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martes, marzo 4, 2025

Todos con Brahms

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Brahms fue un personaje extraño por momentos. Su música es maravillosa en casi su totalidad, lo cual denota un espíritu sensible, romántico. Tras su aspecto rústico, hosco y descuidado escondía un corazón noble. La programación es ambiciosa y tiene sus riesgos. Una buena oportunidad para conocer al compositor.

Salta, martes 7 de abril de 2015. Teatro Provincial. Ciclo “Todos al escenario” (en adhesión al XXXIX Abril Cultural Salteño). Obras de Johannes Brahms (1833-1897). Valses op. 39 para piano a cuatro manos. Danzas húngaras números 1, 3, 11 y 5. Valses de amor op. 52 para cuarteto vocal y piano a cuatro manos. Mónica Ferri (soprano), Mara Szachniuk (mezzo-soprano), Ricardo Rodríguez (tenor), Luciano Garay (barítono), Julio Menéndez y David Benítez (piano).

El Departamento de Música de Cámara que dirige la pianista María Fernanda Bruno inauguró el ciclo “Todos al escenario” que en su primer mes estará dedicado a Johannes Brahms, compositor alemán del siglo XIX. Serán cinco manifestaciones que irán mostrando diferentes épocas y facetas de este notable músico que para muchos, integra el trío de las B germanas junto a Juan Sebastian Bach y Ludwig van Beethoven. La programación es ambiciosa y tiene sus riesgos pues intervendrán diferentes músicos locales que por supuesto exhibirán sus personales visiones brahmsianas. Sin embargo me atrevo a anticipar que el Festival será mucho más que atractivo.

La jornada de esta noche se abrió con los dieciséis Valses op. 39 que Brahms dedicara al crítico austríaco Eduardo Hanslick, que en el ejercicio de esa función ejerció un enorme poder en el ámbito musical centroeuropeo. Era extremadamente ortodoxo y por tanto contrario a las libertades del romanticismo. Se me ocurre que Brahms dedicó estos deliciosos valses como modo de demostrar al inflexible crítico que la música ya estaba en otra dimensión, más acorde con las libertades expresivas que cautivaron al público de esa época y aún lo siguen haciendo.

Coincido totalmente con la elección de cuatro de las conocidas veintiún Danzas Húngaras escritas por este alemán conocedor también de los cautivantes aires gitanos que se habían extendido hasta Viena. Las 1, 3, 11 y 5 probablemente sean lo más representativo del género. Escritas para piano a cuatro manos, estilo mucho más acorde con la idea pianística del compositor, que también tradujo algunas para solo de piano, transitan las dificultades de los giros gitanos sobre todo en las de excesiva velocidad. Al menos para mí, los momentos más lentos exhiben un lirismo dulce disimulando algunos errores atribuibles, creo, al mecanismo del Kawai que se usó.

De pronto ingresaron los dos pianistas y los cuatro cantantes. Este crítico que intenta ser lo más objetivo posible, por momentos no pudo. Volví algunas décadas atrás porque los dieciocho valses de amor op. 52 los canté integrando la cuerda de barítonos del reconocido Coro Alter de Tucumán y no pude contener la emoción. Aquí los pianistas fueron un notable marco instrumental para el cuarteto vocal. Son valses breves, algunos de gran belleza como el número 7, nostálgico recuerdo de un amor perdido donde se lució Mónica Ferri, excelente emisión, intensidades y tempo.

También muy bueno fue el solo del vals 17 a cargo de Ricardo Rodríguez, un excelente tenor de cámara. Los destaco primero porque fueron los dos únicos solos. Pero la composición brahmsiana fue hecha “ad libitum” o sea, según el gusto y las posibilidades de los ejecutantes. Así es como por momentos, en arbitrarios arreglos, había dúos, tríos, cuartetos, pasajes de alta polifonía donde brillaron Mara Szachniuk, que hace pocos días cantó el Réquiem de Mozart, de hermoso timbre, respetable volumen, entradas y finales de frase dichos con irreprochable precisión, más el director del grupo coral del IMD, el barítono Luciano Garay que reiteró sus innegables condiciones técnicas con su reconocido talento. Acentos, frases rotundas, dulces melodías, ligaduras, volúmenes casi inaudibles para señalar la delicadeza del compositor. Todo estuvo allí, en ese sólido cuarteto bien acompañado. De estas breves páginas hay versiones de diferentes clases, incluso las hay por un grupo de seis presidentes o primeros ministros europeos en una grabación casi documental aunque probablemente la cúspide sea una de Mathis, Fassbaender, Schreier, Fischer Diskau (cantantes) más Engel y Sawallish al piano.

Brahms fue un personaje extraño por momentos. Su música es maravillosa en casi su totalidad, lo cual denota un espíritu sensible, romántico. Tras su aspecto rústico, hosco y descuidado escondía un corazón noble. Solo así se explican estos valses de neto corte alemán, aún cuando su romanticismo era terminantemente clásico y conservador y por tanto el reconocimiento de la nación germana no era lo que esperaba y se fue a Viena donde moriría tres décadas más tarde. Algunas de sus biografías hablan de una cualidad por cierto no frecuente, como una supuesta misoginia. En realidad, él tuvo un amor del que no hay pruebas indiscutibles sino indicios que fue el único de su vida, el que sentía por Clara Wieck. Clara era esposa de Robert Schumann, ambos muy amigos de Brahms. Cuando Schumann murió, muy joven, él nunca se animó, parece, a declarar sus sentimientos. Por otra parte cuenta la leyenda que visitaba con alguna frecuencia lugares no muy santos –tocaba el piano en burdeles- que comparados con el lugar ocupado por su madre o por Clara, generaba un cierto desprecio por la condición femenina. Tal vez la soledad en la que vivía, trazó este camino que martirizaba sus sentimientos.

De todos modos, creo que esta es una oportunidad para conocer más en profundidad este notable compositor.

1 COMENTARIO

  1. Todos con Brahms
    Exelente el comentario de José M. Carrer, un Exquisito, un Maestro de la música clásica. A José Mario, con mucho afecto, un abrazo.

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