Los funcionarios públicos, los políticos, los intendentes, los educadores, continúan creyendo que el incumplimiento de las reglas de tránsito se debe a una falta de educación vial.
Hoy es dable observar en la ciudad de Salta un cierto salvajismo en el tránsito: taxistas y remiseros que manejan sus encabritados vehículos como si se tratara de un malón que arrasa poblaciones; colectiveros en estado de brutalidad que encaran y pasan permanentemente los semáforos en rojo; briosos automóviles sin consideración alguna por el semejante; motociclistas temerarios azotando sus motocicletas; inciviles ciclistas de contramano y sin noción alguna del peligro ni del cuidado de sí mismos; modernas y lujosas camionetas conducidas al galope por algunas mentes deficitarias, todo ello como un muestrario de mala educación e indisciplina, con microbasurales en las esquinas y basura en las calles dándole un marco a la escena.
Pero los funcionarios públicos, los políticos, los intendentes, los educadores, continúan creyendo que el incumplimiento de las reglas de tránsito se debe a una falta de educación vial, cuando en realidad de lo que se trata es de una falta de educación en general fruto de la tragedia educativa que sufrió el país y de un proceso de deterioro de los lazos civilizatorios. Lo que sucede en el tránsito de automotores no deja de reflejar lo que acontece en todos los órdenes de la vida cotidiana: el aumento de la criminalidad, la violencia familiar, la inseguridad, la intolerancia, la mala educación, las conductas psicopáticas, los pasajes al acto, la imposibilidad de una tramitación simbólica del malestar.
Las políticas neoliberales de las últimas décadas, la fase actual del capitalismo, han producido en el mundo y de manera notoria en ciudades como Salta, el fenómeno de la exclusión social y el paulatino borramiento del sujeto humano de los ordenamientos simbólicos. Los excluidos no son solamente los pobres y los marginales, sino también los individuos de la clase media y hasta los del sector alto de la sociedad que encuentran hoy, a pesar del dinero, una creciente dificultad para inscribirse en el Otro y edificarse un nombre en lo social, en la familia, en su ciudad, etc. La precarización del empleo, la inestabilidad de las economías mundiales, la caída de la noción de porvenir, tienden a transformar a los jóvenes en seres sin futuro, a los padres en desocupados que ya no tienen autoridad alguna, a los empleados en personajes ganados por la incertidumbre, etc.
Lo simbólico de esta época prescinde cada vez más del sujeto humano que pasa a transformarse de este modo en un mero dato estadístico o en un cliente, en un beneficiario, en un consumidor, etc. Hay individuos, de todos los sectores sociales, que ante esa dificultad para alojarse en el Otro, ingresan en diversas asociaciones civiles, pequeños universos de pertenencia tales como las madres del paco, las agrupaciones de familiares de víctimas diversas, los amantes de la salsa, o lo que fuere, o bien siguen la vía negativa: el ingreso en sectas religiosas y grupos marginales, la pertenencia a bandas delictivas cuando no el despliegue de la violencia en el tránsito como una forma, a veces desesperada, de buscar una inscripción en el Otro de lo simbólico, un alojamiento, un estatuto de existencia. En el caso de la vía negativa hay individuos que prefieren el enojo y la ira del prójimo antes que la indiferencia y el anonimato. Es como si dijeran, modificando el axioma de Descartes: Te agredo luego existo.
Pero cuando caen los ordenamientos simbólicos y la ley de las sociedades, lo que quedan son las relaciones directas, no mediatizadas por el lenguaje, es decir, la relación paranoide entre los congéneres, la proyección de la propia agresividad que pasa de ese modo a ser vista como proveniente del semejante. Se suele teorizar que si dos hombres primitivos se encontraban en el camino lo que se producía era esa tensión agresiva de un yo hacia el otro, la relación mortífera, la lucha a muerte. No había entonces cabida para los dos, cada cual pensaba que el otro quería robarle lo que le pertenecía, apropiarse de sus pertenencias. La única salida era por consiguiente el ataque o la huída. Luego el lenguaje y las normas de la convivencia, la ley simbólica, vinieron a intermediar, a pacificar en parte esas relaciones imaginarias y facilitaron que se estableciera un lazo social y la civilización, aun con todos los problemas que la misma conlleva. Hoy frente a la anomia y a la declinación de la ley simbólica, comienzan a primar las relaciones puramente imaginarias, el despliegue de la agresividad, la sospecha, la desconfianza, el rechazo hacia el otro, la relación paranoide.
El gran Otro de nuestro tiempo, signado por la articulación estructural del discurso de la ciencia con el discurso capitalista, tiende a desalojar la subjetividad de su campo. De ese modo la tecnología avanza al mismo tiempo en que comienzan a retroceder las mentalidades y cae la ecuación moderna, directamente proporcional de “a mayor desarrollo de la razón y la ciencia, mayor desarrollo moral y humano”. Quizá no esté muy lejos el día en que veloces e inteligentes automóviles voladores surquen las metrópolis conducidos por elementales picapiedras en camino hacia sus respectivas cavernas.
– El autor es Escritor – Psicólogo