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domingo, noviembre 24, 2024

Carlos Barbarito: sus respuestas y poemas

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Uno de los poetas argentinos de más sólida trayectoria.

Carlos Barbarito nació el 6 de febrero de 1955 en la ciudad de Pergamino, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en Muñiz, otra localidad bonaerense. Por su obra poética obtuvo primeros premios y otras distinciones, y ha sido incluido en antologías, en su país y en el extranjero. Fue traducido al holandés, italiano, inglés, catalán, francés, griego y portugués.

Entre 1984 y 2014 ha publicado, entre otros, los siguientes poemarios (en la Argentina y otros países de América y Europa): “Poesía quebrada”, “Teatro de lirios”, “Éxodos y trenes”, “Páginas del poeta flaco”, “Parte de entrañas”, “Bestiario de amor”, “Viga bajo el agua”, “La luz y alguna cosa”, “Desnuda materia”, “Puntos de fuga”, “La orilla desierta”, “Piedra encerrada en piedra”, “Figuras de ojo y sombras”, “Música humana y de paramecio”, “Un fuego bajo un cielo que huye”, “Cenizas del mediodía”, “Feu sous un ciel en fuite” (traducción de Patrick Cintas), “Paracelso”. En el campo de las artes plásticas publicó dos volúmenes: “Acerca de las vanguardias. Arte argentino siglo XX” (Comisión de Homenaje a Jorge Feinsilber, Buenos Aires, 1990) y “Roberto Aizenberg. Diálogos con Carlos Barbarito” (Fundación Federico Jorge Klemm Editora, Buenos Aires, 2001).

Pergamino ha sido una de las zonas inundadas hace pocas semanas. Te habrá retrotraído a las lluvias en tu infancia, a las aguas aquellas.

CB — El agua, asunto que se repite en mis poemas. En todas sus manifestaciones, siempre presente en cuanto escribo. carlos.jpgDesde chico, desde que recuerdo, la lluvia, las tormentas con sus relámpagos y truenos, me fascinaron e inquietaron. Tal vez, la primera historia que me atrajo fue la del Diluvio, con el arca moviéndose sobre las aguas. Pero no sólo se trató de lecturas, también, y sobre todo, de experiencias personales: vivía yo con mis padres y hermana en una casa muy frágil, que mi cabeza de niño vinculó de inmediato con el arca, una casa que parecía venirse abajo con cada tormenta, sobre todo en aquellas largas noches en las que, inevitablemente, se cortaba la electricidad y debíamos encender velas. Casi ninguna tormenta posterior tuvo la intensidad de las que viví en mi niñez, no sólo por que yo era un niño si no, también, porque aquellas tormentas eran intensas y porque la casa parecía no poder resistirlas. Pero hay más: los relatos de mis abuelos y mis padres, de mi madre más que nadie, de las periódicas inundaciones, de los desbordes de los dos arroyos que atraviesan Pergamino. En efecto, la ciudad donde nací y viví treinta años, padeció una nueva inundación, una más que se suma al más de un centenar de acontecimientos semejantes desde fines del siglo XIX. Pocos días después de la peor de las inundaciones que sufrió Pergamino, en 1995, recorrí la ciudad. No sólo se trata de daños en las casas —de por si terribles—, se trata de lo que produce en las personas, heridas que tardan mucho en cicatrizar. Aun hoy, luego de veinte años y algunos meses, en las conversaciones con amigos pergaminenses, aparece ese recuerdo.

En entrevistas que te fueron realizando tuviste ocasión de referirte al “Teatro de los Actorcitos de Madera” cuando eras un niño; y a que aspirabas a destacarte, ya más de pibe, como músico o como futbolista. Espacios públicos: escenarios y campos deportivos; plateas y tribunas.

CB — Recuerdo a mi padre —en la cocina de la casa de mis abuelos— hablarme de los “títeres de Podrecca” y, de inmediato, decirme que me preparara porque en un rato actuaban “en el Monumental”. No recuerdo nada del trayecto hasta la sala pero, sí, me viene a la memoria un momento, apenas un momento: el escenario iluminado y en él, las marionetas. Yo tendría tres años. Es uno de mis primeros recuerdos. En el fútbol, soy simpatizante de Independiente, un jugador discreto, que jamás salió del potrero para ingresar en algún equipo local. Mi abuelo me llevaba, cada domingo, a la cancha del club Compañía —pasábamos bajo el puente cercano a la casa de mis bisabuelos—. El nombre del club, como tantos otros, tiene relación con el del ferrocarril —Compañía General Buenos Aires, actual Belgrano—. De la cancha evoco los tablones de madera, las torres de iluminación y los vestuarios con su olor a “aceite verde”. Un amigo de mi abuelo, siempre presente en aquella tribuna, era capaz de repetir la formación de cualquier equipo local y de Buenos Aires, de cualquier año. Yo, fascinado. En cuanto a músico, ni hablemos: lo intenté sin ningún éxito.

¿Y recuerdos bien del pasado que nunca hayas divulgado?

CB — Por alguna razón, oculta, misteriosa, creo que nunca conté un hecho en mi niñez que registra una fotografía que debe estar en casa de mi hermana —tal vez. Mi abuelo, Francisco, era amigo de un pintor rosarino, Mario Guaragna. Guaragna era el encargado, cada año, de pintar un mural en cada baile de carnaval en el Club Compañía. Esos bailes de carnaval eran famosos: allí estuvieron Oscar Alemán, Pugliese, Alberto Morán, Estela Raval antes de Los Cinco Latinos —creo que con Jazz Santa Marta, o algo así—, Alberto Castillo, etc. Mi padre, bandoneonista, era músico en la orquesta de Tito Comitte, allí tocaron muchas veces. Guaragna, supongo que en 1956, se decidió por pintar un puerto con barcos. Por sugerencia de mi abuelo, uno de los barcos se llamó «Carlos Osvaldo», mis dos nombres. En la foto se ve a mi abuelo sosteniéndome en sus brazos, detrás el mural.

Otro recuerdo son las visitas que le hice a mi padre en su trabajo. Él era telegrafista y la sala de transmisión, enorme, llena de aparatos, era una caja de ruidos. Subiendo la escalera, en una antesala un busto de Samuel Morse. El correo entonces funcionaba en un edificio señorial, que todavía existe, bellísimo, que pertenece a la Sociedad Española. En el edificio había consultorios, uno médico y otro odontológico. Me llevaron varias veces. Yo amaba ir al dentista (una rareza) porque el doctor Armas López, me hablaba de muchas cosas, desde pintura hasta platillos voladores. Cosa que se repetía en la peluquería del barrio, con el Sr. Doublas —nunca supe bien cómo se escribía su apellido—. ¿Por qué no los nombro al hablar de mis primeras influencias? No lo sé.

Algo para contar habrá, supongo, de tu paso por la conducción de programas radiales, durante tu adolescencia y juventud.

CB— ¡Y de mi fugaz paso por la actuación! La única como actor de teatro fue en Pergamino, allá por los ‘70. Yo integraba un grupo… que lanzaba cohetes modelo, incluso con una rata de laboratorio en una cápsula —regresó sana y salva… con el corazón algo acelerado—. No recuerdo qué obra, pero fue en una salita de teatro de la Iglesia Metodista local, donde tenía algunos amigos. Yo interpretaba el papel de un anciano, con el cabello y la cara empolvados, que hablaba con una vela en la mano. Estaba tan nervioso que me temblaba la voz. Claro, de modo no buscado, con ese temblor en la voz, y la cara pálida, logré una buena performance.

Enrique Butti, Olga Orozco y Barbarito
Enrique Butti, Olga Orozco y Barbarito
Tuve programas de radio en una emisora de circuito cerrado que se llamaba MAS, por el dueño, Masagué. Y colaboré en algunos de la otra radio, ahora AM, MON, por su dueño, Montardit. Recuerdo un reportaje que le hicimos Ricardo Wolter y yo a Roque Narvaja, en un bar frente a radio MON. Organizábamos recitales en… la sala de las Hermanas Adoratrices. Allí estuvieron Juan Carlos Baglietto y su sexteto Irreal, desde Rosario. En el grupo organizador, el viejo amigo, Sergio Bonzón. Sí, Rolando, ¡hay tanto para contar!

Una curiosidad: fui locutor en un pesebre en el Barrio Acevedo, en Pergamino. Como el guión era —digamos— escaso, yo repetí una y otra vez, para llenar los espacios, hasta que me cansé y dije cosas de mi propia cosecha. ¿Qué habré dicho? Los vecinos, al parecer, felices.

¿Cuándo comenzaste a desempeñarte como bibliotecario?

CB — A mediados de los ochenta. Eso fue ya en Muñiz. En mi ciudad natal, entre 1972 y 1986, entre los muchos trabajos que realicé antes de ingresar como empleado en mesa de entradas en el Juzgado en lo Civil y Comercial, trabajé en una escribanía, en un negocio de ramos generales, cobrando entradas en los corsos locales. Intenté estudiar letras, abandoné. Intenté estudiar artes visuales, abandoné.

Es en el “Expreso Imaginario” donde fueron difundidos tus primeros poemas, después de los que se dieran a conocer en medios gráficos de Pergamino y alrededores.

CB — Sandra Russo, a sus quince años, fue la primera persona que eligió uno de mis primeros poemas para “Expreso Imaginario”. Y en un número posterior me publicaron otro. Imposible recordar todas las revistas, sobre todo subterráneas, en las que colaboré. Son decenas.

Prensa alternativa subterránea a partir de los ’70. Y allí vos fundando “Resonancias”. ¿Hubo otras revistas que hayas dirigido?

CB — “Resonancias”, por el tema de Pink Floyd, la hice con Ricardo Wolter. Luego, “Futuro”, con Rafael Restaino. No mucho después, “Papeles y razones”, una modestísima publicación que no sobrepasó el número inaugural. No me olvido de “Siesta”, con Sergio y Viviana Bonzón. Difundíamos sobre todo poesía, algún ensayito sobre ecología, música… En alguna parte digo al respecto: “A partir de 1974 o 1975 nos reunimos un grupo de amigos, en Pergamino, en la oficina de mi padre, tesorero del sindicato de los trabajadores de correo. Era en la planta alta de una galería ya desaparecida. Llevábamos los esténciles con poemas, relatos, pensamientos, críticas de música, apuntes y aportes de las más diversas extracciones. Con grandes dificultades los reuníamos y editábamos para, luego, distribuirlos de mano en mano o por correo. Por alguna razón, nos convertimos en parte importante de un entramado que, en su clímax, abarcó gran parte del país. Pero esos papeles no eran un fin sino un medio. ¿Qué quiero decir con esto? Que ellos fueron un punto de partida. Porque nos permitieron la relación, el encuentro, la comunicación y el intercambio. En días en que los medios masivos, con su habitual carga de toxicidad —mezcla de distorsión, conformismo y vileza— se presentan como estación final, como único destino, hasta hacernos creer que no hay más realidad o mundo que el que muestran, recuerdo aquellas páginas abrochadas, con llamativos títulos, que procuraban ser mediadoras, herramientas, llaves. Es decir, nada de acercar algo digerido sino un nutriente a ser digerido, nada de algo acabado sino algunos elementos para ser discutidos, puestos en tela de juicio, nada de repeticiones sino un intento por ver las cosas de otro modo, situando la mira en otros lugares, en fisuras, sótanos y orillas. Sabíamos lo que pensaban los hombres y mujeres promedio de nosotros, los bienpensantes de aquellos que leíamos a Artaud, escuchábamos a King Crimson y escribíamos poemas. Éramos jóvenes, los jóvenes desde siempre son sospechosos, y, encima, traíamos un equipaje poco y nada habitual y a ese equipaje, como querían los surrealistas en sus momentos más vitales, pretendíamos que fuese una concepción del mundo. Una —léase— y no la única. Nunca logramos, por falta de medios y tiempo, conocernos todos —todavía hoy encuentro a personas que hicieron algo semejante en aquellas jornadas y de las que, en su momento, no tuvimos ni noticias—. Fuimos más de lo que sospechábamos los movidos por el espíritu de una época, tumultuosa, veloz, compleja.”

Sos uno de los escritores argentinos más difundidos en la Red. En PDF, por ejemplo, es hallable tu poemario “Oscura verdad bajo el cieno”.

CB — Siempre trabajé, con gran fervor. Lo que aparece en ese formato, el pdf, es simplemente un esbozo. Yo considero que lo definitivo (no me gusta esta palabra) es cuando se reproduce en papel. Vivo todavía en la Era de Gutenberg, aunque utilizo en gran medida Internet. Sí, colaboro con revistas electrónicas, sobre todo del exterior. En cuanto al alcance de lo que uno publica en la red de redes, para alguien como yo, nacido y criado entre vinilos y cintas magnéticas, resulta algo maravilloso.

Selecciono un tramo de lo que el escritor cubano Carlos M. Luis (1932-2013) opinó sobre la direccionalidad que impone al lector tu poética: “…a otras regiones donde los días son de vinagre, las aguas se quedan sin substancia, el paraíso es algo frágil que se disipa, o que alguien mañana se quedará ciego. La apertura del lenguaje de este poeta hacia los sentimientos y la imaginación, pone en evidencia la liberación de lo reprimido en el lugar de las apariciones.” ¿Advertís que algo haya quedado fuera en lo aquí descrito?… Y además, ¿cuál ha sido el comentario sobre tu obra que más te sorprendiera y te dejara pensando?

CB — Siempre queda algo afuera, afortunadamente, para futuras conversaciones. En cuanto a algún comentario sobre mi obra que me haya sorprendido, uno del gran pintor Marcelo Bordese. En pocas líneas logró sintetizar mi poesía, es más: logró revelar y revelarme lo que apenas sospechaba: “Durante mucho tiempo me pregunté qué me atraía de tu poesía. Las otras noches (qué extraño suena en plural) creí vislumbrarlo: tengo la sensación que nombrás el mundo como si no lo conocieras, cantás el mundo como si no lo entendieras del todo, o mejor aún, como si lo desconocieras. Las circunstancias, sus móviles, los secretos engranajes de la existencia (que los reduccionistas con envidiable tranquilidad llaman azar-destino) te resultan inextricables, y te mueven —por fortuna— a un perenne estupor. El universo es de naturaleza tantálica, lo sabés, tal vez por eso la poesía es un milagro aparentemente próximo, pero siempre inasible, aunque en ocasiones alcanzable. Carlos Barbarito, tal vez el mundo haya sido hecho para no ser reconocido (Lc. 8, 10), producto de una divinidad sabia o sádica; tal vez no toda ignorancia sea oscura; tal vez —y ya con resplandeciente resignación— sólo sea posible cantar la duda.”

Concluiste de responder la primera pregunta de un cuestionario definiéndote como “un sapo de otro pozo”. Ahora para nuestros lectores: ¿por qué? (Y en el mismo cuestionario aparecen los vocablos “polizón” y “naufragio”.)

CB — Porque, tal vez, aquel barco pintado en una pared con mis dos nombres me marcó para siempre.

Has dialogado largamente con uno de los pintores y escultores más importantes de nuestro país, lo cual se socializó en un libro. Me interesaría que nos contaras sobre las condiciones en las que se efectuaron esos encuentros, sobre la propuesta editorial que los sustentó, sobre las repercusiones.

CB — Fue producto de conversaciones con Roberto Aizenberg [1928-1996], cada domingo de 1990, en su casa. Fue publicado recién en 2001, gracias a Federico Klemm, a Laura Feinsilber y Charlie Espartaco, pero Aizenberg no logró verlo impreso. Las repercusiones, muchas, aquí y en exterior, y no se han agotado. Es mi libro más difundido, fuente para trabajos que se hicieron después.

¿Cómo te fuiste formando en relación a escribir sobre las artes plásticas?

CB — Fruto del trabajo. Pero soy esencialmente (¿qué significa esencialmente? —se preguntó alguna vez Borges) un poeta. O alguien que escribe poemas.

¿Qué discurrirías a propósito de algún largometraje que hayas visto recientemente?

CB — Ayer vi “Wittgenstein”, de Derek Jarman. El vienés y Kierkegaard son, entre otras pocas, mis mayores influencias, digamos librescas. No, no sólo librescas. Son, entre otros pocos, mis compañeros de viaje aunque, a menudo, no logre entender cabalmente sus escritos, sus ideas. Sobre todo, Wittgenstein. Pero ayer vi esa película y, entre otras cuestiones, los numerosos intentos por huir de la filosofía (estudios de ingeniería aeronáutica, maestro en provincia, jardinero, aislamiento en Irlanda, trámites para ser peón en la Unión Soviética…), todos rotundos fracasos. En la entrevista para un futuro libro colectivo, digo: “Ahora, ¿soy yo un poeta surrealista? No me atrevo a responder a la pregunta. Lo que sí puedo decir es que en ocasiones me acerco al surrealismo —en el sentido de no tener ideas previas, de eludir en lo posible todo control racional— para, en otras, alejarme —recurriendo a lo preconcebido y a la razón— para, luego, en el camino, volver a encontrarme con él. Encuentro y desencuentro que me llevan a un reencuentro, mecanismo complejo, contradictorio, del que apenas puedo dar cuenta. De lo único que estoy seguro es de la inseguridad humana ante el cosmos. Los Evangelios, desde el fondo de los tiempos, lo dicen mejor que yo: vemos en espejo.” Ahora pienso que esa huida y posterior, fatal, reencuentro, podría extenderse a la poesía. ¿Por qué poesía y no prosa? ¿Por qué escribo poemas? ¿Por qué hago lo que a menudo me trae dolor? Digo también, a modo de explicación: “Borges dijo alguna vez que desde siempre supo que tendría un destino literario. Yo no. Debió pasar mucho tiempo para que yo adquiriera conciencia de que iba a ser escritor. Me pregunto si lo soy, si realmente soy un escritor. Intenté ser músico, pintor, profesor de literatura. Fracasé. Intenté aprender algún idioma. Fracasé. Apenas si logro balbucear alguna cosa en inglés. Incluso, alguna vez pensé en que moriría joven sin haber podido encontrar un modo de expresión.”

¿Qué tipo de comportamientos sociales te resultan más difíciles de tolerar?

CB — La envidia y la hipocresía.

Antenoche terminé de releer la novela “Adolphe”, del suizo Benjamin Constant (1767-1830). Y en el mismo ejemplar, en un texto autobiográfico “se me incrustó” lo siguiente: “…no me creo más valiente que otro cualquiera, pero una de las características con que me ha dotado la naturaleza es un gran desprecio por la vida, e incluso unas ganas ocultas de dejarla para evitar toda clase de fastidios que puedan acaecerme.” Me identifiqué con su última afirmación. “Arrojadas” sobre vos estas líneas, ¿a dónde te llevan?…

CB — No siento desprecio por la vida. Ni tampoco por la muerte —que, dice Wittgenstein, “le da sentido a la vida”—. La afirmación de Constant, nítidamente, habla del suicidio. No me agrada la idea del suicidio porque si me matara ya no podría ver escribir a mi mujer y regar las plantas, ver estudiar a mi hija, ver a los gatos treparse a los árboles, ni oír música, la voz del duendecito que, cuando menos lo espero, me dicta el primer verso y huye, dejándome con la tarea de completar el poema.

¿Hay pintores que te hayan dejado perplejo?

CB — Mejor, hablaré de los que fueron capaces de maravillarme. Y, claro, esa maravilla trae perplejidad, una bella perplejidad. Las imágenes reproducidas en un diccionario enciclopédico que me compró mi padre, sobre todo dos, una de Rubens y otra de Picasso; los dibujos de un artista plástico de mi ciudad, Rubén Albarracín, a quien pedí que me ilustrara la portada de una modesta edición con mis primeros poemas, en los setenta; los “humeantes” de Roberto Aizenberg, hallados de pronto y sin aviso en una revista de las tantas que leí en el quiosco contiguo a mi casa de la calle Zeballos… Hablo de aquellos lejanos días del “artista cachorro”.

¿Intentamos un juego tendencioso? Van las pautas: “Aquellos que, como nosotros, lindamos con el cretinismo o con la idiocia, discrepamos…”, “Los recalcitrantes objetamos…”, “Los obtusos desconfiamos de los beneficios…”, “Aquellos malheridos por la desesperanza y las consecuencias ruinosas de una extendida… cuestionamos…” ¿Completarías?

CB — Parecen pasajes de un discurso político de los años treinta o cuarenta. No es mi manera de hablar —soy simple, jamás recurro al diccionario salvo para verificar cierta ortografía o alguna que otra definición—. Es tan remoto a mi mundo que jamás podría intervenir en ello.

¿Hay poéticas que rechaces o no valores?

CB — No rechazo, amigo Rolando. Ni valoro por encima o por debajo de esto o aquello. Sí, soy afín a cierta poética, pero con el paso de los años —creo— elaboré un estilo, un modo de decir, una arquitectura que me resulta propia. Claro, las influencias son muchas y variadas, desde el Génesis hasta Wallace Stevens. Incluso, lecturas y experiencias que están en lo profundo de mí mismo y no alcanzo a definir. Algunas de las cuales ni sospecho.

¿Cuál es la opinión que hoy te provocan tus primeros cuatro o cinco poemarios?

CB — Son, digamos, una preparación a lo que, años después, conseguí. Y lo que conseguí es preparación a un Libro Futuro, que —convengamos—, perfecto de toda perfección, jamás escribiré. Pero, claro, insisto. De otro modo, ¿qué sería de mí?

Si fueras traductor, ¿de qué poetas crearías tus propias versiones?

CB — Sin duda, Wallace Stevens. Y, también, Dylan Thomas.

*

Carlos Barbarito selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta entrevista:

¿Dónde se sitúa, entonces, la muerte?…

¿Dónde se sitúa, entonces, la muerte?
¿En recodo, pliegue? Lejos,
donde no alcanzo, el viento desvaría
y el curso del agua se tuerce
en dirección al salitre. Y el lenguaje,
éste, reduce su dignidad a una tos,
súbita y profunda. Enferma
de una enfermedad antigua,
ante la que el más poderoso remedio
es apenas un placebo.
¿Dónde? ¿En andén,
lágrima, coda, mineral, nudo?

*

Y de mí qué se embarca, qué ruta emprende…

…It looked as if a night of dark intent
Was coming, and not only a night, an age…

Robert Frost, Once by the Pacific

Y de mí qué se embarca, qué ruta emprende;
de mi mano, torpe música ciega
y una herida en el aire que exhalo.
Ignoro el pasado y el porvenir de la estrella,
qué se oculta bajo la tierra que piso,
por qué lo que se busca queda siempre del otro lado.
Estoy solo. Estás sola.
El perro acude y nos lame las manos.
¿Acude o se trata de un sueño?
Dejo una marca en la madera.
Ésta, con la punta del cuchillo.
¿Dejo una marca o lo sueño?
Sí, hablábamos de remotas constelaciones,
de súbitos prodigios, de lluvias extrañas;
pero sobrevino el silencio y fue espeso,
se hizo la tiniebla en pleno día
y ya no hubo razón para rarezas y milagros.
Y no pudimos vestirnos.
Y no pudimos desnudarnos.

*

Mi vida fue un error –dijo…

Mi vida fue un error –dijo. Y se arrojó al vacío.
Ese acto postrero, definitivo, ¿rompió el cerrojo?
¿Pasó una esponja húmeda por cada una de las siete heridas?
¿Delineó, con arte angélico, una vía de salida?
¿Dio paso al goce, el fruto rojo bajo una luz blanca?
¿Trajo una espuma duradera, un padre renovado?
¿Detuvo al arpón en pleno vuelo hacia el pez?
¿Repuso la médula, la espalda, la espina?
¿Rehízo el devastado reino del escarabajo y la hormiga?
¿Desafiló el hacha, dio vista al ciego, recuperó salario y jardín?
¿Qué del eterno instante del parto, del unísono coral en viaje?
¿Qué del tributo seminal, del lento masaje en las encías?
¿Qué del vino bebido a pequeños sorbos, junto al fuego?
¿Y el sonido que, desde siempre, engendra?
¿Y el silencio que, desde siempre, acerca el agua a las orillas?

*

A donde va a consistir el invierno…

A donde va a consistir el invierno:
caridad que no salva ni a una flor
y la hora que no señala el mediodía.
Se dice ave como se dice adverbio,
con la misma, unánime laxitud;
en los vidrios, el propio reflejo
que la mente supone ajeno.
Desde alguna parte, una voz, sin oyentes a la vista:
a recoger lo que quedó del místico desposorio,
del antiguo y perdido arcano
que sabía fusionar el milagro y el deuterio.
Mas, en blanco el pentagrama.
No hay casa para la tenaz devoción,
la esporádica bandada,
el último coro, su incierta altura, su menguante iridiscencia.

*

¿Hay, abajo o arriba, una voluntad…?

¿Hay, abajo o arriba, una voluntad
capaz de reunir, en un mismo punto,
denso de toda densidad, cuerno y cifra?
En el preciso instante de la hoja seca,
¿dormita el puño atravesado por la espina
y se nutre el pecho ciego de azafrán y cábala?
No dura el pez en la tierra.
No dura el terrón bajo la lluvia.
No dura la mirada ante la luz que explota.
No duran. Sólo la noche es alta
y el día se disipa en su propia y constante radiación.
En lo oscuro, regurgita, ofrece
de su boca un bolo casi místico,
allí se congregan vestidos y desnudos,
presas de la fiebre, dando gritos.

*

Música ciega, en el dominio…

Música ciega, en el dominio más helado.
En el invierno, ni la imaginación concibe el verano.
Ni la flor, ni el fruto,
ni la agilidad del animal entre charco y charco;
digo Abisinia y, de pronto, cruje la madera
y se derrumba, envuelta en ocre, la inocencia;
digo yo y, de inmediato, sal en la herida
y el destino como filo, gorgojo, ausencia.
A los pies de cada cama, con su enfermo,
una mujer de blanco, inmóvil.
Hablaría, el enfermo, en lenguas, si se lo propusiese.
Profetizaría pestes y lluvias de sapos,
la mujer de blanco, si se lo propusiese.
Pero es Abisinia y ambos callan,
afuera cae la hora por su propio peso
y un daguerrotipo fija vulva y colmillo,
y aquello, secreto y antiguo, que los lubrifica.
Pero digo yo, y la silaba pierde su eje,
se disipa entre repetidas, monótonas conversaciones
que dan cabida al vano consuelo
y arrojan, como agua servida, el nudo, la estrella.

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: Ciudades de Muñiz y Buenos Aires, distantes entre sí unos 33 kilómetros, Carlos Barbarito y Rolando Revagliatti, septiembre 2015.

*

www.about.me/rrevagliatti

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