Antonio Domingo Bussi está siendo juzgado en Tucumán por la desaparición de un ex senador provincial, pero los males que infligió este personaje a la provincia no se limitan a este hecho. Tuvieron que pasar muchos años para que el nombre de este general fuera sinónimo de represión.
– Norma Giarracca*
– criticadigital (20.08.2008)
¿Por qué? ¿Qué ocurrió con los tucumanos para que la mitad de su población negara las atrocidades de los años de la dictadura y lo llevara mediante el voto democrático nuevamente a la gobernación en 1995?
La provincia sufrió por décadas las periódicas crisis de su actividad agroindustrial más importante: la cañera. En los 60 se adelantaban las crisis de las economías regionales que luego el país todo sufriría, pero en Tucumán esta situación fue acompañada por una radical posición de lucha y construcción de organizaciones gremiales, cooperativas, culturales.
La coyuntura condujo a que muchos grupos políticos de izquierda decidieran operar territorialmente allí.
Una década después, desde 1975, la provincia atravesaba una ocupación militar y fueron perseguidos, desaparecidos y asesinados obreros, zafreros, campesinos, estudiantes, profesionales, trabajadores sociales, periodistas, políticos, guerrilleros.
No hubo juicios ni justicia ni la mínima legalidad. Por ello es difícil comprender por qué Antonio Bussi en 1995 llegó a ser gobernador por el voto popular.
Comencé a trabajar sobre la actividad cañera en Tucumán en 1987 y seguí ligada a la provincia por diferentes trabajos sobre su estructura agraria, su ruralidad, sus luchas por más de 15 años.
Recorrí sus pueblos, hablé con “sobrevivientes”, con “bussistas” activos, conocí a viejas maestras rurales que se levantaron de sus lechos de enfermas de tristeza por la pérdida de sus hijos y fueron a persuadir a otras personas del horror que significaba votar a Antonio Domingo Bussi. Sin embargo, una parte de Tucumán trabajó por su partido y lo votó. Nuevamente: ¿por qué?
A partir de mediados de los 70, mientras en la provincia los operativos militares generaban terror, “disciplinamiento” gremial y social, en el plano económico se daba una fuerte concentración de los sectores empresariales y una fragmentación de los trabajadores (con o sin tierra).
Muy pocas veces estos dos procesos –represión y cambio económico-social– aparecen tan claramente imbricados como en la pequeña provincia.
Pero mientras en los 60 los expulsados de las agroindustrias fueron a Buenos Aires y Rosario, en este período pasaron a engrosar San Miguel de Tucumán y las ciudades intermedias provinciales.
Bussi, gobernador militar, supo enmendar esta situación y mediante planes de inversión estatal de gran envergadura otorgó masivamente empleos públicos.
Recordemos que el país recibía millones de dólares que financiaba la fuga de capitales pero, coyunturalmente, producía cierto espejismo de prosperidad.
Los tucumanos con humor trágico caracterizan aquellos años de plomo diciendo que “lo que estaba quieto, Bussi lo pintaba de blanco y a lo que se movía le tiraba un tiro”.
Y, en efecto, el militar ordenó que pintaran todo de blanco (hasta los árboles) y llevó a los mendigos en camión a la frontera provincial.
Aparecieron nuevos sectores urbanos instalados en las ciudades provinciales dependientes del sector público quienes, junto a las clases altas y medias favorecidas por el endeudamiento y entusiastas de “orden blanco”, serían su base electoral. Pero esto sucedió también porque la democracia no cumplió con una reparación política, económica ni ética en este lugar de tanto horror y dolor. Se dejó avanzar el plan político del militar genocida sin juzgarlo, se desreguló la agroindustria, se habilitó al peor de “los peronismos” posibles y se desoyeron los sufrimientos de pueblos enteros.
A mediados de los noventa, cuando la tasa de desocupación se disparaba aún más que la nacional, cuando la moneda nacional casi no circulaba y Ramón Ortega privatizaba el agua triplicando su precio, cuando desaparecía la economía campesina y las “mafias” y la corrupción se expandían, aquellos sectores nostálgicos del empleo público y del “orden blanco” lo convirtieron en gobernador de la democracia.
La otra parte, hizo lo (im)posible para impedirlo. Mercedes Sosa silenció su voz en la provincia por cuatro años.
Hoy se oye la voz de la justicia, y eso es muy importante para Tucumán.
* Socióloga. Coordinadora del Grupo de Estudios Rurales, Instituto Gino Germani, UBA.
Una historia amarga
bussi si habla sabe todo lo acontecio bajo el gob peronista no olvidemos que el bajo el gob del peronismo ya tucuman era zona de operoaciones, mas de un k caeria, como tambien un moyano q esta acusado de participar entregando activistas fabriles de aqella epoca, sumado a esto vargas aignasse era de la fanet, un agrupacion derechiste del peronismo,