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sábado, noviembre 23, 2024

Sobre GRABADO (Tape), de Stephen Belber

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A la vera de una ruta de ripio que bordea un canal, unos chicos de no más de catorce, quince años, y un perro, corren, juegan, saltan, se persiguen. Ropas gastadas, pantalones de gimnasia, la mugre de la intemperie y la piel oscura, el rasgo aborigen (hay una toma diminuta y sublime de uno de ellos entre los yuyos emitiendo un chistido, una señal sonora que lo coloca más allá de un nosotros, en la transcultura).

Publicado en el blog de I. Apolo: «La diosa blanca»: http://la-diosablanca.blogspot.com

El viernes fui a ver GRABADO (Tape), de Stephen Belber, dir: Inés Estévez, en Ciudad Cultural Konex (Web: http://www.ciudadculturalkonex.org/)

Lucrecia Martel, Jorge Luis Borges, y la ética

Mientras veía la función de GRABADO (Tape) no se me iba de la cabeza aquella frase típicamente irónica de Borges: “siempre me ha sorprendido la obsesión ética de los americanos del Norte”. Más que nada por el contraste que ofrece –que sigue ofreciendo– en términos de estos americanos del Sur (nosotros). Y más aún porque hacía muy pocos días que había ido a ver la última película de Lucrecia Martel, La mujer sin cabeza , en la que se narra un hecho confuso pero del todo posible, justamente, por aquello que creo que nos es tremendamente propio: su espíritu social; su (nuestro) supremo desprecio y racismo silenciado, profundamente silenciado, como un tabú inquebrantable.

A la vera de una ruta de ripio que bordea un canal, unos chicos de no más de catorce, quince años, y un perro, corren, juegan, saltan, se persiguen. Ropas gastadas, pantalones de gimnasia, la mugre de la intemperie y la piel oscura, el rasgo aborigen (hay una toma diminuta y sublime de uno de ellos entre los yuyos emitiendo un chistido, una señal sonora que lo coloca más allá de un nosotros, en la transcultura). La mujer blanca, con el pelo excedido de tintura rubia, maneja un auto algo destartalado, que de pronto corcovea y se detiene, tras haber golpeado algo. Ella misma parece estar golpeada. Mira casi inmóvil, casi desde un limbo, por el retrovisor, y baja anonadada del auto, sin reacción. Vuelve a subir. Se aleja. La cámara muestra, en el camino que deja atrás, el cadáver del perro.

Pero la película narrará, en una curva que desciende de la sospecha a la convicción, la idea de la protagonista de haber atropellado y matado a un chico. Algo tiene de escalofriante todo esto. No (solamente) que la impunidad y el silencio camuflado de olvido sean tan determinantes en nuestras diversas sociedades –sociedades convergentes: es Salta, pero es la pampa bonaerense, y es cualquier rincón de la patria–. No. Más escalofriante aún es aquello que no se dice, a lo que nadie se atreve, lo que es el borde de lo representable para nuestra imagen de cultura: el racismo. No pasa nada, había unos negritos jugando por ahí. Es todo. Lo que atropellaste fue un perro. Y es lo mismo.

Triste Le Roy es una quinta en las afueras de mi ciudad

Para La muerte y la brújula, cuenta Borges, pensó en Buenos Aires y le fue cambiando los nombres como si se tratara de otro país, tal vez para mejor representar el nuestro. Por el contrario, cuando escribe el cuento “El soborno”, publicado en El libro de arena, dice que los hechos transcurrieron en alguno de los estados de la Unión, y que “entiendo que no pudo haber ocurrido en ningún otro lugar”, sugiriendo que en ningún otro lugar tal grado de obsesión puritana por la ética sería verosímil.

La actual adaptación de TAPE propone, por el contrario, una traslación. Es exactamente la misma trama del texto de Belber, la misma que uno puede ver en la película de Linklater de 2001, pero la acción sucede en un hotel de Rosario, y los protagonistas son argentinos.

Creo que a partir de aquí, hay algo profundo de la/s obsesión/es ética/s del protagonista que resultan levemente ajenas, pero no ajenas a nosotros (a mí o al público) sino a sí mismos, a los personajes, extrañas a las mismas referencias que deberían verosimilizar la acción y sus imágenes.

Dos síntesis argumentales

La trama de El soborno sería ésta: un académico de origen escandinavo recientemente radicado en los Estados Unidos publica un artículo en el que castiga intelectualmente las ideas de un eminente colega cuyo consejo determinará si le entregan o no una beca. A la hora de decidir entre un postulante con quien tiene conocida afinidad y el postulante escandinavo que lo desafió públicamente, el consejero se inclina por este último, para que no pueda dudarse de su imparcialidad. Pero esta “imparcialidad” había sido prevista por el beneficiado que se jacta, finalmente, de haber escrito su artículo crítico a propósito.
Esta es la trama que no pudo haber ocurrido en ningún otro lugar.

La trama de GRABADO (Tape) sería, en parte, la siguiente: dos antiguos compañeros de colegio se encuentran luego de muchos años, en vísperas de la presentación de una película independiente filmada por uno de ellos. Durante el breve encuentro en el hotel, el visitante traerá a colación el triángulo amoroso que los unió con una ex compañera, que casualmente vive en la ciudad y que está a punto de llegar. En un planificado esfuerzo por reavivar los recuerdos, el visitante logrará arrancarle a su antiguo amigo una confesión sobre un hecho violento ocurrido años atrás e intentará forzarlo a confrontarse con la mujer, quien, sostiene, fue su víctima.

Esta es la trama que el autor sitúa en un motel americano y que, a mi juicio, no pudo haber ocurrido tampoco en ningún otro lugar.

Ethan Hawke

Si de algo vale mi recomendación, recomiendo ver GRABADO (Tape) en el Centro Cultural Konex, y disfrutar de la actuación de Fabián Vena. Y recomiendo ver la película, TAPE (con Ethan Hawke, Uma Thurman, Robert Sean Leonard, dir Linklater, 2001), y comprender de qué se trata. La actuación es impecable, incisiva. Pero por sobre todas las cosas, lo que ocurre es verosímil: es verosímil un joven Hawke obsesionado por la ética, hasta el punto de creer que lo trasciende, que está más allá de su propio deseo y de su propia historia. Hasta el punto de creer muy planificadamente que debe intervenir, sin medir la deformidad de esta intervención. Uma Thurman dinamitará con su ingreso y su acción aquello que los personajes y el público hemos construido. Y eso es muy bueno. La película y la obra de Belber son, a mi juicio, un inteligentísimo atentado al mandato puritano, a la identidad bien pensante.

La obra mental

Decía que la actuación de Fabián Vena se disfruta, y mucho. Con sus dotes a pleno, exhibe un personaje que logra la empatía y a quién uno se anima a seguir. El problema, en todo caso, es que una traslación geográfica implica una traslación cultural, social, dinámica. La obra accionada por argentinos en un hotel de Rosario no puede hablar ya de una obsesión ética que es política, que es discurso y emblema de la imagen que la sociedad americana tiene de sí, y que para la sociedad argentina (la de los perros muertos a la vera del camino), sólo puede ser parodia.

Lo aclaro, aunque oscurezca. No estoy diciendo que la sociedad americana sea ética, y la nuestra no. Quiero decir que la imagen y el pensamiento de la ética los puede obsesionar. Es un presente, es una política, es una demanda y, llegado el caso, un atropello. La idea, en cambio, para nosotros es un cuerpo intocable, un tabú. A pesar de las buenas actuaciones, me sigue erizando los pelos el negrito entre los yuyos que retorna a mí muerto como un perro, más que el pibe que pretende tener un cargamento de six packs de cerveza en el bolso, habla de lo políticamente correcto y de un supuesto país, que no es el nuestro, que (con toda razón) parece haberse “ido a la mierda”.

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