“La corista”, “El trabajo y los días” y “Che Papusa”, son tres exquisitos platos que puedes saborear en El Túnel 46. El director, Idangel Betancourt, del Grupo Teatro Estable de Salta, ideó la manera de conectar al autor ruso Antón Chéjov con nuestra época y creó una atmósfera “transportable” hacia nuestros días por la cual, un libro de medicina puesto en una mesita, podría ser perfectamente un retroceso al pasado del escritor. Under, en tanto fuera del circuito comercial, alimenta el espíritu de una creación artística que mínimamente, sale de lo ordinario.
Este Microteatro a la carta, señalado así en el título de la presentación de “Variaciones Chéjov” se instala como un teatro de cámara antiburgués, rodeado de climas y microclimas, de variaciones y microvariaciones y de pequeños extractos de obras de Chéjov entre las que se intercalan “voces” provenientes de otros géneros, posiblemente la voz del director y de los actores y al mismo tiempo, la de los traductores del escritor. Lo que intenta esta marcada polifonía es abrir paso al universo de Chéjov desde una perspectiva actual en una versión del Teatro Estable de Salta. A su vez, la confluencia de espacios y estéticas, permiten ingresar a un mundo artístico multitemporal. Nada es fijo o lineal, sino que tiene que ver con la perspectiva del que mira. El espectador forma parte de la mise-en-scéne, un tríptico que sintoniza la poética del desencanto y que acentúa las diferencias sociales de los individuos observados.
Las tres microobras pueden verse según un oficiante de “la ceremonia”, un “maestro”, un “presentador”, o un “cheff” de nombre Gregory, interpretado por Idangel Betancourt, quien te conduce por un túnel donde se respira esa atmósfera “agobiante” que describen los narradores chejovianos.
En el interior de la casa, ahora ya no es el túnel, de un funcionario, hallamos a Luis Caram componiendo a Kolpakov que aquí es Nicolás Patán Conejo. Si desmembráramos las partes del nombre, encontraríamos seguro la sutil crítica que envuelve al personaje interpretado dúctilmente por Caram, quien nos remite, quizá, no sólo a los parques de La dama del perrito, sino a algún parque más cortazariano, por qué no. Las fronteras son lábiles y la imaginación es amplia. “El trabajo y los días” se mece entre el discurso filosófico y la poesía, entre el microrrelato y la confesión, entre la charla y el diálogo implícito, especie de elipsis del otro. Nos gobierna la imagen, la plasticidad del cuadro, en la que el actor pincela un autorretrato en blanco y negro, con la opaca autobiografía de un hombre que se pregunta por la libertad y lo cotidiano, por la felicidad y la falta de observación y por la monótona relación marital que lo expulsa hacia el exterior para indagarse a sí mismo. Quizá busca encontrar esa complicidad en el espectador que aún no comprende su destino miserable. Este menú teatral está compuesto con distintos ingredientes.
“Che Papusa” nos enfrenta a un hombre y su ruina, un Matías Aguilera pegado a su guitarra milonguera llorando el tiempo, la vida y el amor. Como en algún cuento de Chéjov, el personaje oye los gritos de la habitación de al lado. La imagen de la angustia que parece congelar el tiempo de la tristeza en un rojo burdel, habla no ya de una soledad sino de las soledades de quienes en lugar de derramar una lágrima, se embeben con ginebra para anestesiar el corazón.
Una corista en el siglo XIX era una ramera. Cecilia Gutiérrez es la señora, la mujer de Patán Conejo. Gastón Mosca es la corista (Pasha). El microrrelato de Chéjov, “La corista” se vuelca aquí en estado casi puro, es decir, se atiene a lo que el ruso configuró textualmente. Como espectadores, uno fija la mirada en los gestos de Gutiérrez muy bien logrados, y en la manera certera de encarnar a Pasha por parte de Mosca, con diálogos elegantes y suaves. De un lado palpitamos la decencia, y del otro, el descaro y la imprudencia. El gobierno de la hipocresía manda en esa sala donde la humillación, no tiene reparos.
Las voces por momentos parecen entrecortar el ritmo de la necesaria fuerza que se refleja contenida; más allá de ello, la propuesta es atractiva, con elementos dispares pero bien combinados, y un cometido alcanzado por el nivel de extrañeza al que nos conduce el espacio, los personajes y el texto.
La obra se presentó en el marco de la XX Fiesta Provincial de Teatro de Salta, el viernes 31 de octubre en dos horarios. (Recordemos que ingresan diez espectadores por menú).
– Fotos tomadas por Salta 21