El remanido discurso presidencial sobre la defensa irrestricta del sistema institucional de la República, cada vez más carece de contenido y se desvanece en el tiempo como un vuelo de pájaro efímero y vacuo que, no se compadece con el indisimulado espíritu confrontativo de la gestión.
Los resabios del malestar provocado por la postura asumida por el vicepresidente en el debate parlamentario sobre las retenciones móviles, en vez de aplacarse adquieren mayor virulencia a medida que las encuestas muestran un crecimiento incontrastable de la popularidad de Cobos.
La posibilidad de que se catapulte para el 2011 la candidatura presidencial del mandatario mendocino produce escozor en el búnker kirchnerista que, de ser cierta la proyección de la imagen de éste a futuro, más de un acólito soldado del entorno gubernamental no podrá conciliar el sueño en los próximos 3 años, ante la amenaza cierta que se interrumpa drásticamente el obnubilado proyecto de perpetuidad en el poder a despecho de una audaz y poco original alternancia mutua de orden marital, de cuya concepción hoy nadie duda.
Inaugurar obras con presupuesto local en la pintorezca provincia cuyana excluyendo la participación de quien por su trayectoria pública atesora entre sus comprovincianos un importante capital político, entraña un gesto de intolerancia y de inmadurez política inadmisible en aquellos designados por la ciudadanía para encabezar la conducción del país.
La persistencia de un estilo ríspido y poco proclive a aceptar sin dobleces la autocrítica, no exento de ciertos rasgos de fundamentalismo ideológico, que en vez de contribuir a pacificar los ánimos de los ciudadanos, constituye un caldo de cultivo de altísimo riesgo, en tanto se pretenda imponer un derrotero más asediado por el resentimiento que por la paz y la solidaridad de los pueblos.
El análisis parcial de los derechos humanos desde una perspectiva puramente ideológica, omitiendo la consideración primaria del ser humano como criatura de Dios, con abstracción de su posición política, social, racial y religiosa, importa un ejercicio perimido del razonamiento puro que compromete seriamente una conclusión objetiva de la realidad bajo análisis.
Acusar a Cobos con el mote de traidor, y el lamentable corolario de perseguir impiadosamente a sus seguidores, es desconocer al mismo tiempo el juego armónico de las instituciones republicanas que, precisamente, cada rol de gobierno ha sido diseñado por la Constitución formal para el sincronizado funcionamiento del Estado, en donde cada órgano público tenga definido el marco de competencia que fije los alcances de la función. Censurar el carácter de un voto parlamentario promovido en el marco de prorrogativas jurídicas atribuidas por el orden constitucional, representa un pensamiento retrógrado, cuando no autoritario y arbitrario que lastima nuestro sistema democrático y ofende la división de Poderes.
Manipular inescrupulosamente los índices económicos del país, es algo similar a utilizar un termómetro descompuesto que en vez de registrar en un paciente con un cuadro agudo de septicemia 40 o más grados de temperatura, marca solo 36 grados que inexorablemente lo conducirá a aquel a la muerte, previo diagnóstico erróneo del médico tratante.
Nos preguntamos hoy con cierto escepticismo, ¿ dónde han quedado aquellas promesas de la nueva política en ciernes ? ; ¿ de enterrar para siempre la vieja política con nuevas y renovadas ideas enarboladas por quienes no se encuentren contaminados por la histórica corrupción que azoló el país en la década del noventa, fiesta de la que participaron muchos de los que hoy siguen estando?
Por qué establecer veladamente distintas categorías de gobernantes, en donde gobernadores, intendentes y legisladores son medidos bajo la sutil vara de la obsecuencia cerril o de la oposición más cruenta, y a sus resultas exaltar el apoyo o sentenciar el ostracismo, según discrecionalmente se decida, sin importar el impacto socio-económico producido en los ciudadanos comunes, principales destinatarios de las políticas públicas.
Cómo puede entenderse o digerirse semejante dicotomía entre el discurso del poder y una realidad circundante que hasta el más desprevenido de los argentinos se apercibe que el país no avanza; que su aparato productivo no solo adolece de la falta de inversiones en distintas áreas, sino que sufre la amenaza de la ausencia de estímulos para aumentar la producción y las exportaciones, a la sombra del fantasma de la inseguridad jurídica y de la corrupción institucionalizada que se corporiza hasta el fastidio y el desaliento; que su futuro se torna más impredecible, más signado por las sangrientas luchas intestinas entre sectores dirigenciales y sociales que en aquella quimera de la esperanza prometida recurrentemente en la campaña electoral.
Es muy doloroso sentirse estafados al advertir un sistemático montaje escénico del doble discurso de nuestros gobernantes. Decir una cosa y hacer otra diametralmente opuesta, ha sido un rasgo predominante de la clase política argentina, tal vez, desafiando temerariamente la paciencia y mansedumbre del Soberano que, sin embargo, muestra el rostro más patético del hartazgo y la desesperanza.
Suponer que el Bicentenario nos encontrará unidos a los argentinos con sólo exhibir una postura demagógica y declamatoria, olvidándose que la paz, la solidaridad y la fraternidad entre congéneres se construye todos los días con el respeto desinteresado por el otro, piense como piense, comulgue con cualquier idea política, religiosa o social, siempre en el marco de la convivencia pacífica y democrática, entraña un grave error imperdonable en un estadista.
El conjunto de la sociedad añora gestos de grandeza de sus dirigentes, en donde se privilegie el interés general y el bien común por encima de intereses particulares o sectoriales. El servicio al prójimo debiera ser el horizonte a alcanzar, para de esa forma cobrar vigencia profunda el sagrado juramento expresado en la asunción del cargo. Si así no fuere, que Dios y el Pueblo lo demanden.
– El autor de esta nota es abogado (Salta).