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domingo, noviembre 24, 2024

La tregua y el modelo (ISEPCi Salta)

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– Por Daniel Avalos*

Los obreros del ingenio San Isidro, de Campo Santo, levantaron la huelga luego de que la patronal accediera a un aumento de sus salarios. Los del Ingenio El Tabacal, de Orán, estarían en camino de hacerlo si logran que al aumento ya conquistado se le sumen otros treinta pesos. Fueron semanas de piquetes, plantas tomadas y marchas que contaron con el apoyo de los vecinos del lugar. Un proceso no lo suficientemente visualizado, aún cuando conflictos como esos anticipan la cartografía de los venideros. No debe sorprendernos, es el resultado lógico de un tipo de desarrollo: “Cuanto más codiciado por el mercado mundial, mayor es la desgracia que un producto trae consigo al pueblo latinoamericano que, con su sacrificio, lo crea”. La frase es de Eduardo Galeano y la estampó en su obra cumbre: Las venas abiertas de América Latina. Todos podrían identificar al “producto desgraciado” en la soja, pero deberíamos también identificarlo en el azúcar. Algunas cifras son elocuentes. Según el titular del Centro Azucarero Argentino, Fernando Nebbia, el sector tiene como desafío exportar, en el 2009, 900.000 toneladas de lo que en otros tiempos fue el oro blanco (www.energiaslimpias.org 24/6/09). El mismo Nebbia explicó las razones: la demanda de azúcar vive un ciclo mundial propicio. El director de la Estación Experimental Chacra Santa Rosa de nuestra provincia, Ricardo Fernández Ulivarri, por su parte, da una idea de todo lo que se requiere para llegar a tal cifra. Declaró hace un mes que una tonelada de caña sirve para extraer 100 kilos de azúcar (La Gaceta de Tucumán, 4/6/09), con lo cual, calculadora en mano, se precisan nueve millones de toneladas de caña que, en términos de espacio físico, suponen una cantidad de hectáreas bastante impresionante.

El verde, entonces, se impone. Sea por los dólares que todo ese volumen supone, sea por las alfombras kilométricas de un verde intenso color soja al que se ha reducido el paisaje, o también por el verde claro cañaveral que, como la soja, termina comiéndose a la diversificación productiva de regiones como las nuestras, desplazando a cientos de campesinos que declaran ver cómo se va asesinando a la tierra. El ritmo del proceso es acelerado, como acelerado es el proceso agroindustrial–exportador que convirtió a nuestro país en uno de los mayores exportadores mundiales de esos productos y, también, en uno de los mejores posicionados en términos tecnológicos. El propicio momento mundial, sin embargo, no lo es todo. En el caso de los azucareros, resulta que están bien entusiasmados con el Plan Nacional de Biocombustible, por el cual las petroleras esperan, de los ingenios, la producción de 270 millones de litros anuales de alcohol. Volumen necesario para poner en marcha, en enero de 2010, el proyecto de mezclar nafta pura con un 5% de bioetanol, con el que esperan abastecer la demanda automotriz de todo el país. Ulivarri también fue claro al respecto: de cada tonelada de caña, se producen 60 u 80 litros de alcohol. Ante ello, demanda una política de estado que, en boca de ellos, casi siempre significa “incentivos” a la producción. Los subsidios estatales, claro, ya se han puesto en marcha.

Y uno dice bueno…puede que el desarrollo efectivamente sea esto, que lo correcto sea, solamente, pedir a las multinacionales que cumplan lo que ellas mismas han denominado RSE (Responsabilidad Social Empresaria), lo que supondría reclamarles cierta filantropía y mucha responsabilidad en cuanto al impacto social y ambiental que producen sus actividades. Pretensión ingenua, por supuesto, cuando lo que descubrimos cotidianamente es que la racionalidad instrumental empresaria subordina todo a un afán exacerbado del lucro. El conflicto en Orán y en Campo Santo lo evidenció otra vez. La agenda es otra. Consiste en fortalecer la reprimarización de la economía, potenciar la precariedad laboral y reforzar los sistemas represivos que permitan criminalizar el conflicto social. Cada uno de esos factores apareció en estas semanas. El avance de la caña, por ejemplo, arrasó con la producción de cítricos y las fábricas derivadas de ellos, proceso que culminó con 1.200 obreros en la calle. La lucha contra la precariedad laboral se manifestó con los huelguistas exigiendo mejores condiciones de trabajo y estabilidad laboral, algo que no han conseguido, mientras que el tercer punto de la agenda lo protagonizó una patronal que insistió, una y otra vez, con quitar la tutela sindical a los huelguistas para ajustar cuentas en mejores condiciones para la patronal.

La frase de Galeano lo explica bien: el desarrollo atado al mercado mundial trae opulencia para unos, y desgracias para muchos otros. Hay que decirlo, la frase genial fue escrita en 1971 y, por ello, explica sólo una parte del proceso actual, aunque la explica bien. Galeano escribió aquel libro en clave Teoría de la Dependencia que, simplificando, decía más o menos así: nuestros países son estructuralmente dependientes de los países industrializados y esa dependencia, justamente, explica el buen vivir de aquellos. Para que ellos vivan en la opulencia nosotros debemos sangrar. “Es América Latina, la región de las venas abiertas (…) nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena: nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad del otro: los imperios y sus caporales nativos…”. La frase, insistamos, es de una vigencia lacerante. Tan vigente, que en todo se parece con otra escrita, sin embargo, en 2008: “…La nueva inflexión marca el (re) descubrimiento e interés en América Latina, como continente rico en materias primas minerales y vegetales, agua y biodiversidad (…) La nueva etapa consiste en la generalización de un modelo de producción extractivo y exportador que se traduce en el saqueo y destrucción de los bienes materiales (Maristella Svampa, Cambio de época, Ed. Siglo XXI. 2008)

Conviene, ahora, complementar estas frases. Porque si bien su vigencia está vinculada con las continuidades de un tipo de capitalismo, no es menos cierto que ese capitalismo que describió Galeano, experimentó modificaciones importantes. El que describió Galeano precisó, en muchos casos, del caporal nativo del que hoy prescinde. Si el mercado mundial requirió en el siglo XX de los Patrón Costas para exportar azúcar, hoy ese mercado mundial instaló en nuestra región directamente a aquello que Galeano denominaba “imperio”. La Searbord Corporation ha desplazado al caporal local. Ella, como muchas otras firmas, luego de la devastación menemista, es la que se instala para extender el monocultivo y extraer los recursos. Es ella, directamente, la que administra una región según los mandatos que el mercado asignó al territorio. La multinacional sabe perfectamente qué recursos busca, dónde y cuándo debe venderlos, y cómo producir mayores volúmenes reduciendo costos. La multinacional, en definitiva, sabe muy bien cómo estructurar un país que no es el suyo. Y no sólo eso. El capital ha descubierto algo más. Ha descubierto que acumular no sólo implica “explotar”, sino también “excluir”. Su agenda incluye, repitamos, reprimarizar la economía, potenciar la precariedad laboral y reforzar los sistemas represivos, pero también que los dueños del país que ocupan entiendan, de una buena vez, que en el nuevo capitalismo millones de hombres y mujeres sobran.

Ante ello, el triunfo parcial de los obreros del azúcar de la provincia, conseguido después de semanas de una lucha cuerpo a cuerpo con ese actor de la globalización, realizada sin el apoyo de un Estado reducido, hace tiempo, a una entidad que legitima a los reguladores sociales no estatales, resulta crucial. Un triunfo parcial que posibilita una tregua en esa lucha entre un modelo, el del Ingenio, que en nombre del progreso arrasa, implacable, con aquellos a los que acusa de representar el atraso. Demasiado parcial, es cierto, como para esperanzarse en que incube allí “otro” modelo de desarrollo que, ampliando las capacidades locales, logre una mejoría sostenida en la calidad de vida de todos los integrantes de una población. Pero que confirma, otra vez, y a contrapelo del sentido común reinante entre la clase política, que no todo conflicto puede implicar transformación, pero que, indudablemente, no hay transformación sin conflicto.

– *Lic. en Historia – ISEPCi Salta

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