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domingo, noviembre 24, 2024

Russel Crowe es Noé, el gladiador de las aguas

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Al film no se le puede cuestionar la enorme producción y la grandilocuente interpretación de Crowe en un personaje rabioso y sereno, duro y sensible, que muestra sus debilidades, sus fortalezas, su fe, su amor incondicional, su humanidad toda. Pero la película “Noé”, no deja de ser una lección de buen cristiano.

A ello, al fácil acceso al cuento de la Biblia, se le suma un mensaje ecologista. Los justos, los inocentes, serán salvados por el Arca. Cuando es descubierta por los hombres, se produce una suerte de batalla por la salvación al estilo de cualquiera de las películas épicas vistas, en la que se muestra un Noé verdugo, quien tiene el poder de decidir sobre la vida, ajustado a las señales que recibe de Dios.

Como si fuese una lucha de titanes, aparecen seres de piedra, Los Vigilantes, quienes forman un verdadero ejército de campeadores contra los que amenazan con subirse al Arca que contiene todas las especies animales protegidas que darán inicio a un mundo sin pecado. Los atacantes están hambrientos, y subyace que de ser parte de la embarcación, muchas especies se extinguirían por el ansia de comer carne. La descendencia de Abel, come frutos y semillas, es una generación vegetariana que no atenta contra la vida animal. Los hombres se muestran en su bajeza total al comerse unos a otros, un canibalismo incontrolable que terminará cuando comience a llover y el diluvio juegue su papel de purificación, con la desaparición de la humanidad.

Escenas muy fuertes, como la protagonizada por Emma Watson al momento de parir, no dejan de mostrar la crudeza de las imágenes. Un film muy visual, y de allí, quizá, su atractivo mayor. No por nada, cada minuto de cinta costó cerca de un millón de dólares.

Es una película atípica alumbrada por el director Darren Aronofsky (Pi, Requiem por un sueño o la más reciente Cisne negro), que no deja de ser cautivante por un desmesurado Noé, padre de la humanidad, con conflictos internos, por momentos cegado y falto de cordura, obstinado, indolente, quien lleva el peso de la culpa por un lado, y del deber, por el otro, deber que se ata a Dios de manera incondicional.

Jennifer Connely (esposa de Noé) y Anthony Hopkins interpretando al anciano Matusalén, acompañan la fuerza de un Russel Crowe que le pone una violenta y enérgica espiritualidad a su composición para crear un misticismo oscuro, más cercano a una película de aventuras, pero que tiene todos los símbolos que aparecen en el Génesis más los espacios en blanco de lo «no dicho» que supo llenar el director.

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