras espaldas esa materia pendiente de cómo hablar cordialmente con nuestros hijos, como si ello fuera imprescindible. Indudablemente para los adultos sí lo es, pero sospecho que para nuestros hijos adolescentes, no es una obligación indispensable, casi diría que no es algo imperioso, tanto como la necesidad de nuestra presencia inexcusable. El tiempo y los fracasos de esta noble intención, me enseñaron que lo que los hijos valoran es nuestra estoica permanencia al lado de la sagrada familia. Esta forzada justificación le caía simpática a Guillermo, pero no lo convencía, exigía otros y convincentes argumentos, que carecía a pesar de mi mayoría de edad. De los adultos mayores nuestros amigos pretenden fundamentos sólidos, pero es más fácil explicar las leyes del cosmos que acercar soluciones a las relaciones íntimas filiales.
Pero nuestra condición de machos, nos hace tercos y no voy a renunciar al desafío. Veamos.
Los adolescentes en su dinámica
Lo primero que surge es que es ineludible ver y oír al adolescente en grupo, porque así como es imposible imaginar a un bebé sin su madre en su primera relación y con su padre, como eslabones fundamentales y necesarios para su crecimiento y evolución afectiva, es muy difícil entender al adolescente sin su grupo (relaciones con sus iguales), es decir, concebirlo aislado de su contexto natural, de su matriz afectiva de evolución y crecimiento. Al adolescente se lo termina de entender y comprender a través de su experiencia con los otros jóvenes, en un espacio natural, singular y privilegiado que por sus condiciones, lo constituye el grupo de pares. Terminantemente, el grupo es el parámetro privilegiado para observar el comportamiento espontáneo de los adolescentes, lo que nos llevaría a aseverar una primera y generalizada conclusión: El grupo es la medida (su inserción grupal) del crecimiento y maduración adolescente. Guillermo, no se daba por aludido y persistía en su patria potestad, remarcando su responsabilidad de mantención y acreditando los gastos cotidianos que representan los críos y que instala los beneficios de su autoridad privilegiada.
Cómo hacerle deducir, que precisamente el diálogo, no pasa por inventariarle los gastos diarios de consumo familiar, sino que en esta etapa de su vida las cosas pasan por el afuera y no por el adentro. Del adentro el adolescente colige que no necesita estar en un agradecimiento eterno, que es algo sobreentendido y aceptado. Que el diálogo no pasa por los balances periódicos de cuánto sale mantenerlo y la asumisión a la autoridad emblemática, sino que en este momento lo más importante es el afuera, su grupo de convivencia, sus afines. No queda otra que acompañarlo en este examen social, para darle la seguridad de que uno no se borra y que presume (haciendo memoria de la propia adolescencia) que la realidad lo excede en la posibilidad de ser descubiertos en sus debilidades “infantiles” y quedar a merced del otro. Es en ese sentido que el grupo de pares se presenta como el lugar donde el adolescente encuentra la seguridad y confiabilidad emocional necesarias para poder expresarse desde sus carencias y vivencias fundamentales.
El grupo es íntimo/permisivo/regresivo y confiable para que ciertos temas tabúes puedan circular libremente en el grupo, en el sentido de que pueda ser metabolizado a través de la experiencia común de los otros.
Existen ciertos temas sin los cuales nos resultaría imposible comprender a los jóvenes, como por ej.: la castración (las pérdidas evolutivas) /el miedo a la soledad/la muerte/los terrores sexuales/la impotencia/la homosexualidad/el incesto/la masturbación/la locura, etc. que forman parte de la temática latente y cotidiana de los jóvenes y tienen la posibilidad de circular en estos espacios grupales íntimos/regresivos/permisivo y confiables. Estos temas centrales de su existencia no encuentran diálogo en la familia, por la carga natural de prohibición, pero sí un poco más relajados en sus grupos de pares.
Guillermo sigue obstinado en su Yoísmo, al entender que no hay mejor refugio para el adolescente que depositar toda su confianza en quien le dio la vida original. Yo por mi parte trato de insistirle que sus iguales son más pertinentes como escuchas de estas conversaciones afines e íntimas y poder descargar el tremendo dilema de la rebeldía-sumisión y de la dependencia-autonomía. Allá cada cual con su tozudez.
Palabras finales
Sería una fanfarronería pretender agotar un tema tan crítico, en donde se juegan heroicamente los duelos infantiles del adolescente con la pérdida de su cuerpo infantil y de su infancia, así como la competencia con sus padres y los nuevos roles sociales a asumir. Omnipotencias variadas a resolver, en donde no son menores el terror al ridículo, los miedos, la vergüenza, etc.
La conclusión que saco de mi plática cafetera con Guillermo es que la paternidad es una cosa seria, pero que con los adolescentes es el tiempo de aflojar la cuerda y darles el espacio suficiente para que vayan ensayando sus propios recursos ya barajados, con anticipación, en la crianza previa en que fuimos esmerados y los disfrutamos hasta donde se pudo. Ahora es el tiempo de ellos y hay saber dar un paso al costado, que no es dar un paso atrás.
Me quedé con la sensación de que es muy pretencioso de nuestra parte querer ser los referentes absolutos (únicos) de nuestros herederos, como si el mundo girara en nuestra órbita personal,
Guillermo asintió relajado como dándome la razón y, retirándose presuroso se fue sin pagar el café. Eso no se le hace a un jubilado de la mínima ¡Qué lo parió!