El dramaturgo y poeta salvadoreño Julio Díaz-Escamilla, de 51 años, pasó por Salta y presentó su último libro de poesías: Lorca, memoria de la angustia, escrito en Victoria, Entre Ríos, donde reside desde hace tres años. Su estadía se completó con una charla y el dictado de un taller sobre escritura en el Museo Casa de Hernández. Fue declarado, además, personalidad distinguida por la Municipalidad de Salta.
– Por: Jesús Rodríguez en Ñ, Revista de cultura (10-10-08)
De piel teñida por el mestizaje caribeño y con tonada centroamericana, Escamilla confiesa: «Lo dejé todo para empobrecerme en lo económico con la literatura, aunque con ella conseguí lo que más quería: dedicarme de lleno a escribir». Escamilla asegura que el amor no lo motiva como tema y que lo que escribe «no proviene de mis memorias, sino de las memorias de mis emociones». Se casó, se fue a Miami con su mujer y tuvo dos hijas. Al tiempo se separó. Vivió en México, Cuba y España, antes de venir a la Argentina. «No hice un buen divorcio. Nunca volví a ver a mis hijas. Hay noches en que he despertado creyendo estar en el cuarto de una de ellas, y me lleva dos segundos saber que estoy muy lejos . Sin embargo, presiento que voy a encontrármelas, ya sea en mi velorio».
Su historia de vida está llena de drama y escepticismo. Por eso, al principio, fue renuente para hablar de su pasado, pero después, lentamente, dejó que los hechos fluyesen, sin esquivar la realidad. No es para menos. Cuando sólo tenía seis años, quedó huérfano de padre y madre: un mediodía de 1963, la guerrilla salvadoreña los mató a balazos. Escamilla, que estaba en la escuela, fue salvado por un sacerdote salesiano que lo ocultó en el poblado de San Vicente, a tres horas de viaje de la capital, San Salvador. Lo adoptó un matrimonio que lo llevó a vivir a Guatemala, donde inició sus estudios en un seminario. Pronto lo apasionaron el latín y la literatura. «En mi mocedad, leí La hora 25, del rumano Virgil Gheorgiou, que relata la historia de un matrimonio judío que las SS separaron en distintos campos de concentración. Al final de la guerra, ellos se encuentran. Nunca olvido esa historia. Me recuerda a mis padres, cuyos rostros olvidé y tampoco sé dónde están sus huesos. A quien recuerdo es a mi abuela».
Al fallecer la esposa de su padre adoptivo, éste se volvió a casar. Escamilla, con 20 años, decidió vivir solo en Guatemala. Un aviso en el diario Prensa Libre –que solicitaba redactor para un programa de radio– desafió su autoestima: «Como soy bachiller en Ciencias y Letras, me presenté, y me aceptaron enseguida: al poco tiempo escribía guiones de radioteatro para Radio Nacional Guatemala. Por ello estoy agradecido a mi primer empleo, porque la radio es la madre de mi oficio». Meses después, una agencia de publicidad lo contrató como director creativo; allí trabajó hasta 1997. «Fue porque escribí mi primera obra de teatro, Un ángel en apuros. Verla en escena me despertó el monstruo que llevo dentro. No me importó dejar de lado el dinero que ganaba, y me dediqué a escribir». Dice que se arrepiente de no haber dejado antes la publicidad, aunque ella le permitía vivir con mucho confort. Pero se acostumbró a vivir austeramente: » Ahora vivo con lo justo, y me siento muy bien».
Escamilla, un «entrerriano más», teoriza acerca de su trabajo: «Epistemológicamente, es difícil extraer una idea». No tenemos las palabras suficientes para referirla. Lo que referimos lingüísticamente es un asomo de lo que estamos pensando. Entonces, la palabra es el cadáver de una idea. Cuando se le pregunta qué contiene una idea, responde: «Toneladas de información gráfica, que el escritor quiere resumir en pocas palabras. Llamamos exitoso a aquel escritor que logra transportar su idea a través de un grupo de palabras, que vuelven a ser ideas en el lector y quedamos en la misma. Somos discursivamente deficientes. Hay que devolverle significado al lenguaje. Y nuestro trabajo de escritores es proveerle a la humanidad más lenguaje y no agotar el insuficiente que ya tenemos. La Argentina tiene a un genio de la deontología como José Ingenieros. ¿Por qué nosotros hemos olvidado a esta figura? Porque al parecer no nos interesa, porque filisteamente se busca la palabra comercial, lo que produzca dinero, que seamos best-sellers».
Cuando Ñ le pregunta si se puede escribir una historia sin tener el hábito de la lectura, la respuesta de este escritor salvadoreño, guatemalteco y «entrerriano» es inmediata: «En la Edad Media se cometió una idiotez que aún nos pesa: separar Ciencia y Arte. Hoy creemos que el escritor sólo escribe y no es así. El escritor es un gigantesco lector. La lectura y la escritura, son las alas que requiere la humanidad para alzar vuelo, lejos de la mediocridad».
– Epígrafe de la foto: Julio Díaz-Escamilla en una casa colonial de Salta. “Soy un gran admirador de José Ingenieros”, le dice a Ñ.
– Link a la nota: