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domingo, noviembre 24, 2024

Ya está en $25, ¿debe subir más o conviene plancharlo?: el precio del dólar divide las aguas en el Gobierno

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Varios funcionarios admiten que una lección aprendida en la última corrida cambiaria es el peligro de usar al billete verde como «ancla». Y hasta festejan la competitividad recuperada. Pero otro sector reivindica una política monetaria dura, que implicará dejarlo caer si vuelven los capitales.

El macrismo decidió transmitir una sensación de «lección aprendida» tras superar la fase aguda de la corrida cambiaria.

Desde el propio Mauricio Macri hasta los funcionarios de la segunda línea, pasando por Federico Sturzenegger y los ministros, se empeñaron en mostrar humildad y autocrítica.

El Presidente, en su conferencia de prensa tras el «supermartes» en que llegó el alivio cambiario, admitió que «el mundo» le estaba reclamando a la Argentina una mayor velocidad en el recorte del déficit fiscal.

Casi una concesión a quienes lo criticaron por su apego al gradualismo, el gran principio rector de su gestión.

En términos políticos, la principal consecuencia de esa autocrítica es la reivindicación de Sturzenegger, quien recuperó poder y margen de maniobra ante una «mesa chica» que en diciembre lo había forzado a bajar las tasas y a inducir un alza del tipo de cambio.

En este marco, un tema que ha comenzado a generar incertidumbre es la actitud que tomará el Gobierno respecto del dólar.

Hay una facción que se manifiesta partidaria de no permitir una vuelta al atraso cambiario. Otra, en cambio, se muestra dispuesta a dejarlo caer, si un nuevo ingreso de capitales presiona a la baja.

Quien más explícitamente se refiere al efecto nocivo del tipo de cambio atrasado es el vicejefe de Gabinete Mario Quintana, uno de los grandes «perdedores» tras el reacomodamiento del núcleo de confianza de Macri.

«Queremos seguir por un camino de desinflación que no requiera de anclas cambiarias, porque eso es una bomba», afirma.

Además, considera que ha sido un error haber aplicado metas de inflación imposibles de cumplir.

Una admisión tácita en sus afirmaciones es que parte del macrismo cayó en la misma tentación que otros gobiernos: «planchar» al dólar para que oficie de «ancla» contra la suba de precios.

Quintana sostiene que este tipo de políticas termina mal, ya que se va acumulando un atraso cambiario que, bajo determinadas circunstancias, (una súbita reversión del flujo de capitales como la que ocurrió) detona la «bomba» devaluatoria, con su consiguiente efecto social traumático.

Reivindicando la devaluación reactivadora

Parecía que esa era la postura predominante en el Gobierno, ya que había sobrados motivos para pensar que ello fuera así:

1. Para empezar, la constatación de que el ancla cambiaria no fue efectiva en el combate contra la inflación. Por el contrario, acentuó problemas de desfasaje de precios relativos, que ahora se están corrigiendo de manera brusca.

2. En segundo orden, se agudizó la crisis de las economías regionales exportadoras, como la industria vitivinícola de Mendoza, la aceitunera de La Rioja, el tabaco y la yerba del norte, las frutas del sur patagónico.

3. En tercer lugar, la sangría de divisas, que llegó al insostenible nivel de 5 puntos de déficit en la cuenta corriente. Por caso, el rubro turismo marcó un rojo de u$s10.000 millones anuales (en términos netos), por los viajes y compras de argentinos fuera del país.

4. Y, último punto (pero acaso el más importante por las actuales circunstancias) es que si hay alguien a quien le desagrada la política de atraso cambiario es al FMI.

No sólo porque en su concepción teórica el déficit de la cuenta corriente es algo nocivo, sino también por un motivo más mundano: es el que pone los dólares en un momento de crisis.

Por lo pronto, el organismo no está dispuesto a que el dinero que aporta sea usado para financiar la fuga de capitales en vez de apoyar reformas estructurales.

En este contexto, empezaron a aparecer en el Gobierno voces que no sólo justifican la corrida cambiaria por inevitable, sino que se esfuerzan en verle el costado positivo de la recuperación de la competitividad.

Una de ellas es la del ministro de Transporte, Guillermo Dietrich: «En Iguazú están felices con la devaluación», dijo en su visita a Misiones para reinaugurar la pista de un aeropuerto internacional.

«Me decían: ‘No entiendo por qué se preocupan, para nosotros es lo mejor que nos puede pasar. Van a venir más paraguayos, más brasileños, más personas de todas partes del mundo'», relató Dietrich.

Y argumentó sobre las bondades de un tipo de cambio alto: «Hay una parte de la economía a la que un valor más competitivo claramente la beneficia. Es la que exporta bienes y servicios, como es el turismo».

Todo un cambio de visión respecto de lo que los funcionarios afirmaban hasta hace poco tiempo.

Por caso, cada vez que alguien le preguntaba a Nicolás Dujovne sobre el riesgo de un tipo de cambio atrasado, adoptaba la actitud de quien estaba librando una «batalla cultural».

Al inicio de su gestión, los dólares entraban en grandes cantidades y aplastaban el valor del billete verde. Así, la ganancia de competitividad lograda tras la liberación del cepo se desvanecía a ritmo acelerado.

No obstante, el ministro afirmaba que había que dejar de buscar la competitividad en las devaluaciones. Se mostraba partidario a apuntarle a una mejora de la infraestructura, eficiencia y apertura económica.

Ahora, los números marcan que con el dólar a $25 se recuperó el «tipo de cambio Prat Gay».

Desde LCG apuntan que, en términos de los pesos de la convertibilidad de 2001, el tipo de cambio actual equivale a $1,49 (todavía algo debajo del valor inmediatamente posterior al cepo, de $1,56).

La consultora fundada por Martín Lousteau recalca que la última devaluación no debe ser vista como la que permitió alcanzar una situación ideal: «Para volver a los niveles anteriores a la implementación del cepo (cuando se percibía un claro atraso cambiario), sería necesario un precio de $28».

En cuanto a los sectores empresariales, está claro que sintieron un alivio. Nadie expresa ese sentimiento mejor que Cristiano Rattazzi, quien considera que $26 podría ser un buen precio de equilibrio.

¿Una nueva «flotación en bajada»?

No está tan claro que todos en el Gobierno compartan la necesidad de evitar un nuevo «dólar planchado».

Tampoco, que compartan el diagnóstico de que el déficit de la cuenta corriente es el gran problema a evitar.

«El dólar a 25 pesos está totalmente fuera de escala», afirma el presidente del Banco Central.

Federico Sturzenegger considera que, en el actual contexto, la vigencia de un sistema de libre flotación podría implicar la tendencia a una nueva apreciación del peso.

Un alto funcionario del Central admite que con el ingreso de dólares que supondrá el acuerdo con el FMI-más los capitales que entraron por la nueva emisión del bono del tesoro de Luis «Toto» Caputo-, no habría que descartar un nuevo «planchazo» del tipo de cambio.

«La apreciación del peso es una posibilidad. Por eso no se pude predecir el valor del billete en un esquema de flotación. Puede subir pero también puede bajar. Nosotros sólo intervenimos en momentos críticos, con lo cual flotará y el mercado será el que le ponga el precio», añade.

Claro que, en la Argentina, la libre flotación nunca es libre del todo, ya que recibe la influencia de la tasa de interés.

Sobre todo si se trata de un nivel súper alto como el 40% que decidió Sturzenegger para recuperar la credibilidad del mercado.

Con semejante nivel de tasa, todo peso que esté sobrando tenderá a correr hacia las Lebac, atraído por un nivel de «carry trade» como pocos lugares del mundo ofrecen.

Todo indica que Sturzenegger, consciente de que está siendo observado de cerca por Macri y el mercado (y de que su gestión será juzgada según su capacidad para controlar la inflación), tendrá muchos más incentivos para mantener alta la tasa, aun cuando eso implique una nueva «plancha» para el billete verde.

Ya empezaron a aparecer voces de advertencia sobre ese punto. Como la del influyente Miguel Ángel Broda, quien afirma que la superación de la crisis es buena «siempre que al nuevo dólar no lo dejen fijo».

«En la medida en que no volvamos a atrasar el tipo de cambio y que mantengamos la estabilidad en el mercado, vamos a estar mejor», agrega.

Asume además que posiblemente el costo a pagar por esta corrección es el de una mayor tasa de inflación.

También llama la atención la advertencia de un ex titular del Central, Martín Redrado, quien sugiere tomar recaudos para no «alentar los capitales golondrina», así como «planchar al dólar».

«Tienen que desactivar la bomba de las Lebac, que es de 1,2 billones de pesos» enfatiza. En su visión, Sturzenegger no debería dejar pasar muchos días antes de retocar hacia abajo la tasa.

En este marco de fuerzas opuestas -una pugnando para que el dólar siga su carrera ascendente y otra para que se estabilice-, no resulta fácil hacer predicciones.

Pero el mercado siempre da señales: por ejemplo, en la plaza de futuros se están negociando contratos a $29 para fin de año.

Eso implica una devaluación adicional de 16%, en línea con una expectativa de 26% hacia fin de 2018.

Esta visión podría cambiar pero, para ello, es necesario que el Central dé señales con una pronta baja en la tasa, algo que nadie cree que pueda ocurrir.

Cada uno saca sus propias conclusiones de la crisis. Algunas parecen tener consenso, como por ejemplo que no fue una buena idea tratar de implementar un sistema de metas de inflación en momentos de alto déficit fiscal.

O que estar expuestos a los vaivenes del mercado internacional tiene más riesgos de los pensados.

En cambio, la batalla sobre si el dólar debe acompañar a los precios o mejor quedarse quieto para funcionar como «ancla» es todavía un punto que en la interna del Gobierno es motivo de disputa.

– iProfesional

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