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lunes, noviembre 25, 2024

Notable solista y un buen director

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Wenzel Fuchs es clarinete en la Orquesta Filarmónica de Berlín. Sabido es que una enorme cantidad de músicos de orquesta en el mundo, ansían integrar la fenomenal orquesta berlinesa. Fuchs justifica plenamente su pertenencia a la misma.

Teatro Coliseo de Buenos Aires. Agosto 13 de 2009. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Solista: Wenzel Fuchs (clarinete). Director Enrique Arturo Diemecke. Carl María von Weber (1786-1826): Concierto para clarinete y orquesta nº 2 en Mi bemol mayor op.74. Gustav Mahler (1860-1911): Sinfonía nº 9.

Wenzel Fuchs se lució en el segundo de los dos conciertos que Weber escribió para su instrumento, ambos dedicados a su amigo Heinrich Bärmann. La obra, altamente expresiva, exigente en su línea musical, le vino de perillas al solista que demostró poseer no pocos recursos con los que se aproxima al límite del virtuosismo. Escalas y fraseo imbatibles fueron dos aspectos destacables de una página cargada de conceptos armónicos, sobre todo en su segundo movimiento, una “romanza” verdaderamente inolvidable.

Una hora con veinte minutos dura la novena sinfonia del austriaco Mahler. De manifestaciones fúnebres, casi desesperadas, lo cual no oscurece su belleza, se mire desde donde se la mire. Esta obra es la que eligió Lorin Maazel para dejar con profundo sentimiento, hace unos años, el podio de la Orquesta de la Radio Baviera, en una espectacular versión en la que también estuve presente. Es la obra con la que Mahler intenta despedirse de su tierra, del campesinado austriaco, de su familia, de la vida. Sabía interiormente que no viviría mucho más, que su existencia se terminaba, lo cual ocurrió a sus cincuenta y un años de edad. A ello se agrega el hecho que él nunca pudo escucharla pues fue estrenada un año después de su muerte por el director Bruno Walter. Primero un “andante” donde las breves frases del concertino Pablo Saraví compensaron cierto desagradable sonido de maderas y vientos. Apareció un segundo tiempo con su juguetón tema de siete notas que bien podrían haber servido de motivo para un ländler. Luego un burlesco “rondó” donde lució la trompeta solista para llegar, ahora sí, al tristísimo último movimiento, sublime, angustioso, con esa nota larga, casi interminable, sobre la cual danzan breves frases de las violas que se oyen como si estuviera mirando cómo se va alguien amado, agitando su mano, con tristeza infinita. Es que se va yendo el alma. Es que Mahler realmente se estaba despidiendo de todo y de todos.

El mexicano Diemecke, que conduce la orquesta desde el 2007, la hizo de memoria. En realidad dirigió todo de memoria. Obtuvo una versión elogiosa. Hizo caso omiso de lo señalado en el primer movimiento y tampoco se desconcentró con un fallo de los cornos. En verdad, entregó un concierto que cuando menos llega al calificativo de altamente meritorio. Es la primera vez que lo veo y espero tener la oportunidad de apreciar nuevamente su innegable musicalidad demostrada con una obra armada sobre la base de movimientos tan contrastantes como los cuatro que la integran y se permite poner en la superficie, para que todos lo aprecien, que el autor, resignadamente, muestra la llegada de la modernidad al hombre que va dejando atrás la gloria del romanticismo.

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