A este momento no hay dudas de que, desde la llegada de la Democracia a la Argentina en 1983, el Gobierno kirchnerista ha sido, por lejos, el más corrupto.
Sin embargo, más allá de algunos rasgos distintivos que tuvo, la matriz básica del saqueo ha sido similar a la utilizada por el Menemismo en los noventa, o incluso a la que utilizan los jerarcas sindicales que respaldaron a uno y otro gobierno y que han sido los dueños de los sindicatos de los trabajadores argentinos por décadas. Sería aventurado relacionar ese modus operandi casi idéntico a las coincidencias políticas de todos ellos; el Peronismo –el partido político al que pertenecen- ha tenido también dirigentes honestos a lo largo de su historia que se retiraron de la función pública o de la dirigencia gremial tal como habían llegado; basta con recordar a los ex gobernadores de nuestra provincia Carlos Xamena y al malogrado Miguel Ragone, o a Germán Abdala, uno de los funadadores de la CTA.
Después de enterarnos de cómo el ex Secretario de Obras Públicas del Kirchnerismo, revoleaba bolsos con millones de dólares por encima de los muros del convento de General Rodríguez, conocimos detalles de cómo se manejaba la adjudicación de trabajos en la obra pública en estos doce años.
Conocíamos desde antes que la mayoría de las obras del país, desde una gran represa hidroeléctrica hasta un puente carretero como el que se construyó en Tartagal luego del alud, eran proyectadas y licitadas desde el Ministerio de Planificación del Estado Nacional: allí se centralizaba todo. La Argentina declamadamente federal funcionaba también en estos menesteres como una república unitaria. Con el manejo discrecional y sin controles republicanos de los fondos de la coparticipación federal desde el poder central, además de instalar entre los gobernadores una lógica de hijos y entenados, se decidía qué construir, dónde y cuándo. Desde una escuela o un hospital necesarios para la comunidad hasta una ruta que conducía a ningún lugar.
Un empresario de la construcción, de la provincia de Misiones, contaba luego del episodio López, que en la década pasada era normal que, mientras un contratista esperaba ser invitado a participar en una licitación que sabía iba a publicarse, recibía un llamado telefónico desde la Secretaría de Obras Públicas en Buenos Aires, donde le decían; “En esta licitación vos no vas a participar, no reclamés nada, ya tenemos la lista de las empresas que sí lo van a hacer y vos no estás. En otra te tocará. Ya sabés que esto lo dispone La Superioridad”.
Es legítimo pensar que si “La Superioridad” organizaba y disponía estos procedimientos irregulares y violatorios de las normas de contratación de la República, era esa misma “Superioridad” (y en todo caso su entorno íntimo) la destinataria última de los beneficios que la tramoya urdida dejaría.
En los sindicatos, protegidos por la Ley de Asociaciones Profesionales donde el Estado ni la Justicia pueden inmiscuirse en el marco de la libertad sindical y de la “libre organización de los trabajadores” –salvo un homicidio o hechos que afecten a personas de otros ámbitos-, las maniobras ilícitas son más burdas y frecuentes. En la construcción de hoteles y balnearios o clínicas para sus afiliados, donde las adjudicaciones de las obras son por lo general ampliamente discrecionales, o en cualquier maniobra que incluso perjudique a sus propios representados, se invoca –para descartar cualquier reclamo- una figura cuya autoridad no debe discutirse y que está por encima de todo: La Organización. Cuando alguien que se siente afectado pide explicaciones la respuesta es simple: “Lo dispuso La Organización” o “Este aporte de las empresas al margen de las convenciones paritarias es para La Organización”. “La Organización” no es el sindicato y sus afiliados; es la cúpula del sindicato, el jerarca sindical máximo o este con su entorno íntimo.
El programa “Telenoche Investiga” de Canal 13, mostró hace unos años, cómo la UOCRA (la Unión Obrera de la Construcción) negociaba con el contratista de una obra civil para particulares las condiciones de seguridad para los albañiles que trabajaban en la obra, los que, a su vez eran representados por el mismo Sindicato. Veíamos en la pantalla chica (gracias a una cámara oculta) cuando los representantes de “La Organización” arreglaban con el Contratista para que este ignorara los procedimientos básicos de seguridad para los trabajadores, con el ahorro significativo que esto significaba en el costo total de la obra, y como contraprestación pedían una colaboración pecuniaria. Los patoteros sindicales, para no dejar dudas de que no actuaban solos, aclaraban que el dinero que recibirían era para “La Organización”. Demás está decir que Gerardo Martínez, el jerarca que hace treinta años está al frente de la UOCRA, negó lo que la televisión mostraba y trató de despegarse de los delincuentes agarrados con las manos en la masa; algo parecido a lo que hace Cristina en estos días respecto de López.
Gerardo Martínez es el tipo que quedó escrachado, pero este accionar delictivo es una práctica corriente en gran parte de los jerarcas sindicales de ayer y de hoy. La mayoría han manejado sus sindicatos con mano de hierro por más de veinte o treinta años y se han retirado o han muerto multimillonarios, como Oscar Lescano, de Luz y Fuerza y Diego Ibáñez, del SUPE.
Si hacemos memoria y recordamos los años del Menemismo, tendremos presente a José Luis Manzano, uno de los operadores y hombres de extrema confianza del Turco Menem, que cuando la prensa hizo pública la coima de 14 millones de dólares que cobró por la venta de la empresa estatal Petroquímica General Mosconi, dijo simplemente: “Esto es para La Corona”, es decir que ese dinero era para la cúpula del poder político del país de ese momento. El periodista Horacio Verbitsky habló de este tema con minuciosidad en su libro que lleva precisamente el título “Robo para la Corona”.
Los jefes máximos nunca ponen la cara, es así, si el subordinado que debe recaudar para la cúpula no sabe hacer las cosas con picardía y queda en off-side que se atenga a las consecuencias por tonto.
Robar para “La Superioridad”, robar para “La Organización”, o robar para “La Corona”, son solo variantes para una misma matriz, la de la corrupción en la Argentina.
– Por Oscar A. González (El Tala).
(Foto tomada de Taringa)