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lunes, noviembre 25, 2024

Mauricio Wainrot y Oscar Araiz: Enamorados del movimiento

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Los coreógrafos con más historia en la danza contemporánea local comparten programa con nuevas obras para el Ballet del San Martín.
Oscar Araiz y Mauricio Wainrot, dos pilares de la danza contemporánea argentina, comparten programa, a partir de hoy, en el último espectáculo de la temporada 2009 del Ballet del Teatro San Martín. Los dos estrenan obra en el escenario de la Coronado. La ocasión es excepcional y lo particular del caso trasciende el carácter inusual del encuentro escénico para alumbrar una anécdota con historia: en esa misma sala, hace 40 años, Araiz dirigía el primer grupo de danza de la casa, donde bailaba un inexperto Wainrot, quien hoy dirige la misma compañía oficial.

Wainrot mostrará su primera obra nueva tras la muerte de su compañero, el artista plástico Carlos Gallardo: Voces del silencio (ver aparte).»Es un homenaje a él. Eso fue difícil de aceptar: que estaba haciendo una obra dedicada a la persona más importante que tuve en mi vida.»

Araiz, por su parte, construyó una suerte de biografía laboral con material de sus propias obras, una idea que hacía rato le daba vueltas en la cabeza. Cuando dejó su última gestión con el Ballet del San Martín (1990-1997), el proyecto de Escrito en el aire quedó en un cajón. Con los años, algunas cosas cambiaron, claro; no obstante, concibió una síntesis de sus «estados, momentos, compañías, amigos, temas, obsesiones, sueños, pesadillas», un universo que, aun sin proponérselo, cuenta nuevas historias que el espectador percibe y edita, «por esa cosa cinematográfica maravillosa». El coreógrafo aporta otra de sus ricas enumeraciones para referirse a la música de Schnittke: «Tiene toda la atmósfera, la densidad, la pureza, es muy dramática, se presta para jugar. Y para mí lo que hago es lúdico».

-Conocés cada baldoza de este teatro. ¿Podrías decir que éste es como un regreso a casa?

Araiz: -Totalmente. Me costaba mucho volver al teatro como espectador. No la pasaba bien, no gozaba de lo que veía, me pesaba mucho. Este regreso desde otro lugar me alivia, me sana, me cura. Se lo agradezco a Mauricio. Así quedo como volviendo a casa; de la otra manera, era visitar la casa de uno. Vivimos tantas cosas acá… Hay mucha carga personal en el lugar.

-Tras más de 40 años…

Wainrot: -…¿Sí?

Araiz: -Sí, Mauricio, desde 1968.

Los dos se ríen un rato, dicen que se sienten jóvenes, recuerdan unas fotos viejas, vestidos como Gene Kelly y Fred Astaire.

-¿Cómo es la relación de ustedes ahora?

Wainrot: -Cuando nos vemos es como que el tiempo no pasó, pero después por ahí pasa un año y no hablamos. Siempre con afecto y mucho respeto.

Araiz: -Estuvimos muy unidos y esas cosas quedan marcadas. Nuestros encuentros son más fortuitos, pero el lazo es el mismo.

Wainrot: -Nos consultamos cosas.

Araiz: -Con la edad, uno aprecia más el valor del par, del hermano. Nuestra experiencia común, nuestra profesión común hace que nos consultemos.

-¿Creen que tienen una forma común de entender la danza?

Araiz: -Algunas cosas. Los dos somos enamorados del movimiento y lo defendemos, en un momento en que el movimiento parece que está fuera de moda. Tenemos una tendencia al movimiento envolvente, ligado, una metamorfosis. Por ahí con diferentes calidades, o velocidades, pero con procesos bastante parecidos.

-Y tienen diferencias…

Araiz: -Creo que Mauricio es más exuberante. Yo soy… ¿qué sería lo contrario de exuberante? Más sintético, tal vez.

Wainrot: -Otra cosa que nos une es el respeto a la música, a los compositores. Hay cierta libertad que se convierte en libertinaje en el uso de la música; si hay que cortarla, me duele en el alma, para eso que se hagan músicas nuevas. Es distinto nuestro vocabulario, el aproach . Para mí, el espacio es para usar, todo espacio me resulta chico.

Araiz: -En eso somos diferentes. A mí me gusta trabajar en lugares muy chiquitos, trabajar con el límite.

-¿Cómo era Araiz, con 28 años, dirigiendo el primer grupo de danza contemporánea del teatro?

Wainrot: -Era muy talentoso y le teníamos un respeto enorme. Había una mística muy fuerte. En esos tres años que trabajamos juntos con ese primer ballet contemporáneo casi todas las obras eran de él, de una creatividad muy fecunda. Y obras como Sinfonía , la más linda que bailé de Oscar, eran muy complejas, también para el público. A veces se ponía muy nervioso, pero era muy joven y tenía mucha responsabilidad, cuando no había modelo de compañías.

Araiz : -Los coreógrafos estamos conducidos a dirigir y poco a poco uno se va formando como director. A mí, particularmente, no me gusta dirigir.

Wainrot: -A mí sí.

-¿Y cómo era Wainrot como bailarín, en 1968, a los 21 años?

Araiz : -Un cachorrón que se pisaba los pies. Era muy dulce y tenía muchas ganas de aprender, y eso lo llevaba adelante. Había que tenerle paciencia, porque estaba recién salido del cascarón. Había condiciones y un afán y una agilidad mental que lo llevaba adelante.

-¿Cómo se actualizan?

Araiz: -A mí no me preocupa.

Wainrot: -A mí sí. Me ocupo. Leo, miro, veo. Soy muy curioso. Y viajo.

Araiz: -Me refiero a que la actualización está encima de uno, entra por las rendijas de la televisión, el diario, por el exceso de información… Nos actualizábamos antes, cuando había poco para ver y había que pasarse el dato.

-¿Cómo ven a la generación que tiene entre 20 y 30 años, la edad de ustedes cuando empezaron acá?

Araiz: -Es muy difícil hablar ahora de una generación porque hay una diversidad tan grande que no se puede generalizar. A pesar de esa diversidad, gran parte construye o dibuja una moda y todos se parecen.

Wainrot: – Cada artista tiene que tener una marca. Cualquiera que ve una obra nuestra sabe que es nuestra.

Araiz: -Nunca busqué ser original y, sin embargo, aparecían cosas novedosas. Esas cosas quizá sean la marca que te distingue. Actualmente se ve una desesperación por ser original.
Para agendar

Ballet Contemporáneo. Obras de Oscar Araiz y Mauricio Wainrot.
Teatro San Martín. Corrientes 1530. Jueves, a las 13; viernes y sábados, a las 20.30; domingos, a las 19

• Constanza Bertolini | La Nación | 2009-11-12

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