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Mahler, música pura

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Los de la Orqusta Sinfónica brindaron una gran versión de una de las sinfonías más relevantes y conocidas del compositor austríaco Gustav Mahler. Densa, poderosa, larga, tierna, angustiosa. A la cabeza de la orquesta su conductor, ejerció el dominio de los que saben. Hubo varios solos de categoría.

Salta, jueves 12 de junio de 2014. Teatro Provincial. Orquesta Sinfónica de Salta. Director Titular maestro Jorge Lhez. Gustav Mahler (1860-1911): Sinfonía nº 5 en do sostenido menor. Aforo 95%. Patrocinio de OSDE.

Me parece que el inicio de estas líneas debe estar dedicado a la Orquesta Sinfónica de Salta y su conductor, el maestro Jorge Lhez. Un organismo que depende del Estado, sin problemas, con muchos músicos de elevada categoría, alguno de los cuales puede estar en agrupaciones musicales del primer mundo sin envidiar a nadie. Anoche, por ejemplo, brindaron una gran versión de una de las sinfonías más relevantes y conocidas del compositor austríaco Gustav Mahler. Densa, poderosa, larga, tierna, angustiosa, que sin duda revela los conflictos espirituales del autor y al mismo tiempo, el ansioso amor que sentía por esposa, Alma Schindler con la que se había casado meses antes de terminar de escribir la obra.

A la cabeza de la orquesta su conductor, ejerció el dominio de los que saben, de los que conocen en profundidad el material sonoro y los caminos que debe transitar para llegar al oyente con el mensaje más preciso y trascendente. Lhez ha hecho bastante música de cámara, pero esencialmente es un músico sinfónico y transmite esa característica a sus dirigidos. Los breves e irrelevantes errores y desprolijidades ocurridos, sobre todo en la “marcha fúnebre” (Trauermarsch) quedaron para el olvido ante tamaña demostración de clara firmeza conductora de un sólido organismo como es la orquesta local. Además comunicó la idea de que se trata de una obra que no admite ser conducida desapasionadamente sino al contrario. También hubo varios solos de categoría, pero los de Elenko Tabakov (trompa), memorable en el “scherzo”, Emilio Lépez (oboe), Rubén Albano (trompeta) y el sector de percusión, los más destacados.

Comienza con las “pompas fúnebres” -bien utilizado el término “pompa”– basado en cuatro notas que varían en sus diferentes bloques tonales, ostentosa visión de la muerte a lo que sigue una enorme cantidad de matices, intensidades, acentos, masivos golpes orquestales en extraordinarias combinaciones instrumentales donde conversan alternativamente la llamativa fuerza de los metales, con el canto de las cuerdas. Quien tiene a Mahler como oído con persistencia, siente que el relato sonoro muestra un repetido personaje que a veces creo es él mismo y a veces creo que es la vida o su vida. Es un autor todavía absolutamente respetuoso de la tonalidad, a pesar de antecesores que coqueteaban con las disonancias o eventualmente con la atonalidad.

Hay un tema del que poco se habla. Según cuenta la historia, Gustav Mahler fue un magnífico director de la Filarmónica de Viena y ese ejercicio le sirvió para conocer aún más, las posibilidades combinatorias de los instrumentos, en bloque o como solistas y entonces su labor compositora se pasea por momentos sonoros de dimensiones colosales y no lo digo solo por esta sinfonía. Ya con la “Titán” su manejo sinfónico anticipa transitará estas estructuras que en otros podría considerarse de mal gusto y en Mahler es el medio para expresar con claridad sus angustias existenciales, sus gritos de desesperación o sus instantes de exuberante alegría.

Luego vino el tercer movimiento, un “scherzo” donde aparece su amada Austria con sus ritmos valseados y una sutil ironía en su espectro sonoro. Ya lo dije antes, Tabakov y su trompa tienen a su cargo una línea que recuerda al lied como forma de íntimo canto de múltiples significados y de pronto, echo a volar la imaginación y pienso que algo saca a Mahler de su cavilaciones sonoras para recordar el amor que siente por Alma y escribe una de las páginas más expresivas en la historia de la música occidental, su famoso e inmensamente tierno “adagietto” para cuerdas y arpa donde adquieren valor las diferentes intensidades y el enorme lirismo que no puede significar otra cosa que la llama ardiente de un corazón enamorado en su proyección más sublime.

Por último el gigantesco movimiento final. Un “rondó-allegro” que trae rememoraciones de temas anteriores, con algún sentimiento trágico que pronto se acaba para retomar la explosión triunfal. Son imponentes sus crescendos, sus golpes brutales de un romanticismo tardío que durmió el olvido de muchos años hasta que primero Bruno Walter y luego Leonard Bernstein hicieron renacer a mediados del siglo pasado. Aparecieron detalles de avanzada para la época, como la ejecución de las cuatro notas principales por parte de los timbales, procedimiento que años más tarde usara también el alemán Paul Hindemith en su Metamorfosis sobre temas de Weber. Con esta sinfonía se inauguró el teatro de la provincia y aunque sea de Perogrullo decir “la última siempre es la mejor interpretación”, pues en este caso simplemente fue así.

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