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domingo, noviembre 24, 2024

El niño más viejo de la tierra…

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Manuel J. Castilla, 14 de Agosto de 1918- 19 de julio de 1980.

«Cantando me he de morir,

cantando me han de enterrar.

Desde el vientre de mi madre

vine a este mundo a cantar».

Contemplar las palabras sobre el papel escritas, medirlas, sopesar su
cuerpo en el conjunto del poema, y después, igual que un artesano,
separarse a mirar cómo la luz emerge de la sutil textura. Así es el viejo oficio del poeta, que comienza en la idea, en el soplo sobre el polvo infinito de la memoria, sobre la experiencia vivida, la historia, los deseos, las pasiones del hombre. La materia del canto nos lo ha ofrecido el pueblo con su voz. Devolvamos las palabras reunidas a su auténtico dueño
.
José Agustín Goytisolo.

Dicen que llegó a la vida escondido en una canción, entre poemas y música de trenes perdidos en el tiempo, dicen que se levantaba temprano o a veces que no dormía solo para pintar con sus colores la mañana, dicen que era el poeta de los versos siempre a mano como banderas al viento, dicen que se fue un día de puro curioso, a buscar esas rosas que solo crecen a la sombra de horizonte.

Dicen que las hijas del silencio detuvieron sus cortos pasos para
escuchar el susurro de su último poema, tan corto como el suspiro de un pájaro antes de dormir.

«Madre, ya viene el tren con su alegría y el crisantemo de humo que
desgrana… Oh, padre, adiós perdido entre los trenes, nadie despide a nadie en los andenes, donde no sé por qué yo siempre espero, nadie despide a nadie hasta que un día en un remoto tren de Alemanía adolescente, con ustedes, muero».

Dicen que un día ya cansado de andar masticando fantasmas en su boca, se tomó el vino de la melancolía y se fue despacito con dos Ángeles dormidos entre sus manos. «Aquí me beben y me cantan, y me coquean alegres y me bailan. Por la escalera de papel de seda con alas verdes voy trepando al cielo. Subo muerto».

Había nacido entre lejanos veranos en Cerrillos, y para los
carnavales empezó a dibujar palabras en hojas de viento y silencio ya desde muy joven. «Hacia los 15 años, borroneaba tenazmente cuartillas muy malas. Pero mi madre pensaba que eran geniales y me pagó una edición de apenas 20 ejemplares. Más tarde, cuando llegaron horas tristes por la muerte de mi hermano, se fue ahondando esa necesidad de escribir».

Como el amor persiguiendo al viento salieron un día a la vida, abierta por los caminos desconocidos, los títeres que eran la alegría y la manera de caminar la tierra, hasta que descubriste en unos ojos tristes el color del hambre, el títere amargo del dolor y el sufrimiento de ser extraño en tierra propia, esos seres anónimos hijos de la tierra, sufriendo la explotación en las minas, en las zafras, en el tabaco.

Se desata un incendio lírico en sus poemas de apretada conciencia
social, ya jamás podrá olvidar aquellas caras de cobre endurecidas por el sol, la explotación del hombre por el hombre.

Ya abrevan en sus versos las acequias frescas del poeta entregado para siempre a su pueblo, del alma le vuelan pájaros de nostalgia y
melancolía, madurando el maíz de sus zambas inolvidables en la conciencia de una Salta todavía niña queriendo ser mujer.

El eco trasnochado del vino le canturrea al oído mientras les canta a
las amadas, a los desesperanzados, a su pueblo apenas recordado.
Empezó con esa mala costumbre de andar por todos los rincones de su Salta derrochando bondad y ternura, haciendo amigos, tallando hermanos en cada lugar nuevo o viejo de su alma, o escribiéndole versos para Ricardo, aquel hermano menor a quien llamaban «Pícaro Sueño» fallecido a corta edad. «A Pícaro Sueño que está mintiendo en el cielo». (De solo estar- 1957.)

El humo del cigarro soñoliento te prestaba sus alas verdes para subirte a las palabras, con ellas jugabas al hermano mayor cuidando a tus guaguas, las perdidas, las que soñaban con un pedazo de pan, las animas olvidadas en los valles del olvido y en las minas del infierno terrenal, jugando celebrabas en un vaso de vino el encanto de tu tierra y enojado como vertiente de los cerros denunciaste la muerte ajena de tantos hermanos.

Nombrador nostálgico con la profundidad del viento: «Suelo sentir la vida echándose en mis hombros. Que lo que ella me entrega se me vuelve hermosura y voy alegre por mi provincia como si dentro el sueño me mojase la lluvia». «Esta tierra es hermosa.
La nombro con las cosas que voy amando y que me duelen».

Poeta rebelde, dejando su sangre y su alma para defender la bandera que abrazó con tanto amor, la del destino de los desposeídos, tratando siempre de enyesar las fracturas de la historia sobre los huesos de los más débiles, rebelde siempre al destino de toda su América Latina, condenada al servilismo por parte de los mismos déspotas de siempre, que alargan apellidos y totalitarismo sobre los hijos de los sufridos.

«Oh, doliente algarrobo,

Sobre tu pensamiento los hermanos

Siguen muriendo para hacerse pájaros».

Solo fuiste una estrella que perdido el rumbo decidió quedarse en Salta para mostrarnos cómo era el universo de donde venías y al que algún día tendrías que volver. Pero hablabas el lenguaje del amor, sabías de las iniciales que guarda la pasión…

«En los labios de esas mujeres/ América era un ángel
distraído». «Si andando, andando, niña, un día mis ojos te ven llorar, el llanto que voy llorando por los senderos florecerá».

Cómo contar la historia de tu ausencia, si siempre estás presente en cada carpa, en cada vino, en cada poeta, en cada Salteño que pasa silbando una zamba de las tuyas, y como una senda de humo por el aire cuando el alma dice adiós, sentir una canción que crece y doblega y que cuando la queremos cantar nos desmorona.

«Y vámonos de viaje hacia la luna donde mueren bailando los matacos».

Cuando la rosa hiriente del horizonte aparece lastimando los ojos me siento en un banco de la Plaza ubicada en el Grupo 244 Viviendas de Barrio Castañares, esa que lleva tu nombre como un pequeño homenaje para que los changos de hoy le reciten al oído a una novia los versos que te robaron a escondidas y que vos del cielo le tiras letra y guiñas un ojo.

«En esta plaza crece alta la hierba. El viento la toca y la inclina
levemente cuando dos niños cruzan su único camino perdidos en su edad y entre flores breves y hojas recién doradas cayendo. La vida, la única vida, está en el cielo gris de la tarde, yéndose».

A veces triste y solo recordando a tantos amigos de fiesta en el cielo de la poesía pienso con tus palabras:

«A veces, cuando me quedo solo, cuando el alto día del otoño desciende hasta mi corazón pienso que estás a nuestro lado como un ángel de greda silencioso».

«Qué inútil sería decir que en sus miradas hay un pozo de sombra y otro pozo de ausencias; y de mañana y de tarde busca sólo el silencio y cuando está a su lado lo quiebra contra el suelo».

«Por favor, no me llame don Manuel porque me siento una despensa, sólo Manuel y una maldita diabetes que me viene sacudiendo el alma día tras día, ya no me deja salir a ver los amigos, ni tomarme un vino, aunque pocos vayan quedando, uno siempre tiene un hermano en esta hermosa tierra india».

«Qué lindo cuando me muera y vengan mis amigos a mirarme los ojos. Estaré ya
lejano…»

Las nietas del tiempo deciden parar ese día en el pasaje Sargento
Cabral 978, trayendo a la dama de los mil nombres buscando al poeta, ese poeta que ya vuela en alas de eternidad, ya cansado de tanta lucha, de tantos amigos que partieron y esperan con un abrazo su gran barba de versos y colibríes.

Triste y sola queda la gran casa, ya no está el aire de su cigarro ni
su risa transparente pero siempre que se vá esta volviendo, nadie parte del todo si quedan pedazos de tu alma en cada corazón y en cada rincón de la gran casa:

«Ese que va por esa casa muerta y que en la noche por la galería
recuerda aquella tarde en que llovía mientras empuja la pesada puerta, ese que ve por la ventana abierta llegar en gris como hace mucho el día y que no ve que su melancolía hace la casa mucho más desierta, ese que amanecido, con el vino, se arrima alucinado al mandarino y con su corazón lo va tanteando, ese ya no es, aunque parezca cierto, es un Manuel Castilla que se ha muerto
y en esa casa está resucitando».

«Me sepultan el miércoles y en la tierra que me echan por taparme, mi boca vieja brota mas lechosa y más nueva», de esa tierra que tanto amaste y que tanto te amó, esa tierra te despide con
un beso en la frente y tus rosas de horizontes lejanos, total sabemos que siempre estarás regresando, en cada verso, en cada guitarra, en cada amanecer de cacharpayas, en cada carnaval, en cada corazón Salteño, hasta siempre Manuel.

«Después, si ya estoy muerto,

échenme arena y agua.

Así regreso».

Obra literaria

Manuel J. Castilla publicó en poesía: Agua de lluvia (1941), Luna Muerta (1944), La niebla y el árbol (1946), Copajira (1949,1964, 1974), La tierra de uno (1951, 1964), Norte adentro (1954), El cielo lejos (1959), Bajo las lentas nubes (1963), Amantes bajo la lluvia (1963), Posesión entre pájaros (1966), Andenes al ocaso (1967), Tres veranos (1970), El verde vuelve (1970) y Cantos del gozante (1972), Triste
de la lluvia (1977), Cuatro Carnavales (1979).

También publicó un texto en prosa: De solo estar (dos ediciones en 1957) y el libro Coplas de Salta (1972), en el que el trabajo de recopilación y el prólogo son de su autoría.

Premios

Castilla obtuvo en 1957 el Premio Regional de Poesía del Norte (trienio 1954-56), otorgado por la Dirección General de
Cultura de la Nación), por su libro Norte adentro. Fue galardonado con el
Premio «Juan Carlos Dávalos» para obras de imaginación en la producción literaria (trienio 1958-60, gobierno de Salta) por el poemario El cielo lejos, y recibió el Premio del Fondo Nacional de las Artes (Mendoza, Trienio 1962-64) por su libro Bajo las lentas nubes.

En 1967 recibió el Tercer Premio Nacional de Poesía por su obra Posesión entre pájaros. Entre otras de sus más importantes distinciones se incluyen el Gran Premio de Honor de la Sociedad
Argentina de Escritores (1973), el Primer Premio Nacional de Poesía del
Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1970-72) y el
Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1973-75).

– El autor de este artículo es poeta y periodista. Reside en Mar del Plata y colabora con Salta 21. Su sitio web: http://www.jarogodoy.turincon.com

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