El sábado 31 de julio en La Ventolera se presenta la obra teatral «Pasión y muerte de Guachito Gil» con la actuación de Héctor Rodríguez Brussa bajo dirección de María de las Victorias Garibaldi del Grupo Teatro Poquelin
Un promesero de Gauchito Gil arma su “templo rutero”, en algún punto del país, y cuenta su fe por Gauchito y la leyenda misma del santo popular. Una de las premisas del espectáculo es mostrar la fe popular, la fe viva… Respetar la decisión de personas en tener fe y «adorar» a sus santos.
Hay también una cierta ficción leyenda. Donde imagino puntos de la historia que se cuenta al modo de poeta que juega con el imaginario colectivo.
Pasión y Muerte de Gauchito Gil fue estrenada el 8 de enero de 2009 en Mar del Plata. Ha recorrido las siguientes provincias: Buenos Aires (Mar del Plata, Santa Clara del Mar, Bahía Blanca, Necochea, Tres Arroyos, Pringles, Pehuajó, Navarro y La Plata), Misiones (Posadas, Eldorado, Montecarlo, Candelaria y Los Apóstoles), Chaco (Roque Sáenz Peña, San Bernardo y Resistencia), Corrientes (Corrientes), Tucumán (San Miguel de Tucumán), Catamarca (Andalgalá y Catamarca), La Rioja (La Rioja y Chilecito), Jujuy (Jujuy), Neuquén (Neuquén), Córdoba (Río Ceballos y Córdoba), Río Negro (Viedma), Mendoza (Godoy Cruz), Chubut (Trelew y Madryn), San Luis (Villa Mercedes) y Capital Federal.
– La Ventolera: O´higgins 585 esquina Mitre
– Tel. 0387- 4221275 – 0387-154027188
Salta Argentina
Crítica de la obra
– Por Nidia Burgos
Esta puesta está orientada a una búsqueda casi antropológica de un fenómeno popular. Hay un interés sociológico que no se queda en el pintoresquismo, sino que ahonda en lo identitario nacional. Se desarrolla sobre la base de un sustrato realista moderno, en cuanto se halla al servicio de una reflexión sobre la influencia del medio en la tragedia de un individuo que incomoda al poder.
El cuerpo y la voz del actor, operan no son sólo como un medio de expresión, sino como base de experiencias existenciales: amor, odio, asombro, miedo. Y uno comprende que para alcanzar ese logro, se ha sometido a sí mismo como objeto de investigación.
Su trabajo, cercano al ritualismo, escenifica una historia frente al público, apelando a una estructura en abismo de “teatro dentro del teatro” en la que atrapa al espectador cuando genera acciones sobre comportamientos arquetípicos.
Hay una mirada final que en cierta forma ejercita una suerte de “justicia poética” de la que Brussa se abstenía en espectáculos anteriores, cuando cuestionaba la modernidad de los ´60 con su arraigo en el realismo. Como si ahora la dramaturgia de Rodríguez Brussa generara un reencuentro con las poéticas que en su momento impugnó.
De la fragmentación y la yuxtaposición que rigieron sus espectáculos anteriores, pasa ahora a configurar estructuras más organizadas, casi aristotélicas en cuanto principio, medio y fin; con el agregado de una mirada armonizadora.
Otra variante interesante es la importancia actual del texto en la puesta. El vacío de palabras que antes llenaba con juegos lumínicos y músicas en alto volumen que desataban la pura emoción, se somete ahora a una dramaturgia textual que rige el movimiento escénico del actor.
Lo importante es que Rodríguez Brussa es un avezado experimentador que no se detiene, que busca y crece con cada proyecto. Antes, como ahora, siempre ha procurado provocar la participación del espectador, aún el eventual rechazo, pero sobre todo, es un estudioso del público, en cuanto explora intensamente el fenómeno de la creación y la recepción del hecho artístico.