En 1999 el equipo del doctor Johan Reinhard co-dirigido por la Licenciada María Cecilia Cerutti, ubicó y rescató a tres cuerpos de niños congelados del volcán Llullaillaco, a 6.730 m de altura. Hipotéticamente fueron sacrificados u ofrendados en las cumbres hace 5 siglos. De una gélida morada, cerca del sol, pasaron a otra, cerca de la tierra, en el Museo Arqueológico de Alta Montaña. Este morboso invento exhibicionista, asombra al mundo. Escalofriante revelación de lo que somos culturalmente.
En el Diario El Tribuno, con fecha 17 de setiembre, se muestra con orgullo, el fragmento del diario The New York Times cuyo título es “Children of the Cold” (Niños del frío) en el cual aparece la foto de “La Doncella”, cómo y cuándo fue hallada junto a los otros niños y una descripción de Salta con un elogio que dice “Lo nuevo y lo pasado se conjugan en Salta”.
Definitivamente sí. La mentalidad colonialista sigue vigente. Ahora se trata de mostrar cuerpos a los que llaman terroríficamente momias. En un diccionario dice: “cadáver desecado sin entrar en putrefacción” No me extraña que un diario, considerado uno de los mejores del mundo, haya disparado tal noticia. ¿Esto es de enorgullecernos? Debieron al menos emitir una opinión crítica experta en la materia. Ni qué hablar del diario local.
Pero recordemos que la mentalidad de los norteamericanos es la misma que hace pocos años atrás, colocó una cadena de supermercados de la línea Wal-Mart sobre uno de los principales complejos arqueológicos del planeta: las pirámides Teotihuacán, en México, declaradas Patrimonio Histórico de la Humanidad, vestigios de la arrasada civilización azteca. Las pirámides ceremoniales en medio de carteles de hamburguesas, gaseosas, patios de comidas, estacionamientos y vocablos ingleses.
En Salta, mientras los cristianos se congregaban en la Catedral para celebrar las festividades del Milagro, el cadáver de una niña NN con ajuar funerario perteneciente a la civilización inca, estaba a metros de los fieles. Nadie rezaba por ella. No importa, es una “pieza” de colección, es un “objeto” de muestra, es…originaria. Los Negocios en tierra sagrada no escatiman en moralismos. No hay creencias ni convicciones ni humanidad cuando se trata de comerciar, en este caso con la muerte.
En una entrevista para La Nación (26/04/01) Cecilia Cerutti comentaba con respecto al hallazgo de los niños: “Aún no llevan nombres definitivos. Por ahora son El Niño, La Niña del Rayo y La Doncella.” Comenta que las “momias” fueron bajadas de la tumba al atardecer, cuando hace más frío, cubiertas con aluminio, gomaespuma y nieve. “Luego fueron trasladadas a Salta y se mantienen en freezers. Creo que la idea de la provincia es exhibirlas en un museo. Creo que mi trabajo tiene sentido si sirve para mostrar lo importante y trascendente de la tradición andina y cuán viva está hoy para tanta gente que vive en los Andes.”
Mucho idealismo para una arqueóloga que en ese momento tenía 28 años. Dos años antes, en marzo de 1999, a unos 500 km de la capital salteña y a más de 6.700 m de altura, encontró el santuario sagrado más alto de la humanidad. Sin duda, su hallazgo es importante pero no el destino de los niños NN, aún sin nombres. El estudio de sus ADN es lo esencial para determinar una secuencia genética, el estudio de sus prendas puede determinar sus procedencias. El resto es morbo, irreverencia, degradación y falta de respeto a tres seres humanos muertos trágicamente. Los niños no son hermanos, la niña mayor puede tener un parentesco materno con una originaria que vive en USA.
Salta es la provincia que posee mayor cantidad de cuerpos hallados, entre ocho en Argentina, la provincia registra seis. El primero se produjo en 1905 en el nevado de Chañi, un niño de 5 años de edad; entre 1920 y 1922, se halló una niña en el Cerro Chuscha ( hoy se exhibe en Bs. As.); en 1974 en el volcán Quehuar se halló el cuerpo de un niño que fue rescatado en 1999. En ese mismo año, los niños del Llullaillaco.
En el siglo XVII los misioneros destruyeron sistemáticamente los templos y los objetos relacionados con las prácticas cúlticas incaicas para construir iglesias. Los extirpadores de idolatrías no alcanzaron a tocar los santuarios de alta montaña. En este sentido las investigaciones arqueológicas abrieron un campo de investigación.
Pero falta una mediación entre la ciencia y la ética. ¿O vamos a dejar que los colonos, en el siglo XXI, sean los mismos que critican el genocidio en Indoamérica? Pensemos qué queremos conservar, si el bolsillo o las raíces incarias. Una vía de solución podría ser una réplica de los cuerpos para poder enterrarlos humanamente. No creo que mostrando niños muertos nos acerquemos a los dioses.
Comentario
Muy bueno el artículo, al que yo agregaría que esta profanación -no descubrimiento- ya fue encontrada y mencionada por expediciones anteriores que llegaron a la cima del cerro Llullaillaco, como las que paso a nombrar:
– 1) la de los médicos Salvador Mazza y Miguel Jorg en el año 1932;
– 2) la del piloto de aviación alemán Hans Ulrich Rudel junto al médico austríaco Rolf Dangl y otros en 1953;
– 3) la de los andinistas, Ingenieros José A. Pintado, Jaime Echenique, Profesor Eduardo López Novillo y otros en 1978. Todos ellos mencionan la existencia de «altares» de piedras indicadores de tumbas incaicas- que no quisieron profanar. El propio Rudel expresó: «Yo personalmente estoy en contra de tocar la última morada de cualquier difunto».
Puedo contar la historia de estas expediciones en un próximo artículo. Muchas Gracias.
– Pedro Antonio Alvarez. Médico Forense. Colaborador de Salta 21.com y conductor del programa Libros y Música, por FM Noticias.
“La Doncella”, una niña NN que vive el frío de la inhumanidad
Muy bueno el artículo, al que yo agragaría que esta profanación -no descubrimiento- ya fue encontrada y mencionada por expediciones anteriores que llegaron a la cima del cerro Llullaillaco, como las que paso a nombrar:
1) la de los médicos Salvador Mazza y Miguel Jorg en el año 1932;
2) la del piloto de aviación alemán Hans Ulrich Rudel junto al médico austríaco Rolf Dangl y otros en 1953;
3) la de los andinistas, Ingenieros José A. Pintado, Jaime Echenique, Profesor Eduardo López Novillo y otros en 1978.
Todos ellos mencionan la existencia de «altares» de piedras
-indicadores de tumbas incaicas- que no quisieron profanar.
El propio Rudel expresó: «Yo personalmente estoy en contra de tocar la última morada de cualquier difunto». Puedo contar la historia de estas expediciones en un próximo artículo. Muchas Gracias. Pedro Antonio Alvarez. Médico Forense.