Al pueblo se le aplica la regla estricta de contener sus emociones, producto de ese fruncimiento “pequeño burgués”, altamente aplicado durante los golpes militares y sellado por la Iglesia, en que el pueblo no debe manifestar sus regocijos “socialmente” como expresión de la “chusma” y sello de lo que queda mal.
Cuando uno ha vivido, en carne propia, los padecimientos de otrora gobiernos. Cuando fue testigo viviente de los sucesivos golpes militares (uno más cruel que el anterior). Cuando lloró la entrega despiadada del patrimonio nacional y su soberanía anexa, en la incompetencia sucesiva de los últimos gobiernos, a sabiendas (intencional) del mal que ocasionaban al pueblo, no puede menos que valorar los pasos firmes y consecutivos de este nuevo peronismo nacional y de la Líder que lo conduce. Es un proceso paulatino, sin prisa pero con el timón seguro hacia los intereses de la mayoría y con una intelectualidad jugada a un proyecto nacional inclusivo innegable. Ronda, persistentemente, en los enemigos (adversarios desembozados) tradicionales, que no son otros que los dueños del poder (como por ej. La sociedad rural) y sus “asociados menores” en la cara visible de los dirigentes opositores, que no dudan en mostrar sus intereses antinacionales, que no es otra cosa que entregar, nuevamente, los progresos cívicos ganados con el sudor militante.
No soportan ver un pueblo eufórico que expresa su alegría patente en cada discurso de la conductora legítima y recurren a la técnica de la manipulación descalificadora. Se minimizan los logros y descalifican masivamente, planificando los medios hegemónicos hacia esa dirección, algo así como la bandera del “nada sirve”/ todo es inútil/ nada vale la pena porque al final las cosas volverán a su estado tradicional, aquél en que el poderoso es impune e inmune a las consecuencias. Todo volverá a su estado original, en donde los ciudadanos comunes tendrán que “aguantar”, estoicamente, las desigualdades de siempre, como por ej. Los abusos diversos en los precios/ la inexistencias de productos con precios cuidados/ la falta de garantías en productos adquiridos, etc. que llevan a los usuarios y consumidores habituales a sentir la sensación y el estado de desamparo cívico general. Esto para no entrar en detalles más puntuales: ese de “pruébelo en tres días” y cuando se lo devuelve, exigen la factura/el envoltorio exacto (en las mismas condiciones); y de últimas, vaya al servicio oficial-.
Reprimir las emociones
Al pueblo se le aplica la regla estricta de contener sus emociones, producto de ese fruncimiento “pequeño burgués”, altamente aplicado durante los golpes militares y sellado por la Iglesia, en que el pueblo no debe manifestar sus regocijos “socialmente” como expresión de la “chusma” y sello de lo que queda mal (mal visto), en esa presión desmesurada de igualarse a otras clases sociales, mejor vistas. En esa dirección, fueron siempre los prejuicios arraigados respecto al interior y la Capital (los del interior vs capitalinos). En la actualidad, con la liberación del carnaval y los intentos consecuentes de federalización del país, se privilegiaron partes diversas del territorio nacional y se los instaló turísticamente para descentralizar esa poderosa hegemonía portuaria, en un intento de recuperar que nadie es más que otro por su lugar geográfico. La nación es una y sus ciudadanos, también. Se acabó la divisoria tajante de la Av. General Paz contra los “negritos” del interior. ¿Queda alguna duda? Falta mucho, pero son deudas pendientes que se van zanjando.
Se trata, por todos los medios de controlar y disciplinar a las fuerzas sociales, no descontando que a la par, La Iglesia, sigue firme con sus métodos medievales y atado a la connivencia política. Culturalmente nos hemos educado a guiarnos “racionalmente”, bajo la premisa “pienso, luego existo”, restando importancia a la emoción y su expresión. El ambiente cultural y social actual apunta a la no expresión emocional, sobre todo aquellas emociones que social y culturalmente han sido etiquetadas – estigmatizadas – como negativas, tales como la rabia, la tristeza, el dolor, o el miedo. Estas emociones han sido catalogadas como una debilidad más que un potencial, en consecuencia hay la tendencia a negarlas, reprimirlas, camuflarlas o apaciguarlas. En este contexto es común escuchar expresiones tales como: “Si te ven triste o llorando van a pensar que eres débil”, “deja el enojo: van a pensar que eres un amargado (a)”, “no te rías tan fuerte: te ves tan vulgar cuando lo haces”, “contrólate, no llores…” “los hombres no lloran”, etc.
Para el final, quiero sobresalir la constante actitud de contagiar la alegría (a pesar de todo) de nuestra Presidenta, cuando se sale del guión del protocolo y baila (sin tapujos) para su pueblo que la adora. Para otro texto, sería los resabios indelebles del capitalismo salvaje que sumergió a gran parte de la población en esa actitud de voracidad inagotable que desdeña la vida y sus principios de base, pretendiendo que todo tenga un precio en el materialismo despiadado.-