De vez en cuando resulta estimulante mirarnos en el espejo de otras sociedades, abrir nuestra perspectiva y nuestra realidad en juego con lo que ocurre en otras partes del mundo, incluso en aquellos países tomados como modelos a imitar. Nunca resulta vano ni ocioso indagar otras circunstancias, penetrar en las vicisitudes de sociedades que parecen estar muy distantes de la nuestra y que han seguido otros derroteros en las últimas décadas.
Desde siempre los argentinos solemos regocijarnos en cierta actitud masoquista al describirnos en comparación precisamente con esos países tomados como ejemplos a imitar y que nos recuerdan, con sus éxitos, todas nuestras derrotas y desgracias.
Escribo este artículo después de visitar el extraordinario monumento que, en pleno centro de Berlín, recuerda el Holocausto de los judíos europeos a manos de los nazis. Un sitio tremendo, un diseño en el que el horror y la irrealidad se entremezclan y en el que es imposible permanecer indiferente.
Son formas laberínticas y geométricas hechas de paredes de cemento gris oscuro construidas en diferentes alturas y en un suelo ondulante que ocupa toda una enorme manzana y que produce, a quien se interna por sus callejuelas de no más de 70 centímetros de ancho, una extraña sensación de desequilibrio y hasta de mareo. Es asfixiante y desolador.
Apenas una lejana sensación de lo que pudieron sentir las víctimas reales cuando eran conducidas a los campos de exterminio.
Alemania no ha ocultado su pasado, lo pone en el centro de su principal ciudad recordando su enorme responsabilidad, ese agujero negro de la cultura y de la vida que desoló la memoria de un pueblo.
Los alemanes no juzgaron a sus criminales; lo hicieron, y a cuentagotas, los ejércitos aliados. Se lo hizo en un juicio en el que los principales dirigentes del Tercer Reich, al menos los que pudieron ser atrapados o los que no se pegaron un tiro antes, fueron acusados por los crímenes horrendos que cometieron, por la implementación exhaustiva de un plan infernal que arrasó con la mayor parte de las juderías europeas destruyendo para siempre un extraordinario mundo cultural.
La mayoría fue sentenciada a muerte, algunos afortunados a largas condenas en prisión. No fueron muchos, en verdad su número fue escasísimo, pero con eso se cerró el expediente y al llegar el Plan Marshall, la Alemania de Adenauer se preparó para el olvido y para reciclar a muchos de los antiguos nazis que habían logrado evadir una justicia que se había conformado con poco (del lado soviético se hizo un poco más, pero tampoco demasiado más porque en la RDA también se reciclaron algunos antiguos nazis.
Los países aliados, con Estados Unidos a la cabeza, también cobijaron a aquellos científicos nazis que les fueron muy útiles en la carrera armamentista desencadenada no bien concluyó la Segunda Guerra).
Tendrían que pasar décadas para que de nuevo se reinstalara en la sociedad y en el espacio público aquello que dejó una marca imborrable y que se devoró millones de vidas humanas en nombre de la raza y de la grandeza de la nación.
Pero no deja de incomodarme ver y escuchar cómo un grupo de adolescentes se divierte entre las callejuelas asfixiantes; gritan y gesticulan profanando lo que debiera ser un ámbito de recogimiento y de silencio.
Tal vez la memoria se haya vuelto un espectáculo, rumor lejano que poco y nada les dice a quienes no se sienten tocados por el horror causado por muchos de sus mayores.
¿Establecerán alguna relación entre aquel antiguo racismo exterminador y las nuevas formas del racismo que se despliegan en Europa? Difícil saberlo.
Resulta irónico que los mismos que inventaron las políticas xenófobas, aquellos que pasaron por la trituradora de carne a decenas de millones de seres humanos en dos guerras terribles, que se proyectaron imperialmente por el mundo reduciendo al servilismo colonial a continentes enteros, hoy se ofrezcan como los grandes pedagogos de la democracia, como los hipócritas fiscales de las tiranías tercermundistas. Cosas de la impudicia allí donde los poderosos siguen siendo lo que fijan el relato que les conviene, a ellos y, claro, a la historia.
Pienso en estas cosas mientras se juega el Mundial en Sudáfrica (en un rato saldrán a la cancha Alemania e Inglaterra y más tarde será nuestro turno contra los mexicanos), un país convertido en modélico porque Nelson Mandela, estrella fulgurante en el panteón de las potencias occidentales, héroe de la virtud reconciliadora, decidió cerrar los expedientes del pasado, decidió que la nueva Sudáfrica sólo podía construirse si se olvidaba el terrible daño causado por los blancos.
Las diversas formas de la violencia que hoy atraviesan a Sudáfrica tienen una relación directa con la persistencia de la injusticia y la falta de reparación.
Los humillados, los reprimidos, los colonizados, los apartados de todos los derechos, también necesitan que se haga justicia para poder cauterizar en parte sus heridas. Quien simplemente por decreto decide que hay que olvidar, lo único que acaba por hacer es diferir lo irresuelto.
Entre nosotros, en nuestro país sureño y con bastante mala prensa entre la prensa “democrática y seria” del mundo desarrollado, los juicios por la verdad y la memoria siguen su curso, con lentitud pero avanzando hacia una reparación jurídica y social.
Argentina es una rareza porque ha decidido que no se puede construir el futuro arrasando el pasado y dejando impunes los crímenes.
Pero siguen insistiendo, los europeos, en darnos cátedra de democracia y de calidad institucional mientras ejercen una presión inhumana sobre miles y miles de indocumentados. Nuevas formas de racismo alimentan el sentido común de quienes aterrorizados ante la magnitud de la crisis económica causada por el establishment financiero y bancario en complicidad con la mayor parte de la dirigencia política, giran más y más hacia la derecha echándoles la culpa de sus males a los débiles entre los débiles.
Extrañas paradojas que nos muestran que mientras en Alemania el gobierno de Angela Merkel ha implementado un ajuste de alrededor de 80.000 millones de euros hasta el 2014 (incluyendo el recorte generalizado de las ayudas sociales y en particular el de la asignación familiar), mientras en España los socialistas de Zapatero le hacen el trabajo sucio a la derecha haciendo añicos los últimos restos que podían quedarles de sus orígenes igualitaristas y los griegos se esfuerzan por ser más consecuentes con los ajustes despiadados que, como siempre, afectan fundamentalmente a los sectores populares y dejan intocados a los causantes de la crisis, en nuestro país las paritarias funcionan a pleno, la economía sigue creciendo y el trabajo y el salario han dejado de ser las variables de ajuste elegidas por los ideólogos neoliberales que siguen reinando impunemente en la siempre envidiada Europa.
Extrañas perplejidades que me asaltan mientras me preparo para sumergirme, por unas horas, en la pasión futbolera, soñando con una final bien sudamericana.
– Por Ricardo Forster – Buenos Aires Económico – 29-06-2010