Gustavo, fue una de las personas más exitosas que conocí. Por razones comerciales me acerqué a él e iniciamos una amistad (por su propia generosidad) que se prolongó en el tiempo. De arranque me invitó al histórico Bar de Naim (frente a la Plaza), hoy ya parte de una leyenda. Era un asiduo concurrente al lugar para desplegar esa pasión por el Ajedrez y, cuya amistad me acercó a este juego ciencia, espacio lúdico que despertaba raras pasiones, incomprensibles para un lego como el suscripto. Poco a poco me fui contagiando de esa adicción irrefrenable, que enviciaba a los múltiples presentes, hasta ponerlos al borde de una inminente rencilla, inexplicable para un novicio en el juego.
Nuestra amistad fue creciendo a través de sucesivas mudanzas, una vez que los Naim, cambiaron el Bar por la distribución de libros. El Gordo que mudó su chaqueta de mozo por el traje con corbata de un elegante distribuidor de libros, nos lanzó a mudarnos a una sala propia, donde con Gustavo, Juan Carlos, el Ñato Díaz (gestores de la idea) y quién les habla, fundamos el elegante Club de Ajedrez, con impecable mobiliario a estrenar y juegos, personalísimos: Cada tres integrantes teníamos nuestro cofre personal con un juego de Ajedrez, de propiedad compartida, todo, absolutamente, idea de Gustavo y Juan Carlos y, la prolija contabilidad del Ñato Díaz, que cuidaba que los numerosos socios cumplieran con la cuota Mensual.
Inmediatamente, por iniciativa de los mentores del Club, comenzó una serie de actividades sociales, no tan solo Institucionales (campeonatos internos), sino reuniones de camaradería, donde, quién les habla, fue elegido Jefe de ceremonial y encargado de realizar los brindis y palabras alusivas en cada “suculento” asado que realizaba el Club, incluidos viajes a casa quinta y granja que tenía (Gustavo) en sociedad con el “chaqueño”. Fueron tiempos de pletórica alegría y entrañable amistad, tronchada por la irritabilidad del “Chiri” Sarmiento, que quería definir sus antipatías a golpes de puño, asignatura que conocía bastante, siempre frustrada por la intervención de algún socio. Tanta felicidad personal, me llevó a escribir el único libro testimonial de esos encuentros, que titulé: La Novela del Ajedrez, dando un panorama de nuestra excelsa felicidad, teniendo como inspiración privilegiada, la generosa memoria de Gustavo.
La otra cara de la dicha
Las cosas siguieron por mucho tiempo este perfil de alegría y logros, pero lentamente, el grupo se fue diluyendo. El primero que dio el portazo, fue Juan Carlos, que, por razones laborales y familiares, su destino lo llevó al interior de la provincia a desarrollar planeamientos agropecuarios, siempre con su talento para arriba. Más de una vez lo crucé despuntando su vicio ajedrecista en la Estación de servicio del pueblo, sin mostrar ninguna añoranza. El resto se fue disgregando hasta casi desaparecer, en unos cuantos fanáticos sobrevivientes. Yo, también deserté, por razones laborales y, el club se fue quedando con contados fieles en una sola mesa en un patio interior del Círculo de Salta, dando una imagen irrecuperable, de náufragos en altamar.
El que llevó la peor parte fue el querido Gustavo, que descarriló familiarmente, en un divorcio no deseado. Nadie puede conjeturar las intimidades de una pareja, sin hacerse cargo de su propia imaginación. Lo cierto, que Gustavo, fue progresivamente deteriorando su salud mental hasta caer en un brote sicótico y ser recluido en el Hospital Siquiátrico local. Qué explicación se puede dar de un ser que fue brillante, como persona, empresario y amigo, y que como destino final le esperaba la insania sicótica. En calidad de mi condición de Sicólogo y amigo personal, sólo puedo suponer y rememorar su historia personal, con algunas mudanzas forzadas, que lo trajeron de su Mar del Plata natal, a tanto Kms, tras del padre (carpintero de oficio).
Qué fantasmas lo perseguiría para dar ese desenlace poco feliz de una internación siquiátrica y el abandono de sus seres queridos (esposa e hijos). Siento inmensa tristeza por este final, porque está comprobado que de la Sicosis, nadie vuelve. En mi visita al Establecimiento, encontré un ser extraviado, que no me reconoció, catatónico y delirante con profundos rasgos paranoicos, que me llevaron a rememorar el trebejistas brillante que conocí, enamorado de la vida y, que me dictara, sentados en el sillón avencijado del Círculo, la letra del que fuera mi mejor recuerdo: La novela del Ajedrez .
Al poco tiempo, partió para siempre. Hermano, te dejo mi mejor recuerdo y te quiero mucho. Quizá seas feliz en tu nuevo Hogar celestial.-