Se trata del Colegio Secundario N° 5094 Raúl Scalabrini Ortiz, sito en Avenida San Martín 1767 de la ciudad de Salta, Institución surgida en 1987 y que este mes de mayo, en homenaje a su nombre, celebrará un nuevo Aniversario el 30 de mayo. Lo conforma una Comunidad Educativa con altas expectativas sobre el aprendizaje de los(as) estudiantes, de manera que logren desarrollar competencias, capacidades, saberes y estrategias que puedan ser usadas en todos los ámbitos en los que se desempeñen. Busca que sus egresados(as) descubran su proyecto vital y se inserten en el mundo del trabajo o continúen estudios superiores universitarios o no universitarios. Le rinden verdadero honor al nombre y su lema es: Entre todos construimos una Institución posible que brinde Educación esencial con docentes esenciales para estudiantes esenciales. Actualmente trabaja con la bimodalidad en ambos turnos (mañana y tarde).
El pensador que desnudó el colonialismo (Fuente: cultura.gob.ar)
Su madre fue Ernestina Ortiz, una mujer oriunda de Entre Ríos descendiente de conquistadores de origen vasco, que se instalaron en la ciudad Paraná cuando arribaron al Río de la Plata. Su padre fue el naturista Pedro Scalabrini, un inmigrante italiano que llegó al país a los 20, en 1868, y sobrevivió como profesor de historia y filosofía en la misma ciudad entrerriana que su futura esposa. Tuvo una destacada labor como docente, fue miembro del Concejo Deliberante de Paraná, varias veces presidente de la Sociedad Italiana, y hasta colaboró con Florentino Ameghino en el estudio de los pisos geológicos de su provincia y patria adoptiva: Entre Ríos.
Raúl Ángel Toribio Scalabrini Ortiz, bautizado con el apellido del padre y la madre, nació el 14 de febrero de 1898 en Corrientes. Sus padres se habían instalado tres años atrás para llevar a cabo tareas educativas y científicas, creando en su paso el Museo de la Provincia. Pasado los cuatro años en Esquina, ciudad correntina donde vivieron con el pequeño «Marangatú», como le decía Pedro al menor de sus tres hijos (antes de él nacieron Matilde e Inés ), dejaron el litoral y se instalaron en la ciudad de Buenos Aires, viviendo en distintas casas de Barrio Norte.
Estudió ingeniería en la Facultad de Ciencias Exactas y se recibió de agrimensor, al tiempo que practicaba deportes como el boxeo, y se interesaba por la literatura y la Revolución Rusa. Su masa corporal crecía tanto como su materia gris, frecuentando tanto el club como los cafés, debatiendo con los intelectuales y artistas de la época, como Macedonio Fernández, Alfonsina Storni y Quinquela Martin. En ese entonces escribió para la revista Martín Fierro, y también lo hizo para La Nación, La Gaceta de Buenos Aires, El Mundo, Noticias Gráficas y Reconquista, el diario que fundó y dirigió.
En 1923 publicó un libro de cuentos llamado «La manga», y en 1931 su segunda y más afamada obra: «El hombre que está solo y espera». Sus páginas describen con elocuencia criolla, a manera de ensayo, la personalidad y perspectiva de un porteño de clase media que el autor llama el Hombre de Corrientes y Esmeralda, a quien define como el «vórtice en que el torbellino de la argentinidad se precipita en su más sojuzgador frenesí espiritual».
«La amistad no persigue remuneración alguna. Se da libremente. Un buen amigo no podría ser feliz sabiendo que sus amigos no lo son. Dos amigos forman una tertulia, un mundo completo y ficticio en que el mundo ya no es valedero. La amistad porteña es un fortín ante el cual los embates de la vida se mellan. La amistad porteña es un olvido del egoísmo humano».
«El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo en que todo lo porteño se imana, una aspiración que sin pertenecer en dominio a nadie está en todos alguna vez. Lo importante es que todos sientan que hay mucho de ellos en él, y presientan que en condiciones favorables pueden ser enteramente análogos. El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ente ubicuo: el hombre de las muchedumbres, el croquis activo de sus líneas genéricas, algo así como la columna vertebral de sus pasiones. Es, además, el protagonista de una novela planeada por mí que ojalá alguna vez alcance el mérito de no haber sido publicada».
Se casó con Mercedes Comaleras Ortiz, el 23 de febrero de 1934, y tuvieron cinco hijos: Raúl Pedro, Jorge José, Juan Miguel, Pedro Alberto y Matilde Alicia.
Política y poesía
En materia política, formó parte de la revolución radical yrigoyenista, que fracasó dos días antes de su ejecución, en diciembre de 1932, y se exilió en Europa, donde pudo observar y estudiar con más detalle los métodos de sometimiento de las grandes potencias con los países subdesarrollados. Sus ensayos hicieron énfasis en la cuestión nacional y el imperialismo.
En esos años, bajo el marco de la agrupación política FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), que contaba con pensadores como Arturo Jauretche, publicó «Política británica en el Río de la Plata» (1936), «Los ferrocarriles, factor primordial de la independencia nacional» (1937), «El petróleo argentino» (1938), «Historia del Ferrocarril Central Córdoba» (1938), e «Historia del primer empréstito» (1939).
Incursionó en la poesía, en su libro «Tierra sin nada, tierra de profetas. Devociones para el hombre argentino» (1946), donde también incluyó ensayos.
Tierra de cuatro vientos
Y un sol alto.
Hito móvil, el hombre
Es medida del hombre
Que está en ella.
El deseo del paisaje
Es su paisaje.
La noche es casi nada
En su aventura.
Luces verticales
Tejen su misterio.
Tierra de cuatro vientos
Y un Dios alto.
Tierra sin precedentes
Del para siempre y sin objeto.
El sin nada
La llena de esperanzas.
Destrucción de vida la construye.
Quietud de muerte la sostiene.
El cielo acerca
Su constancia de cielo,
Y elástico brote de tiempo
La conquista.
La muerte de un patriota
En el cementerio de La Recoleta, Jauretche recuerda que Scalabrini fue el maestro, el que les permitió pasar del antiimperialismo abstracto al antiimperialismo concreto, descubriendo la verdadera realidad argentina, como paso previo al intento de transformarla. Por eso concluye su despedida con estas palabras: “Raúl Scalabrini Ortiz …Tú sabes que somos vencedores… vencedores en esta conciencia definitiva que los argentinos han tomado de lo argentino. Por eso hemos venido, más que a despedirte, a decirte: ¡Gracias, Hermano!”
Murió el 30 de mayo de 1959, a los 61 años.