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domingo, junio 22, 2025

Un Beethoven de lujo

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A Lavandera lo escuché no menos de media docena de veces en vivo y cada vez oigo un intérprete que se supera a sí mismo. La brillantez del primer “allegro” fue de tal vuelo que el público terminó atornillado en el asiento por el virtuosismo del solista.

Salta, jueves 16 de junio de 2011. Teatro Provincial. Solista: Horacio Lavandera (piano). Orquesta Sinfónica de Salta. Director Titular: Maestro Enrique Roel. Obras de Ludwig van Beethoven (1770-1827): Obertura Egmont op.84. Concierto para piano y orquesta “El Emperador” nº 5 op. 73. Sinfonía nº 5 en do menor op.67. Aforo: 90%. Auspiciado por Laboratorios Roemmers. Concierto ofrecido por el conductor y la orquesta en memoria de Raquel González de Peñalva, la inolvidable impulsora de la cultura salteña.

Un concierto que trae al probablemente mejor pianista que hay en nuestro país como es el joven Horacio Lavandera, más un período fructífero de la orquesta sinfónica local no podía dejar de convocar a la extraordinaria cantidad de público que asistió al mismo a la espera de resultados artísticos de primer nivel. Y eso es lo que sucedió, un concierto memorable sin duda.

Las obras han merecido mis comentarios anteriores pues han sido ejecutadas no pocas veces en los diez años que tiene la agrupación sinfónica salteña. La lectura de la “Egmont” fue irreprochable en el tempo elegido y la afinación lograda. Su fraseo permitió una justeza milimétrica sin perder el equilibrio sonoro. Es el inicio de un trabajo incidental para una obra de Goethe que obligó al autor a componer diez partes una de las cuales es la obertura tan conocida en salas de concierto.

Luego apareció el deslumbrante Horacio Lavandera. Lo escuché no menos de media docena de veces en vivo y cada vez oigo un intérprete que se supera a sí mismo. La brillantez del primer “allegro” fue de tal vuelo que el público terminó atornillado en el asiento por el virtuosismo del solista. En contraste la inmensa belleza del “adagio” con esos iniciales compases de orquesta, lentos, románticos, suaves hasta llegar al minuto con veinticuatro segundos a esas dos notas octavadas tan conmovedoras que en ese momento milagroso pensé: es el alma de la destinataria de la interpretación la que está aquí. Finalmente, un jubiloso final donde el refinado Lavandera, en complicidad con la acertada lectura de Roel, remató con lirismo y vigor el notable concierto beethoveniano.

Todo terminó con la conocidísima Sinfonía nº 5. Tal vez pueda incursionar en elementos subjetivos pues el Mº Roel repitió el “tempo” que solía usar Toscanini, que luego de los años sesenta se hizo mas “pesante” y por tanto el discurso no fue tan claro. La de esta noche fue, como resultado, casi cuatro minutos más corta, lo que quizás para muchos carezca de importancia, pero deja de ser lo que se considera hoy como el “sonido alemán”. Esto fue evidente en los dos primeros movimientos pero en los dos finales, que no tienen solución de continuidad, el ritmo fue el usual de nuestra época. Roel aprovechó todo lo que el material sonoro le ofrecía para lucir la orquesta a la que no le faltó fantasía y brío loables en un trabajo que generó una noche totalmente artística.

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