Cada 9 minutos un argentino padece un ACV, segunda causa de muerte y primer causante de discapacidad. Pero el 90% de esta afección está asociado a factores de riesgo prevenibles; sólo hay que adoptar hábitos saludables.
En el Día Mundial del ACV, especialistas en neurología destacan la importancia de mantener un estilo de vida saludable para prevenirlo y explican los avances médicos que permitieron ampliar la ventana temporal para tratar con éxito esta manifestación clínica.
“La mayoría de los ACV son el punto final o extremo de la lesión que van generando otras enfermedades, consideradas como principales factores de riesgo asociados que, si no son controladas, generan tanto daño arterial que producen la obstrucción que lleva a esta afección (ACV isquémico) o producen la ruptura que deriva en hemorragia (ACV hemorrágico)”, explica Gabriel Persi, miembro de la Sociedad Neurológica Argentina (SNA).
Dentro de los factores de riesgo prevenibles se destacan la hipertensión, la hipercolesterolemia, la diabetes, el sedentarismo, el tabaco, la obesidad y el alcohol. También influyen algunos tipos de arritmia y los factores ambientales y emocionales como el estrés, la depresión, la tensión laboral y la falta de vínculos sociales.
“Cambiar ciertos hábitos y estilos de vida colabora notablemente en la prevención de muchas enfermedades que tienen índices altos de mortandad, entre ellas, el Accidente Cerebrovascular”, señala Persi en diálogo con Agencia CTyS-UNLaM.
Según la Federación Mundial del Corazón, el 90% de los ACV se encuentra asociado a factores de riesgo prevenibles y, por esa razón, cada 29 de octubre se intenta concientizar a la población sobre esta manifestación clínica que afecta a un argentino cada 9 minutos.
Se amplía la ventana para el tratamiento
Las secuelas que deja un ACV tienen un impacto importante en la calidad de vida de quién lo sufre, ya que, desde el momento en que se produce el infarto cerebral, mueren 1,9 millones de neuronas por minuto, cifra que convierte al tiempo en el principal enemigo.
- “Cuando se tapa una arteria del cerebro, se interrumpe el aporte de nutrientes y oxígeno al tejido cerebral, por lo que éste, en un proceso paulatino pero rápido, empieza a morir”, explica Persi, quien también se desempeña como Jefe del área de Enfermedades Cerebrovasculares de INEBA.
“En los 90’, -recuerda el neurólogo-, por un ACV isquémico, que constituyen el 80% de los casos, contábamos con una ventana de sólo tres horas para, mediante la trombólisis endovenosa -un proceso que consiste en inyectar una medicación que destruye al coágulo-, tratar esta afección”.
Pero la ciencia y la medicina están en constante desarrollo y, en 2015, se comprobó que, utilizando una técnica conocida como trombectomía mecánica con stent, se podía agrandar esta ventana temporal entre 16 y 24 horas, dependiendo del paciente.
La trombectomía mecánica se usa cuando un coágulo impide la circulación de la sangre en una arteria de alto caudal.
“Lo que hacemos es introducir un catéter por una arteria de la pierna y dirigirlo hasta el cerebro. Allí, por medio de otro catéter que va adentro del anterior, se transporta un stent (una malla extensible que se utiliza para abrir los vasos obstruidos) se atrapa el trombo y se lo retira”, describe Persi.
El tiempo que se dispone para realizar esta técnica varía en función del paciente y se puede determinar en base a un examen neurológico junto con neuroimágenes como la resonancia o la tomografía.
“Esto es muy beneficioso porque hay muchos pacientes que, incluso con varias horas de obstrucción, todavía tienen tejido neuronal sano”, concluye el especialista.
La neurorehabilitación
Se estima que el 90% de las personas que sobreviven a este tipo de accidentes cerebrovasculares lo hacen con algún tipo de discapacidad, mientras que un 50% requiere ayuda de otros para desempeñarse en actividades de la vida cotidiana.
“Un tratamiento médico que se efectúe en las primeras horas de originado el ACV disminuye las probabilidades de padecer secuelas permanentes”, explica la doctora María Laura Saladino, neuróloga y Coordinadora Médica de la Unidad de Neurorehabilitación de INEBA.
Sin embargo, muchos pacientes no logran evitar estas secuelas y la única opción terapéutica para conseguir una mejoría funcional es la neurorehabilitación: un proceso educacional activo basado en la persona y su familia para conseguir el mayor grado posible de independencia.
“La recuperación después de un ACV – continúa la experta – es dinámica y refleja la habilidad del tejido cerebral de adaptarse luego del daño que se conoce como neuroplasticidad”, es decir que, mediante estímulos, esta rehabilitación promueve y estimula al cerebro para mejorar la función afectada.
La neuroplasticidad también está ligada al tiempo, por lo que es imprescindible que se realice de forma precoz y apenas el paciente esté estable. De este modo se pueden evitar, además de daños en la función motora, alteraciones en el lenguaje o la deglución o alteraciones cognitivas como la memoria y la atención.
– Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM)