Esta nota se reproduce del sitio Iruya.com – Título: Primer mandatario y primer pecador de la Provincia. La sinceridad del Gobernador de la Provincia de Salta se encuentra en serio entredicho. La Novena del Señor y de la Virgen del Milagro constituye una dura prueba para el narcicismo incurable de un político que parece haber nacido sin el estigma del pecado original.
Mucha gente se pregunta si el Gobernador de la Provincia, que con entusiasmo de monaguillo y excitación de novicia suele presidir las procesiones del Milagro, reza también la Novena.
Suponiendo que la rezara -como lo hacen cientos de miles de sus comprovincianos- la pregunta que surge inmediatamente es la siguiente: ¿Qué sensaciones íntimas experimenta el primer mandatario cuando con sus ojos recorre esas líneas que dicen, por ejemplo, ¡Oh, Dios! ¡Arrepiéntome del ultraje que os hice renunciando a vuestra amistad, y despreciando vuestro amor por los miserables placeres de este mundo. ¡Ah pluguiera a Dios que hubiese muerto mil veces antes que ofenderos! ¿Cómo pudo llegar a tal extremo mi ceguedad y locura?
Casi todos en Salta saben que nuestro Gobernador jamás ha roto un plato. Es decir, que no comete errores, injusticias, maledicencias, y mucho menos incurre en deleznables pecados; sobre todo aquellos relacionados con los miserables placeres de este mundo.
Por tanto, es de suponer que cuando el Gobernador pronuncia estas mortificantes palabras no es demasiado sincero que digamos. Que en su fuero más íntimo siente que el pecador infame que protagoniza la Novena y que con el corazón contrito implora el amparo de Cristo crucificado y de su Santa Madre no es exactamente él sino los demás salteños. Taimados, salaces y descontrolados.
Y debe ser así nomás, porque el Gobernador de Salta, desde que ejerce este cargo (10 de diciembre de 2007) nunca ha reconocido -no digamos ya sus pecados- sino el más mínimo error de enfoque o de acción. De allí que muchos -católicos y no católicos- se pregunten si esta despampanante seguridad en la propia salvación no tiene que ver con las periódicas donaciones de terrenos que concreta el gobierno y que tiene por beneficiario al Arzobispado de Salta.
Pero sucede, entre nosotros, que con independencia de la invisibilidad del sacramento de la penitencia, el pecado mortal es más bien visible -sobre todo cuando es público- y, a pesar de ciertas evoluciones teóricas, sigue siendo un camino seguro hacia el infierno eterno.
Digamos que la confesión de los pecados requiere, para la absolución y la subsiguiente reconciliación, el recorrido de un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador. Es decir, de una especie de probation, pero en materia espiritual.
A muchos de los que rezan con devoción la Novena -incluyendo a algunos gobernantes- no se los ve por la labor de arrepentirse, puesto que esto último requiere como paso previo la admisión de la culpa. Quien nada tiene para reprocharse, quien todo lo hace perfecto, no puede ni arrepentirse ni ofrecer reparación alguna. Sucede exactamente lo mismo con el reo que quiere que se le suspenda el juicio a prueba sin reconocer su delito ni proporcionar a la víctima un justo resarcimiento.
Ahora bien, si una gran mayoría de salteños pronuncia con convicción y auténtico dolor de su alma esa frase de la Novena que dice «vedme a vuestros pies; confieso que soy digno de tantos infiernos, como veces os he ofendido por el pecado mortal», ¿por qué el Gobernador es diferente? ¿Por qué él, precisamente, no es digno de tantos infiernos, como lo son el resto de sus gobernados?
Ya una vez don Juan Manuel Urtubey dijo que no teme a Dios. Probablemente ahí se encuentre la causa de esta tan poco democrática diferencia entre el Gobernador y sus esclavos en Cristo.
(Foto tomada del Muro de Gustavo Fantozzi – 15/09/17)