En su libro «Los próceres y el dinero», Mariano Otálora describe la forma en que algunas de las máximas personalidades de la historia amasaron sus fortunas. Liberales, conservadores. A izquierda o a la derecha del espectro político. No importa la índole ideológica del prócer, muchos de ellos concluyeron que no hay ingreso más redituable que aquel que se hace desde dentro del Estado. El lugar donde se manejan los hilos de una nación y donde también se tejen negocios y negociados que han sido una constante en la historia de nuestra patria.
Algunos supuestos ilustres líderes políticos se han hecho millonarios gracias a conquistas de tierra en manos de los aborígenes -se hicieron millonarios ellos, y su familia incluida-. Otros, han sacado partido económico de guerras, beneficiando a amigos que, tiempo más tarde, le devolvieron el favor. Y algunos, se enriquecieron endeudando al país.
Socio de la banca inglesa, entre otras cuestiones, Bernardino Rivadavia quedó en la historia por haber inaugurado la deuda externa en nuestro país con el famoso empréstito de la banca Baring Brothers. Poco después, como primer Presidente promovió la organización del gobierno central unitario con un objetivo bien claro: conceder la explotación de las minas riojanas a una empresa inglesa de la que, no casualmente, era su director.
Del empréstito de la Baring Brothers de 1.000.000 libras, la comisión del consorcio negociador fue de unas 120.000 libras. No contamos con evidencia que señale que Rivadavia haya recibido una parte de aquella ganancia. Sin embargo, aquel año viaja a Londres y antes de llegar Bernardino solicita al gobierno porteño que autorice a librarle 6.000 libras del préstamo de la Baring Brothers para gastos en su estadía en Inglaterra por «su carácter diplomático» aunque el viaje haya sido por asuntos personales.
En este periodo realiza reformas que terminaran en grandes negocios financieros y especulativos, como el Banco de Descuentos, la Ley de Enfiteusis (de 1822 y 1826), la fundación de la Sociedad Rural, entre otros.
En 1825, tras la fundación de la «River Plate Minning Assotiation» Rivadavia es nombrado presidente con 1.200 libras de sueldo y recibe un bono de 3.000 libras. Bernardino empleó aquella comisión colocándola en la Casa Lezica al 14 % de interés (altamente inusitado), aunque la posterior quiebra del banco hizo que perdiera este y otros depósitos.
Además señalan a Rivadavia como responsable de especulación y fraude de la Mining, cometiendo el delito de ser al mismo tiempo representante del Estado y de la empresa minera. De hecho, públicamente se inicia un debate donde se muestra (por medio de las cartas entre Bernardino, Hullet y Head) que Rivadavia estaba en la nómina de pagos de la empresa con sueldo de 1.200 libras esterlinas y el bonus de 30.000 libras por facilitar el negocio. Lo que se dice, atender los dos lados del mostrador.
Al dejar la presidencia, denunciaron que Bernardino, fiel a su estilo, hasta había vendido todos los muebles del despacho. No se salvó ni el famoso sillón presidencial.
Aunque en términos monetarios quizás no haya sido el que mayor rédito obtuvo del manejo del Estado, haberse enriquecido gracias a la Guerra del Paraguay le gana un lugar a Bartolomé Mitre en el ranking de aquellos que más se beneficiaron del Estado. Luego de retirarse como presidente, los principales proveedores del Ejército en agradecimiento por su labor en la Guerra del Paraguay le regalaron una casa y le dieron el dinero para la fundación de La Nación, su propio diario.
Cuando en 1870 funda el diario con imprenta y que funcionaría en un principio como una sociedad anónima, Mitre sostuvo que el dinero para sus acciones lo obtuvo del remate de sus muebles de lujo y de parte de sus libros, cuadros y curiosidades. Decía que en una semana había logrado juntar el exorbitante capital de entre 800.000 y 1.000.000 de pesos, también con el apoyo de diez amigos. Esos amigos casualmente eran muchos de los proveedores de la Guerra del Paraguay -Lezica, Galván, Lezama y Lanús-. Inexplicablemente en apenas pocos años Mitre pudo comprar la totalidad de las acciones a sus socios. Eso no es todo.
Estos mismos amigos que se beneficiaron de la Guerra, dos años antes le habían hecho una «vaquita» y, cuando terminó su presidencia, en agradecimiento, le regalaron la casa de la calle San Martín 144 – 146 (actualmente 336), que hasta el momento, Bartolomé alquilaba. Más que amistad, muchos vieron en estos gestos una simple -y millonaria- devolución de favores.
Julio Argentino Roca fue uno de los líderes políticos más determinantes y polémicos de la Historia argentina y, sin dudas, el que más obtuvo beneficios del Estado. Dos veces presidente, responsable directo de la llamada Conquista del Desierto y arbitro de la política local por 30 años, fue uno de los grandes impulsores de la construcción del Estado nacional.
El «Zorro», como lo llamaban, fue tan hábil e inescrupuloso para la política como para los negocios y logró orientar las inversiones extranjeras con las suyas propias, obteniendo grandes beneficios en base a importantes mejoras de infraestructura y comunicación en zonas aledañas a sus propias tierras.
A diferencia de sus antecesores, Roca no llegó al gobierno debido a su posición social, al contrario, obtuvo su fortuna personal gracias al acceso a los altos cargos del Estado. Junto a sus hermanos y parientes políticos tejió una red de negociados en base a la repartición de la tierra indígena y de sus antiguos habitantes que le reportaron fabulosas ganancias.
La fortuna que cosechó durante todos estos años no sólo elevaron su situación económica, además le permitieron elevar su estatus social. La familia Roca se había convertido en un miembro destacado de la oligarquía nacional.
Tras varias victorias militares, para 1871 Sarmiento lo recompensó nombrándolo Comandante General de la frontera sur de Córdoba, San Luis y Mendoza. Contaba entonces con sólo 28 años. Luego de tres años en la frontera, Roca pudo adquirir tierras en aquel lugar. En un remate del 26 de agosto de 1874 compró 35 leguas cuadradas de campo y otras tantas adquirió su hermano Alejandro.
Aquel remate no tardó en ser un escándalo público. Miles de hectáreas habían sido entregadas en propiedad y la provincia no había recibido ni un solo peso por ellas. En 1877 el procurador fiscal de la Provincia de Córdoba comenzó una investigación al respecto y consideró nulas varias adquisiciones hechas en aquella espuria subasta. Aunque las operaciones realizadas por Julio quedaron fuera de la investigación y sus títulos de propiedad no fueron revocados.
El principal apoyo político y financiero a la campaña del desierto de Roca lo aportó la Sociedad Rural Argentina, que no casualmente fue uno de los principales beneficiarios con 10.000.000 de hectáreas repartidas entre sus miembros.
Durante los 30 años que llevó el proceso de expansión y conquista sobre los pueblos originarios del sur y norte del país, el Estado argentino expropió a los indígenas unas 41.787.023 hectáreas que entregó a sólo 1.843 terratenientes vinculados estrechamente por lazos económicos y familiares a los diferentes gobiernos.
En cuanto a la familia Roca, estos fueron ampliamente recompensados por sus servicios. Mientras su hermano Ataliva recibió 180.000 hectáreas en el territorio pampeano (parte de estas tierras formarían luego el emblemático «Parque Luro») en 1881 Julio recibió como donación de la legislatura bonaerense 60.000 hectáreas a elegir en el lugar que deseara de la provincia y que él decidió ubicar en el partido de Guaminí. Pero esto no fue todo, varios años después, en 1887, una ley especial del Congreso de la Nación premió al general Roca con otras 15.000 hectáreas. (iProfesional)