El estilo y el contenido de una polémica guarda tan estrecha relación con su etimología, que pareciera ser un fenómeno de exclusivo de origen argentino.
Precisamente su raíz lo relaciona a la guerra y al arte militar, y nada más curioso que los proyectiles de arma pesada con que se disparan los sujetos que actúan en una polémica, con el consciente propósito de quebrarse mutuamente. La materia prima de los enfrentamientos no es en este caso la pólvora, sino su equivalente en el espíritu humano, como lo es la agresión, donde la cultura actúa como puente de contención a los profundos instintos de destrucción con que el hombre viene munido a este valle social.
Fue con el inglés Thomas Hobbes, en quién escuché por primera vez la preocupación por el arma mortífera que transporta la naturaleza humana cuando un ser embiste contra otro, agudizando su ingenio y ataque para destruirlo, acuñando en su inmortal aseveración: ”el hombre como lobo del hombre”, una verdad inobjetable en la historia de la humanidad.
En el siglo XX, Sigmund Freud, buceó las profundidades del espíritu humano para extraer su esencia hostil y encontrarle a la luz de la superficie un sentido que la justifique. El resultado fue descubrir la génesis de la neurosis y las vicisitudes a que debe someterse para que los instintos se dobleguen educadamente ante la cultura, llegando incluso a demostrar que nuestro inconsciente asesina por pequeñeces. En la polémica no siempre el que habla es el ser consciente, sino más bien la traición del inconsciente que pretende ejercer sobre el otro la ley draconiana, que no conoce otro final que el de la muerte.
La conducta polémica claudica ante las leyes del narcisismo, en que su obstinación y terquedad, le hacen mantener la voluntad propia a la del otro en una mezcla de hiperestimación, poder y omnipotencia, que tampoco está exenta de cierta cuota de magia. Escenificar la polémica salvaje, aquella que pulveriza y enfrenta enemigos, nos lleva por un lado a un juego fragmentado de espejos, donde Narciso el semidios de la antigüedad sucumbe a su propia figura ante el empecinamiento por no querer ver a nadie más, cayendo en las aguas de su aislamiento; pero por otro lado, en un escenario contemporáneo, la polémica se dramatiza en una ruleta rusa retórica en donde ni los disparos ni los hombres interesan tanto, cuanto la fuerza de su violencia y la sutiliza de su crueldad, para que caigan ante la excitación y el gozo del circo que los contiene.
Por fortuna, tales deseos polémicos no poseen la irascibilidad de los tiempos primitivos y la belleza, el arte o la sabiduría pueden más en estos tiempos que las maldiciones recíprocas de dos contendores antagónicos. O sea, que la polémica también tiene su lado evolutivo y maduro, que es aquel que privilegia el diálogo y la comunicación sobre la confrontación. Los celos infantiles se aplacan, el narcisismo perverso da lugar a la reflexión y lo operativo se adueña del entendimiento, para que la comprensión haga su entrada triunfal y la convivencia social sea una posibilidad entre tantos intereses individuales. La oposición lineal se amplía en espiral, el monólogo se fraterniza en un diálogo esclarecedor, operativo y dialéctico, en donde a cada vuelta hay una realimentación mutua y un esclarecimiento del mundo. Lo estático se dinamiza y la comunicación surge como la dirección del aprendizaje en la adaptación activa de la realidad. El antagonismo cede al vínculo y las palabras que con su magia sostenía la obsesión, convergen pertinentes a una auténtica cooperación.
Mientras que esto ocurra, como parte de un esperado crecimiento comunitario, habrá que absorber las disputas inevitables de estos momentos de transición.
Salta 27/9/2012
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Cacerolandia o el final de la época
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