Glinka: música enérgica, firme, expresiva con trazos de recio impacto orquestal. Ideal para abrir un concierto. La segunda parte estuvo dedicada al francés Ravel. Tartza fue muy aplaudida. El concierto se cerró con los cuatro movimientos de la Rapsodia Española. Izcaray puso especial énfasis mostrando los contrastes rítmicos de la rapsodia. Fue el concierto de notables orquestadores.
Salta, jueves 31 de julio de 2014. Teatro Provincial. Solista: Ana Cristina Tartza (violín). Orquesta Sinfónica de Salta. Director Honorario Maestro Felipe Izcaray. Mijail Glinka (1804-1857) Obertura de Ruslan y Ludmila. Nicolai Rimsky-Korzakov (1844-1908) Capricho Español op.84. Maurice Ravel (1875-1937) Tzigane (para violín y orquesta) y Rapsodia Española.
Los nacionalismos musicales en la expresión sonora académica, surgieron como una necesidad de los músicos que reconocieron en sus raíces, el sonido propio de su tierra. Ahora parecen algo común habida cuenta de las herramientas que posee el ser humano para intercomunicarse, pero cuando comenzaron a surgir a mediados del siglo XIX, como tímido camino entre lo clásico y lo romántico, era difícil comprender la música autóctona de las montañas rusas, las expresiones tan coloridas y vívidas del sur español o la influencia gitana de la Europa oriental, para mencionar, solo como ejemplo de muchas muestras de ese género. En esa tarea estuvo por caso, Mijail Glinka, uno de los cinco compositores que fundó la escuela nacional rusa. De él, escuchamos la obertura de su ópera Ruslan y Ludmila que cuenta la historia del héroe que salva a la doncella de las acechanzas de un hechicero malvado. Música enérgica, firme, expresiva con trazos de recio impacto orquestal. Ideal para abrir un concierto.
Luego fue esa obra maestra del Capricho Español que comentaré al final.
La segunda parte estuvo dedicada al francés Ravel que con la influencia de sus ancestros vascos escribió música basada en giros, estilos y estructuras españolas con alguna referencia al carácter gitano de algunas zonas de la península ibérica. Lo primero fue Tzigane (cíngaro, gitano), página original para violín y piano como se conoció en la década de los noventa en nuestra ciudad. Pero Ravel, prontamente descubrió las posibilidades de la obra y al virtuosismo del solista, le dio una orquestación recatada, elegante, fina, transparente para que aquel se luzca plenamente. La concertino de la orquesta, la exquisita Ana Cristina Tartza, rumana de origen, se sintió en su salsa. Tiene un bagaje técnico impecable pero sobre todo, posee una musicalidad avasallante. Su certera mano izquierda se corresponde con un arco de pronunciada calidad y belleza superando con largueza las endiabladas dificultades técnicas de la pieza, ataques, matices, dobles cuerdas, etc. Fue muy aplaudida como también sucedió con el bis consiguiente.
El concierto se cerró con los cuatro movimientos de la Rapsodia Española, como ya dije, también de Ravel. Izcaray puso especial énfasis mostrando los contrastes rítmicos de la rapsodia, desde el “moderato” de su música nocturna al inicio, Los juegos de cuerdas y metales en la “malagueña” seguido del cansino ritmo en la “habanera” con sus especiales figuraciones ternarias, para cerrar con una brillante y festiva “feria” de tiempo animado y pujante.
Esta noche fue el concierto de notables orquestadores. Los mencionados precedentemente más el que cerró la primera parte, fueron definitivamente maestros de la instrumentación. Una tarea tan difícil sin la cual la más bella composición puede desintegrarse en el olvido si no viene acompañada de una combinación sonora acorde. Rimsky-Korzakov, según cuenta Izcaray, pisó España apenas unos días, parece que en el puerto de Cádiz. También tuvo en sus manos un libro que hablaba de las costumbres y estilos de esa atractiva tierra. ¿Cómo es posible que hubiera escrito una estupenda obra, plena de colorido con sus ritmos particulares y sus acentos que solo surgen de la vivencia? ¿Habrá sido un genio? La entrada de “aires gitanos”, un par de “alboradas”, sus variaciones, un espectacular “fandango asturiano” definitivamente conforman una genialidad del compositor ruso. Cuanto más la escucho más exigente la encuentro a despecho de los que hablan con liviandad acerca de lo “sencilla” que es. El ritmo debe ser exacto, preciso; sus diferentes coloridos orquestales también; intensidades y timbres netamente castizos. Korzakov rinde su homenaje a una tierra que por alguna razón no le resulta desconocida y lo hace con la inmensa sabiduría de su mente y su corazón.
Ana Carolina Varvará (arpa), Cecilia Ulloue (flauta), Emilio Lépez (oboe), Víctor Muradov (violín), Eugenio Bucello (violonchelo) fueron algunos de los solistas destacados en una orquesta de alto rendimiento. Fue notorio el especial cuidado de cada integrante contribuyendo con el de al lado y esa atención sirvió para un sonido sinfónico de conjunto verdaderamente llamativo exhibiendo, además, su afectuosa ligazón con la batuta conductora. En el podio un organizador de primera línea, hecho a la usanza tradicional, conocedor profundo del material sonoro, inspirado. Tengo buenas referencias del trabajo del maestro Felipe Izcaray en su Venezuela natal, pero es evidente que cuando viene a nuestra ciudad en su calidad de Director Honorario de la Orquesta Sinfónica de Salta, a conducir la Orquesta que ayudó a formar y que dirigió durante seis inolvidables años, siente felicidad y orgullo en su interior y esos sentimientos quedan al desnudo cuando dice exultante “mi querida Orquesta”. Maestro, será hasta el año próximo.