Un grupo de jóvenes nacidos en dictadura rescató la voz de los hombres que pelearon buscando a sus hijos desaparecidos. Por qué dieron un paso al costado. Y el reclamo de justicia que sigue vivo.
A través de los años, las Madres, Abuelas, Hijos, Hermanos y Familiares de desaparecidos lograron agruparse para llevar adelante una lucha que trascendió fronteras.
Sin embargo, los padres nunca se unieron y su historia quedó en el olvido durante más de tres décadas, hasta que un grupo de jóvenes nacidos durante la dictadura decidió rescatar la voz de aquellos hombres que, a su manera, pelearon por la memoria, la verdad y la justicia. El 24 de marzo de 2006, Joaquín Daglio, Juan Vitale, Maximiliano Cerdá y Milena Vidal concurrieron a la Plaza de Mayo con motivo del 30º aniversario del golpe militar y se hicieron una pregunta tan simple como enigmática: “¿Qué sucedió con los padres durante esa época?”. La respuesta no se hizo esperar. Luego de varias reuniones con organismos de derechos humanos, resolvieron filmar un documental con la idea de que los padres fueran los protagonistas de su propio relato.
“Llegamos a ellos para conocernos y contarles el proyecto. Nuestra intención no era ir y sacarles dos o tres cosas que pudieran servir para un guión. Lo que queríamos era generar un clima para multiplicar las voces con una lucha llena de vida”, cuenta Daglio, el director, sentado a la mesa de un bar frente a la Plaza de Mayo. A su lado, Teobaldo Altamiranda y Julio Morresi, dos de los protagonistas de Padres de la Plaza –el documental que se estrena esta semana y que cuenta las sensaciones de diez padres cuyos hijos fueron asesinados o desaparecidos durante la dictadura militar–, observan atentos.
Morresi, de 80 años –quien desde muy joven militó en el peronismo–, vuelve a la pregunta original. “Un día nos dimos cuenta de que venían ‘taqueros’ e insultaban a las mujeres, y nosotros reaccionábamos. Entonces, las madres nos avivaron de que éramos unos calentones de mierda y nos mandaron para la recova que está frente a la plaza. Éramos quince o veinte padres. Quedamos en juntarnos los jueves, pero nos empezamos a pelear por fútbol y política. Y después de un tiempo, de ver el ejemplo que daban las madres, decidimos terminar.”
Altamiranda, de 81 años –quien militó durante varios años en el peronismo, piloteó el avión que el 20 de junio de 1973 trajo a Perón luego de su exilio en Madrid y era el encargado de llevar hacia el exterior las gacetillas de Ancla, la agencia de noticias clandestina creada por Rodolfo Walsh–, coincide y agrega: “Nosotros teníamos que cuidarles las espaldas a las mujeres porque estos hijos de puta pegaban a troche y moche. Ser protagonistas nunca lo pensamos. Si Joaquín no trae la idea de la película, nunca se nos hubiera ocurrido, porque las verdaderas leonas fueron las madres: nosotros sólo acompañábamos”.
La realización del film no fue sencilla. Uno de los padres, Jaime Steimberg, falleció tras las primeras entrevistas, y Mario Belli murió una vez finalizada la película. Sin embargo, se decidió que sus voces continúen como parte del legado que proponen los realizadores. “El cine tiene la particularidad de conjugar el presente con un pretérito. Y ellos pudieron dejar su voz para que siempre funcione en presente. Es una buena metáfora de los mecanismos de la memoria. Una buena manera de poder recuperar y tomar dimensión de todo el genocidio. De los treinta mil desaparecidos y de los miles de padres que aún continúan buscando a sus hijos”, asegura Daglio.
Morresi (padre de Claudio, secretario de Deportes) pudo recuperar el cuerpo de su hijo Norberto en mayo de 1989, luego de que el Equipo Argentino de Antropología Forense encontrara sus restos enterrados como NN en General Villegas y le confirmara que había sido asesinado el mismo día de su secuestro, el 23 de abril de 1976. “Fue un momento terrible, pero me dejó la tranquilidad de que no había sido arrojado al mar, que no había sido torturado.” En cambio, el hijo de Altamiranda, Rubén, también militante peronista y secuestrado a los 24 años el 13 de enero de 1977, aún continúa desaparecido. “Lo único que le pido a Dios es poder tener la suerte que tuvo Julio, quien a pesar de la desgracia pudo terminar con el velatorio constante con el que vivimos muchos padres y de una vez por todas terminar con el duelo personal.”
Uno de los momentos más fuertes de la película sucede cuando Rafael Beláustegui, quien tiene tres hijos desaparecidos, recuerda lo que le dijo el ex almirante Emilio Massera en un vuelo que, casualmente, compartieron desde Buenos Aires a Córdoba: “Los chicos en algún lugar están y en algún momento los devolveremos”. Una mentira que se hace insulto de rabia en la boca de Morresi. “Y después hay idiotas que dicen que hay que suspender los juicios porque son viejitos. Esta es la primera vez que se está haciendo algo coherente. Y no con venganza. Se trata de tipos que le hicieron un daño muy grande al país.”
– ¿Qué les provoca que este film haya sido ideado por jóvenes nacidos en la época en la que desaparecieron sus hijos?
Julio Morresi: –Mi hijo fue tildado de subversivo por educar en las villas. Lo que me provoca un tremendo orgullo. Por eso, que los chicos de las escuelas paralicen todo por pedir mejoras para los demás me parece bárbaro: la juventud de hoy no está perdida, es pensante como lo eran nuestros chicos.
Teobaldo Altamiranda: –Me pareció una brisa de aire renovador, porque era muy importante que todo esto no quedara en el olvido. Nos rescataron. Me da felicidad ver el resurgimiento de una juventud militante y combativa; que los chicos vuelvan a tener una posición política luego de tantos años adormecidos. Los chicos son todo. Mi hijo me dio la triste posibilidad de retomar mi militancia y continuar con lo que él hubiera deseado. Fue mi gran alegría, a pesar de una tragedia que nos golpea a todos y en la que no nos vamos a dar por vencidos hasta no ver al último responsable en cana.
– Por Bruno Lazzaro – Veintitrés