¿Pero para qué existe el sufrimiento? Antes de intentar responder o de hacer una aproximación conceptual o una reflexión sobre este temón, es necesario responder la pregunta ¿por qué el sufrimiento?
Hay muchos ¿porqué? que tienen repuestas insaciables, por ejemplo: ¿por qué vivo yo y no otro?, ¿por qué a mí esta situación y no a otra persona?… Y así surgen preguntas que el destino nos pone a todos por igual y que se nos hacen complicadas de responder.
Es verdad que ningún ser humano tiene el valor de bancarse el sufrimiento de manera absoluta, todos ensuciamos el pantalón (o la pollera) en algún momento de la vida, o al menos no estamos exentos de quebrarnos como rama seca frente al dolor.
Ante la falta de repuesta a los ¿porqué?, o de repuestas insastifactorias, la situación existencial sufriente nos aqueja y pasamos a los “¿para qué?”.
Los ¿para qué? son las repuestas preferidas de nuestra época, ¿para qué sirve esto?, ¿para qué sirve aquello otro? Dejamos tras de nosotros las esenciales, es decir, las repuestas primeras, las repuestas de primera: los ¿porqué?. Y esto quizás porque nos hicieron creer que es una pérdida de tiempo responder a tales cuestiones. ¡Claro! Estamos insertos (inciertos) en un contexto social utilitarista: dar repuestas a los ¿para qué?, y esto en realidad y verdaderamente es buscar repuestas de un segundo orden de existencia, es decir, nos creemos y vivimos como seres de segunda.
El sufrimiento en primera instancia sirve “para sufrir” (y esto no lo digo peyorativamente sino con pleno sentido edificador) y ante este desangre existencial podemos optar por distintas actitudes.
Quizás intentar ser indiferentes y decir “le pasa a otro, a mí no y punto”. Esto es lo mismo que auto-engañarse o lavarse las manos, evasión y cobardía pura. En algún momento nos toca sufrir el dolor, de alguna manera, en carne propia.
Otra consideración más feliz, de esta cuasi-tragedia universal, es ser solidarios dando una mano al sufriente o a su entorno coherente: actitud altruista, respetable y digna de imitación.
Pero nunca podremos obviar que el sufrimiento nos pone de frente ante lo desconocido de la existencia, ante el misterio de esta, ese “¿porqué?” que se hace demorar tanto en repuestas comprensibles, como que nunca llegan. Si es un misterio quizás nunca sepamos la verdadera razón de esta situación de la vida.
¿Qué hacer? ¿Cómo resolver esta encrucijada existencial?
En honor a la verdad, la equidad y por respeto a la razón, tenemos que echar manos a la fe, y desde esta podríamos asumir que el dolor sirve para acudir a Dios como fuente de vida, como consuelo de lo inconsolable, como esperanza contra toda desesperación, como recurso existencial para revalorar la existencia vitalmente y no caer en la tragedia del sin sentido de la vida, de la inmanencia absoluta que solo nos hace creer que vivimos para morir.
Así el dolor se convierte, fe de por medio, en una fuente de amor (hacia el enfermo doliente, hacia los seres queridos que lo sufren), esperanza (por la sanación, la supervivencia, el seguir viviendo); contradictorio ¿no?, pero de seguro una alternativa con saldo a favor, de otra manera (egoísmo de por medio) el dolor será algo molesto en nuestro entorno y desearemos eliminarlo lo antes posible y cueste lo que cueste, intentando hacerle la vista gorda a tremenda demanda que la existencia naturalmente nos exige: vivir, sobrevivir, vivir por siempre.